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miércoles, 5 de abril de 2017

ANTÓN CHÉJOV - EL JARDÍN DE LOS CEREZOS


Pienso que todos estamos ciegos.
Somos ciegos que pueden ver,
pero que no miran.

José Saramago



Antón Chéjov (1860-1904) es sin duda uno de los grandes escritores de la literatura universal. Cuentista y dramaturgo excepcional, su influencia se ha dejado sentir en ambos géneros literarios, de tal modo que autores tan dispares como Nabokov, Shaw o Miller llegaron a reconocer en algún momento su deuda con el escritor ruso. 

Chéjov eludió la exageración dramática buscando el paralelismo entre ficción y vida, con la intención de que sus obras fueran el espejo de los comportamientos humanos de la época. Quería despertar a sus contemporáneos, mostrarles adónde conduce la inacción y el conformismo. Invitarles a hacer algo por sus vidas, luchar por sus sueños. 

Por eso su obra es universal, porque sus preocupaciones siguen siendo las nuestras. Conformismo y desgana se ubican cómodamente en la patología social de este siglo. Una voz centenaria nos alerta contra ellos. 

Si se quiere disfrutar al Chéjov dramaturgo en plenitud, nada mejor que El Jardín de los Cerezos. La escribió como reflejo de su época, poco antes de morir. Hay que decir que la obra se titula en realidad El huerto de los guindos, pero ya se ha quedado con este nombre, suma y sigue en el enigmático mundo de las traducciones libres.



Liuba Andreievna, terrateniente recién arruinada, vuelve a la casa familiar, al “Jardín de los Cerezos”, el lugar donde vivió desde niña y del que ahora tendrá que desprenderse.

Sobre la pérdida se construirán las nuevas vidas de aquellos cuyos destinos siempre estuvieron ligados al Jardín. Atrás quedan los recuerdos, los viejos empleos, los afectos. Un mundo de esperanzas y nuevas oportunidades surgirá de la desgracia, de la crisis.

Crisis del modelo productivo, de las costumbres, de las rutinas. Arribistas de fortuna fácil sustituyen a ricos arruinados, cambio de roles en la sociedad, trabajadores a punto de perder su modo de vida, el final de una época luchando por alumbrar un nuevo siglo.



Hoy, sin duda, es también reflejo de la nuestra, las coincidencias son relevantes y nos invitan, como ciudadanos comprometidos, a revisitarlas y reflexionar con ellas sobre el sentido de nuestro modelo vital. 

La crisis nos envuelve, no sólo desde el aspecto económico sino también en el emocional. Genera decepción, resignación y falta de confianza, a veces miedo, a veces apatía. Una crisis del alma. El estímulo característico de la obras del genial dramaturgo.

Chéjov es un genio universal y como tal nos sirve de maestro de vida, de aquella que magistralmente definía con cada una de sus obras, con cada uno de sus personajes. Quizá ellos y la distancia nos iluminen el camino para enfrentarnos a nuestro presente, a este mundo convulso que estamos obligados a construir entre todos, paso a paso.

La humanización del drama "Chejoviano" pasa ineludiblemente por enfrentar con ternura, amor y una sonrisa, las desgracias y avatares de los personajes. No en vano Chejov describe "El Jardín de los Cerezos" como una comedia, en un intento de desdramatizar una situación de crisis, tanto económica como emocional.


jueves, 14 de enero de 2016

ANTÓN CHÉJOV - LAS LÁGRIMAS INVISIBLES DEL MUNDO

"La felicidad no existe. Lo único que existe es el deseo de ser feliz"



Las lágrimas invisibles del mundo


Cuando escribió estos relatos, Chéjov aún no era Chéjov. Estudiante de medicina y periodista en sus horas libres, publicó estos breves relatos en revistas humorísticas para ganarse unos kopeks. Y los firmó con un seudónimo: Antosha Chejonte.

Son farsas breves, sainetes con acentos vodevilescos. Nada serio, según él, que llegaría a repudiarlos, negándose a que fuesen incluidos en sus obras completas en 1907. El escritor célebre, íntimo de Tolstoi y Gorki, el dramaturgo aclamado por Moscú, debía juzgar esos bocetos de juventud indignos de su reputación. Como si, divertidos e incluso hilarantes, careciesen de la brillantez de su genio literario.

En los relatos inéditos incluidos en este volumen nos encontramos con algunos temas de predilección del autor. Al hilo de las páginas, estas historias cortas, presentadas en orden cronológico, se nimban de melancolía, anunciando ya el sombrío clima de "El jardín de los cerezos".



