Incluso para quien, como nosotros, propugna un mundo mejor, nunca dejan de aparecer trampas justo en el momento en el que se cree haber emprendido el camino correcto de la revuelta y de la protesta. ¿Maniobra del gobierno? Hay quien se desgañita explicando que hay otros modos de superar la crisis, y con entusiasmo apasionado se indica quién debería pagar realmente, de manera que el desastre económico se supere sin demasiado daño para los estratos más débiles. ¿Hay contaminación marina o del aire? Estamos entre los voluntariosos para combatir contra las multinacionales contaminadoras y tóxicas, promoviendo el boicot y la acción directa. ¿Falta el trabajo, hay precariedad? Nos integramos con las organizaciones de indignados dispuestos a exigir al político de turno que dé soluciones inmediatas. Los ejemplos podrían continuar. Pero ¿a dónde vamos? ¿Debemos ser nosotros la fuente de soluciones y ajustes puntuales que reparen la sociedad y la permitan superar sus contradicciones?
La crisis económica, la contaminación, el paro, al nivel agudo y sin retorno al que han llegado, indican que el sistema capitalista no funciona; genera explotación, envenenamiento del medio ambiente y de las personas, y enriquecimiento, privilegios y poder para unos pocos, y limitarse a la búsqueda de soluciones parciales es como maquillar un rostro desfigurado.
Es cierto, como decía el bueno de Malatesta, que las luchas parciales, los numerosos combates en los que cotidianamente se ven implicadas millones de personas, son útiles para acostumbrar a la gente a luchar, como un entrenamiento pensando en una lucha final, la de verdad, la que cambiará de raíz este sistema de mierda y construirá una sociedad que respete el derecho de cada individuo a una vida digna. Por ello nosotros no rechazamos las luchas de cada día por objetivos parciales; no estamos contra quienes se lanzan cotidianamente para cambiar al menos uno de tantos aspectos autoritarios de malestar que atacan su vida y la hacen gris. Sin embargo, opinamos que estas luchas corren el riesgo de absorber sus energías sin llegar a dañar la esencia de la sociedad jerárquica y autoritaria.
Para que esto se pueda evitar no solo es necesario que las experiencias de lucha desarrollen metodologías no recuperables por el sistema, que nieguen la jerarquía y la delegación, sino que también se integren en un objetivo más amplio, que se persigan soluciones radicales; en pocas palabras, que partiendo de situaciones y objetivos específicos se vaya a la raíz de los problemas.
La política, tal como la conocemos, no se ajusta a tales perspectivas; es el arte del chalaneo, de la estafa, del arribismo, de la mediación entre los poderes fuertes y la población para embridarla. Es necesario rechazarla; nos tenemos que ocupar de nuestros problemas personalmente, moviéndonos con autonomía, dentro de un espacio y unas experiencias cada vez más desconectadas del mercado y del asistencialismo, desmontando las mediaciones y las concertaciones. Dosis y dosis de utopía deben dar cuerpo a los sueños que una educación cuartelera en la familia, la escuela, los sindicatos, los partidos, han tratado de amordazar y cancelar. Hay que recurrir también al imaginario utópico para enfrentarse a los argumentos más banales, manteniendo la perspectiva de un mundo completamente liberado y renovado. Hacer comprender a los jóvenes lo desconcertante que resulta apasionarse con la Constitución y la legalidad; cuando esto se utiliza como base de exigencias de justicia social, la solución adoptada se mueve en el campo del más torpe compromiso entre capital y trabajo, entre burguesía y pueblo, entre ricos y pobres, y solo sirve para proteger el poder de las minorías privilegiadas. La música puede ser útil para provocar indignación y rebelión; Internet puede ser muy funcional para poner en contacto la multiplicidad de las aspiraciones de libertad y justicia. Pero son solo instrumentos y, como tales, pueden ser también utilizados para fines opuestos, convirtiéndose en las trampas más sofisticadas y peligrosas.
Se necesita pasión, coraje, humildad, coherencia, determinación y buenas ideas para recorrer el camino de la libertad. Pero merece la pena.
Pippo Gurrieri
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