ESTRELLA TARTÉSICA, POR LANDAHLAUTS |
Nacido de clanes tartésicos, de gentes del valle del Guadalquivir o de las vegas del Genil. Pescador de Málaga o de Motril, o marinero del Estrecho por Algeciras. Tal vez hortelano o aceitunero, en todo caso joven, con barbas y de cuerpo grande por raza.
Se batió con el cristiano venido del norte oscuro, tal vez mató al cura que lo abofeteó sin respeto. Se tiró al monte y allí encontró a cientos como él.
Antes había cambiado su nombre: no se llamaba Abdelmalic, ni Benimerín, sino Francisco o José, Antonio o Ruiz, Romero o Alonso, Concha o Pepa. Con el nombre de monfí, que quiere decir el proscrito, el desterrado, su número creció a medida que terminaba el siglo XVI y comenzaba el XVII.
Quiso distinguirse del hermano que aguantó y se quedó en los pueblos de la vega o en los barrios de Granada, rezando en voz baja. Es por eso por lo que él, en su aldea de las montañas, oraba en público y con frecuencia según lo establecido por la Ley, pero Dios le quedaba lejos. En las fiestas de otoño enarbolaba unas banderas verdes con cinturones de aurora blanca. Embarcó en Sevilla y en América lo perdieron las suertes de las cartas, las mujeres de la cálida África y el acero frío de una navaja.
Fue el bandolero, pero también el sargento a caballo de la Guardia Civil. Alguno se fue con los gitanos, pero otro profesó la antigua fe del trabajo continuo que horada el monte hasta obtener un mísero fruto. Murió en los valles de la Axarquía por una estrella de ocho puntas cuyo significado ignoraba y volvió a morir por una república que significaba sobre todo reforma agraria. Quemó la iglesia, porque creyó reconocer al cura que lo abofeteó siglos antes al grito de Dios Uno y Trino.
Después en los tiempos del hambre, se llevó el flamenco hasta el valle del Rin y hasta las viñas francesas. Y en las calles de Madrid lo mató ETA mientras como policía daba escolta a los generales. En Sevilla en el siglo XVII protagonizó la revuelta de la bandera verde, en Granada en 1980 exigió por las calles el Estatuto de primera. El 28 de febrero gritó: ¡Viva Andalucía Libre! Y juró por el Estatuto cuando fue elegido concejal de su pueblo por un partido de la izquierda. Es el pastor que todavía fuma sobre la peña del río Trevelez, bajo el picón de Jeres. Es solitario y altivo. No sabe quién es, pero sabe que le miente quien dice que esta reforma soez y colonial del Estatuto está a la altura del tamaño histórico de su nación.
José Luis Serrano
Antes había cambiado su nombre: no se llamaba Abdelmalic, ni Benimerín, sino Francisco o José, Antonio o Ruiz, Romero o Alonso, Concha o Pepa. Con el nombre de monfí, que quiere decir el proscrito, el desterrado, su número creció a medida que terminaba el siglo XVI y comenzaba el XVII.
Quiso distinguirse del hermano que aguantó y se quedó en los pueblos de la vega o en los barrios de Granada, rezando en voz baja. Es por eso por lo que él, en su aldea de las montañas, oraba en público y con frecuencia según lo establecido por la Ley, pero Dios le quedaba lejos. En las fiestas de otoño enarbolaba unas banderas verdes con cinturones de aurora blanca. Embarcó en Sevilla y en América lo perdieron las suertes de las cartas, las mujeres de la cálida África y el acero frío de una navaja.
Fue el bandolero, pero también el sargento a caballo de la Guardia Civil. Alguno se fue con los gitanos, pero otro profesó la antigua fe del trabajo continuo que horada el monte hasta obtener un mísero fruto. Murió en los valles de la Axarquía por una estrella de ocho puntas cuyo significado ignoraba y volvió a morir por una república que significaba sobre todo reforma agraria. Quemó la iglesia, porque creyó reconocer al cura que lo abofeteó siglos antes al grito de Dios Uno y Trino.
Después en los tiempos del hambre, se llevó el flamenco hasta el valle del Rin y hasta las viñas francesas. Y en las calles de Madrid lo mató ETA mientras como policía daba escolta a los generales. En Sevilla en el siglo XVII protagonizó la revuelta de la bandera verde, en Granada en 1980 exigió por las calles el Estatuto de primera. El 28 de febrero gritó: ¡Viva Andalucía Libre! Y juró por el Estatuto cuando fue elegido concejal de su pueblo por un partido de la izquierda. Es el pastor que todavía fuma sobre la peña del río Trevelez, bajo el picón de Jeres. Es solitario y altivo. No sabe quién es, pero sabe que le miente quien dice que esta reforma soez y colonial del Estatuto está a la altura del tamaño histórico de su nación.
José Luis Serrano
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