Fragmento del libro:



" La enorme sala rutilaba con sus luces y hormigueaba de gente. Era el reino del hipnotizador. A pesar de su aspecto endeble y poco atractivo, el hipnotizador brillaba, lucía, deslumbraba. Le sonreían, y aplaudían y obedecían. Y también palidecían. 

Hacía literalmente milagros. Dormía a uno, tetanizaba al otro, colocaba a un tercero con la nuca sobre una silla y la planta de los pies en otra. Vimos reducir a un periodista delgado y alto al estado de espiral. En una palabra, encadenaba las diabluras. Ejercía una influencia especial sobre las damas. Bajo su mirada, caían como moscas. ¡Oh, los nervios de las mujeres! Sin ellas, nos aburriríamos mucho en este mundo. 

Habiendo dado pruebas de su arte con todas las personas presentes, se acercó a mí. 

– Me parece que usted es de un natural muy maleable –me dijo–. Es usted tan nervioso, tan expresivo. ¿Aceptaría dejar-se dormir? 

– ¿Por qué no? Con mucho gusto, adelante. El hipnotizador se sentó vis-à-vis; me cogió las manos y posó sus terribles ojos, ojos de serpiente, en mis pobres ojos. 

El público nos rodeaba. 

– ¡Chist, damas y caballeros! ¡Chist! ¡Silencio! 

Se calmaron… Nosotros continuábamos sentados, mirándo-nos a los ojos. 

Transcurrió un minuto… y otro… Yo tenía un hormigueo en la espalda, mi corazón parecía salírseme del pecho, pero en modo alguno caía en el trance. 
Transcurrieron así cinco minutos… siete minutos… 

– Resiste –dijo alguien–. ¡Bravo! ¡Eso es un hombre! 

Aún continuábamos sentados, y nos mirábamos… Yo no tenía ganas de caer en el sueño, ni siquiera de adormecerme. Un protocolo de la Duma o de la Asamblea territorial ya hace tiempo que me hubiese adormecido. La asistencia comenza-ba a susurrar, a reír para sus adentros… El hipnotizador dejó ver un semblante molesto, parpadeó… ¡Pobre! ¿Aquien le gusta un fiasco? ¡Acudid en su ayuda, espíritus, enviad a Morfeo sobre mis párpados! 

– Resiste –dijo la misma voz–. ¡Ya basta, déjelo! ¡Ya os dije que todo esto no eran más que trucos! 

Y entonces, en el momento en que, reconociendo la voz de un amigo, hice amago de levantarme, sentí en la palma de la mano un objeto extraño. Al tocarlo supe que era un billete. Mi padre era médico y los médicos saben reconocer, con sólo tocarlo, la calidad de un papel. Según la teoría de Darwin, yo he heredado de mi padre, entre otras aptitudes, algo de ese talento. Reconocí así un billete de cinco rublos. En esto, me quedé dormido al instante."


Chejov retratado por Osip Braz


Antón Chéjov (1860-1904). Dramaturgo y autor de relatos ruso, es una de las figuras más destacadas de la literatura rusa.

Cuentista y dramaturgo excepcional, su influencia se ha dejado sentir en ambos géneros literarios, de tal modo que autores tan dispares como Nabokov, Shaw o Miller llegaron a reconocer en algún momento su deuda con el escritor ruso. 

Chéjov eludió la exageración dramática buscando el paralelismo entre ficción y vida, con la intención de que sus obras fueran el espejo de los comportamientos humanos de la época. Quería despertar a sus contemporáneos, mostrarles adónde conduce la inacción y el conformismo. Invitarles a hacer algo por sus vidas, luchar por sus sueños. 

Falleció a los 44 años de edad en Badenweiler (Alemania) víctima de la tuberculosis que contrajo de sus pacientes a finales de 1880. Como curiosidad, su cuerpo fue trasladado a Moscú en un vagón de tren refrigerado utilizado para transportar ostras.




"Cuando uno ama y quiere juzgar ese amor, hay que partir de un punto más elevado o más importante que la felicidad o la desdicha".


viernes, 9 de mayo de 2014

LA SALA NÚMERO 6 - CUENTO DE ANTÓN CHÉJOV

Los hipócritas pretenden ser palomas, políticos, literarios, águilas. Pero no se deje engañar por su apariencia, no son águilas, son ratas.


