Casida de los aires azules
Aquellos aires azules, amor,
estallaron libres, como un clamor.
Trajeron gusto a limones
y efluvios de alcanfor.
Delirios, puras ensoñaciones…
Un misterioso brebaje embriagador.
Noticias de Oriente
y de un cándido soñador.
Sílabas, palabras tiernas
brotadas del desamor.
Plácidas letras deslavazadas,
amables, traslúcidas como el vapor.
Un allegado, típico, con vileza sentenció:
Ardides de trovador.
Una paloma vieja, grave, le censuró:
¡Envidioso! Brotaron, doy fe, del pundonor.
Aire suave de brillo cegador:
fair play, te lo ruego, respeta mi dolor.
Sí, confío a pies juntillas.
Ese aire fue heraldo del Hacedor.
Pero no me hieras, cariño,
con puñales de amor.
La ilusión quebranta mi alma, tan frágil,
como la deslealtad el honor.
Señales hay de sobra, primor.
No alberguemos temor.
Si tú consintieras, mi niña,
recitarte quisiera sonetos de amor.
Yo pondría mi hombro,
fatigado, mas aún con vigor.
Tendería alfombras a la luna
y retozaríamos bajo cerezos en flor.
¿Canjearía libertad por cariño?
Sopesaba, bajito, el soñador.
A golpes entrañó la palabra cautela.
Ya no es un esclavo del ardor.
Ay, Señor, pero esa niña…
José Urbano Priego © 2011
Publicado por JOSÉ URBANO PRIEGO
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