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jueves, 14 de enero de 2016

ANTÓN CHÉJOV - LAS LÁGRIMAS INVISIBLES DEL MUNDO

"La felicidad no existe. Lo único que existe es el deseo de ser feliz"



Las lágrimas invisibles del mundo


Cuando escribió estos relatos, Chéjov aún no era Chéjov. Estudiante de medicina y periodista en sus horas libres, publicó estos breves relatos en revistas humorísticas para ganarse unos kopeks. Y los firmó con un seudónimo: Antosha Chejonte.

Son farsas breves, sainetes con acentos vodevilescos. Nada serio, según él, que llegaría a repudiarlos, negándose a que fuesen incluidos en sus obras completas en 1907. El escritor célebre, íntimo de Tolstoi y Gorki, el dramaturgo aclamado por Moscú, debía juzgar esos bocetos de juventud indignos de su reputación. Como si, divertidos e incluso hilarantes, careciesen de la brillantez de su genio literario.

En los relatos inéditos incluidos en este volumen nos encontramos con algunos temas de predilección del autor. Al hilo de las páginas, estas historias cortas, presentadas en orden cronológico, se nimban de melancolía, anunciando ya el sombrío clima de "El jardín de los cerezos".



Fragmento del libro:



" La enorme sala rutilaba con sus luces y hormigueaba de gente. Era el reino del hipnotizador. A pesar de su aspecto endeble y poco atractivo, el hipnotizador brillaba, lucía, deslumbraba. Le sonreían, y aplaudían y obedecían. Y también palidecían. 

Hacía literalmente milagros. Dormía a uno, tetanizaba al otro, colocaba a un tercero con la nuca sobre una silla y la planta de los pies en otra. Vimos reducir a un periodista delgado y alto al estado de espiral. En una palabra, encadenaba las diabluras. Ejercía una influencia especial sobre las damas. Bajo su mirada, caían como moscas. ¡Oh, los nervios de las mujeres! Sin ellas, nos aburriríamos mucho en este mundo. 

Habiendo dado pruebas de su arte con todas las personas presentes, se acercó a mí. 

– Me parece que usted es de un natural muy maleable –me dijo–. Es usted tan nervioso, tan expresivo. ¿Aceptaría dejar-se dormir? 

– ¿Por qué no? Con mucho gusto, adelante. El hipnotizador se sentó vis-à-vis; me cogió las manos y posó sus terribles ojos, ojos de serpiente, en mis pobres ojos. 

El público nos rodeaba. 

– ¡Chist, damas y caballeros! ¡Chist! ¡Silencio! 

Se calmaron… Nosotros continuábamos sentados, mirándo-nos a los ojos. 

Transcurrió un minuto… y otro… Yo tenía un hormigueo en la espalda, mi corazón parecía salírseme del pecho, pero en modo alguno caía en el trance. 
Transcurrieron así cinco minutos… siete minutos… 

– Resiste –dijo alguien–. ¡Bravo! ¡Eso es un hombre! 

Aún continuábamos sentados, y nos mirábamos… Yo no tenía ganas de caer en el sueño, ni siquiera de adormecerme. Un protocolo de la Duma o de la Asamblea territorial ya hace tiempo que me hubiese adormecido. La asistencia comenza-ba a susurrar, a reír para sus adentros… El hipnotizador dejó ver un semblante molesto, parpadeó… ¡Pobre! ¿Aquien le gusta un fiasco? ¡Acudid en su ayuda, espíritus, enviad a Morfeo sobre mis párpados! 

– Resiste –dijo la misma voz–. ¡Ya basta, déjelo! ¡Ya os dije que todo esto no eran más que trucos! 

Y entonces, en el momento en que, reconociendo la voz de un amigo, hice amago de levantarme, sentí en la palma de la mano un objeto extraño. Al tocarlo supe que era un billete. Mi padre era médico y los médicos saben reconocer, con sólo tocarlo, la calidad de un papel. Según la teoría de Darwin, yo he heredado de mi padre, entre otras aptitudes, algo de ese talento. Reconocí así un billete de cinco rublos. En esto, me quedé dormido al instante."


Chejov retratado por Osip Braz


Antón Chéjov (1860-1904). Dramaturgo y autor de relatos ruso, es una de las figuras más destacadas de la literatura rusa.

Cuentista y dramaturgo excepcional, su influencia se ha dejado sentir en ambos géneros literarios, de tal modo que autores tan dispares como Nabokov, Shaw o Miller llegaron a reconocer en algún momento su deuda con el escritor ruso. 

Chéjov eludió la exageración dramática buscando el paralelismo entre ficción y vida, con la intención de que sus obras fueran el espejo de los comportamientos humanos de la época. Quería despertar a sus contemporáneos, mostrarles adónde conduce la inacción y el conformismo. Invitarles a hacer algo por sus vidas, luchar por sus sueños. 

Falleció a los 44 años de edad en Badenweiler (Alemania) víctima de la tuberculosis que contrajo de sus pacientes a finales de 1880. Como curiosidad, su cuerpo fue trasladado a Moscú en un vagón de tren refrigerado utilizado para transportar ostras.




"Cuando uno ama y quiere juzgar ese amor, hay que partir de un punto más elevado o más importante que la felicidad o la desdicha".


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