"¿Por qué no ha de ser el hombre inmortal? -se pregunta-. ¿Para que sirve entonces el cerebro con su admirable mecanismo, para qué la vista, el don de la palabra, los sentimientos, el genio, si todo ha de estar predestinado a mezclarse con la tierra y dar vueltas después durante millones de años y sin ningún objeto preciso, alrededor del sol? 

Para eso no valía la pena sacar al hombre de la nada (al hombre con su espíritu elevado y casi divino) si después se lo había de transformar, como en burla, en miserable puñado de tierra. 

Por miedo a la muerte muchos buscan un sustitutivo de la de la inmortalidad y se consuelan pensando que su cuerpo se perpetuará en una planta, en una roca, y hasta una rana: ¡triste consuelo, que equivale a decirle a la caja de un violón roto que le espera un porvenir envidiable!"

- ¿Y por qué me tiene usted aquí metido?

- Porque está usted enfermo.

- Bien, admitámoslo. Pero hay cientos y miles de locos que se pasean con toda libertad, por la sencilla razón de que es usted demasiado ignorante para acertar a distinguirlos de los cuerdos. ¿Por qué, pues, sólo a mí y a estos desdichados han de tenernos aquí en calidad de chivos expiatorios? Usted, su enfermero, su administrador, y toda esa canalla, todos ustedes son, desde el punto de vista moral, infinitamente inferiores a nosotros, y sin embargo somos nosotros y no ustedes los condenados al encierro perpetuo. ¿Es lógico esto?

- Nada tienen que hacer aquí la moral ni la lógica. Es el azar el que decide. El que ha sido encerrado aquí, aquí se queda, y los otros siguen en libertad. El hecho de que el médico sea yo y el enfermo usted nada tiene que ver con la moral ni la lógica: no es mas que un azar .

- En ese porvenir que tanto le entusiasma a usted no habrá manicomios ni prisiones, ni rejas ni cadenas; en suma, como usted dice, triunfará la verdad. Pero las leyes de la naturaleza seguirán su camino invariable y las cosas no cambiarán en el fondo. Los hombres padecerán enfermedades, se envejecerán y pararán, lo mismo que hoy, en la muerte. La aurora que alumbra la vida podrá ser muy hermosa; pero eso no impedirá que se meta a los hombres en la caja y la caja se meta en la fosa .

Soy un organismo vivo, y como tal reacciono necesariamente ante toda irritación exterior. Reacciono y no puedo menos de hacerlo. Cuando me hacen mal grito y lloro; ante una cobardía me sublevo; ante una mala acción siento asco. Esto es lo que llamamos la vida, según mi entender. A organismo menos perfeccionado, reacción menor. Y al contrario, los organismos superiores son más accesibles a los sentimientos de dolor, de alegría, etc., y reaccionan más enérgicamente a todo lo que pasa en el exterior. Me parece que esta es una verdad elemental. Para despreciar el sufrimiento, estar siempre contento y no asombrarse de nada hay que haber caído muy abajo, haber llegado a un estado de brutalidad como el de ese, por ejemplo.

Los sufrimientos, como los gozos, son pasajeros; no se hable más de ellos. Lo esencial es que usted y yo ambos somos seres pensantes, y eso es lo que nos une y hace solidarios , a pesar de la divergencia de nuestras opiniones. ¡Si supiera usted, querido amigo, hasta que punto estoy harto de la locura general, de la maldad, de la estupidez de la gente que me rodea, y que alivio experimento hablando con usted!"


Antón Pávlovich Chéjov, (fragmento del cuento La sala nº 6). 



Hijo de un comerciante que había nacido siervo, Chéjov vio la luz el 29 de enero de 1860 en Taganrog (Ucrania) y estudió Medicina en la Universidad Estatal de Moscú. 

Cuando aún no había terminado sus estudios universitarios, ya comenzaba a publicar relatos y algunas descripciones humorísticas en revistas. Su fama rápida como escritor y su delicada salud (padeció de tuberculosis, enfermedad incurable en esos tiempos, que finalmente lo llevó a la tumba a los 44 años), hicieron que ejerciera muy poco su profesión de médico. 

Durante su vida inició campañas contra el hambre y el abandono social. Creó escuelas y centros agrícolas en los que se acogieron niños de escasos recursos a los cuales quizo inculcar ideales de formación y proporcionarles alimentación y vivienda.

Murió de tuberculosis en el balneario alemán de Badweiler la madrugada del 15 de julio de 1904.


Descarga de todos sus cuentos: