JOSÉ URBANO PRIEGO |
Juan Salvador Gaviota
No perseguía distinción.
Sí, quizás, la excelencia,
también llamada perfección.
No padezcas, hermano,
no fue tu elección.
Si naciste con tamaña mácula
has de aprender a sufrir,
a zafarte de los mil brazos
que amarrarán tu delirio.
Nada valdrá tu humildad,
te juzgarán engreído.
Poco importará tu bondad,
y te llamarán cobarde.
Nada contará tu esfuerzo,
te creerán baldío.
¡Ay, Bandada de la Comida!,
paladín de las inercias,
no todo es materia en esta vida.
Denigras a tus mejores
y en silencio los envidias.
Los apartas con desdén
para perpetuar tu rutina:
comer,
tramar,
yacer,
tragar,
competir…
¡Oh, Juan Salvador Gaviota!
príncipe de los desheredados:
tu anhelo me inspira,
tu exilio me duele.
Viniste a mejorar la especie
a expensas de tu sosiego,
y ahora te ves solo
cual leproso maldito,
por tus padres denostado.
Algún día, quiera Dios,
entenderán tu impronta,
levantisca gaviota
que osó reinventarse.
Sabrán que volabas
a los Lejanos Acantilados
a ejercitar tu talento
con esmerada disciplina,
a domar tu ego
relamiendo hambres,
a estudiar mareas y vientos
a riesgo de perder la vida.
¡Felicidades, valiente!
Has sobrevivido
a las tempestades,
a la soledad y la pena,
sin adocenarte.
Y ahora regresas rutilante,
más humilde todavía,
para perdonar agravios
y morir en paz:
el culmen del desvarío.
José Urbano Priego © 2011
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