y hallaste un fruto.
Buscabas una fuente
y hallaste un mar.
Buscabas una mujer
y hallaste un alma:
estás decepcionado.
Sin acción
no puedo vivir,
aherrojada a mi lira
moriría.
Mi lira es para mí lo más alto del mundo
y siempre le sería fiel
si no fuese yo un alma encendida.
El que, con uñas ensangrentadas,
no abre una brecha en el muro de lo cotidiano
(aunque al salir por él perezca)
no merece contemplar el sol.
(Traducción de Jesús Pardo)
Edith Södergran, nació en San Petersburgo en 1892, está considerada como la más importante poeta escandinava y ha sido comparada con Pound, Rilke o Rimbaud, y en la femenina con Emily Brontë o Emily Dickinson. Murió muy joven, a los 30 años, de una enfermedad heredada de su padre. Estuvo mucho tiempo postrada en la cama, y de ese dolor en el alma y cuerpo están impregnadas sus poesías, siempre con la presencia inquietante de la muerte.
La enterraron en el cementerio ruso de Raivola, junto al frambueso que crecía en su jardín, y como dijo ella "allá donde se esconden la llave de todos los secretos" y en su tumba escribieron: "Mira, esta es la orilla de la eternidad, aquí murmura la corriente que pasa, y la muerte toca en los arbustos su misma monótona melodía".
(Pintura de Julio Romero de Torres, Poema de Córdoba)
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