"Una de las leyes del Monte Análogo: para alcanzar su cima hay que ir de refugio en refugio. Pero, antes de partir de cada uno de ellos, existe el deber ineludible de preparar a los seres que habrán de ocupar el lugar que se abandona. Y sólo después de haberlos preparado se puede continuar el ascenso.
En consecuencia, antes de lanzarnos hacia un nuevo refugio hemos tenido que descender, para enseñar nuestros primeros conocimientos a otros buscadores..."
Los hombres-huecos viven en la piedra, se pasean por ella como cavernas móviles. Se pasean sobre el hielo como burbujas de forma humana. Pero no se aventuran por el aire, pues se los llevaría el viento. Poseen casas en la piedra, cuyas paredes están hechas de agujeros, y carpas en el hielo que tienen tela de burbujas. Durante el día permanecen dentro de la piedra, pero de noche vagan, vagan por el hielo y bailan a las luz de la luna llena. Jamás ven el sol, si lo hacen explotarían. El vacío es su único alimento, comen la forma de los cadáveres y se embriagan de palabras huecas, de todas las palabras huecas pronunciadas por nosotros. Hay quienes dicen que desde siempre han sido y por siempre serán. Y hay quienes dicen que son muertos. Y también están los que opinan que cada ser viviente posee su hombre-hueco en la montaña -en la misma forma en que la espada tiene su vaina, el pie su huella- y que al morir se juntan y forman uno solo.
En el pueblo de las Cien-casas vivía el viejo sacerdote-mago Kissé y su mujer Hule-hule. Tenían dos hijos, los gemelos a quien nada diferenciaba, llamados Mo y Ho. Su propia madre los confundía. Para distinguirlos, el día en que se les dieron los nombres colocaron a Mo un collar con una crucecita y a Ho un collar que llevaba un pequeño anillo.
El viejo Kissé tenía una gran preocupación silenciosa. Según la costumbre, su hijo primogénito habría de sucederle. Pero, ¿Quién era su hijo primogénito?
En la adolescencia, Mo y Ho eran consumados montañeros. Les apodaban los Atraviesatodo. Un día su padre les dijo: "Transmitiré el gran conocimiento a aquél que me traiga la Rosa-amarga, solo a ése.
La Rosa-amarga crece en la cumbre de los picos más elevados. Quema la lengua del que la ha comido cuando se prepara para decir una mentira, sea en voz alta o baja. Puede seguir diciendo mentiras, pero ya está prevenido. Algunas personas han visto la Rosa-amarga: por lo que cuentan, tiene un aspecto parecido a un gran liquen multicolor, o a un enjambre de mariposas. Pero nadie ha podido cogerla, pues el menor estremecimiento de miedo junto a ella la intimida y regresa al peñasco. Incluso si, aunque se la desee, se siente cierto miedo a poseerla, desaparece inmediatamente.
Cuando se habla de una acción imposible, o de una empresa absurda, se dice: "Es como pretender ver la noche en pleno día", o "Es como querer iluminar el sol para verlo mejor", y también, "Es como querer intentar atrapar a la Rosa-amarga" [..]
(Fragmento del libro El Monte Análogo de René Daumal, 1952. Se publicó cuando él ya estaba muerto).
Un libro fascinante, tierno, y que por lo menos a mí cuando lo leí la primera vez me hizo llorar, lo he releído y he vuelto a llorar. Poeta malditísimo, una figura, para mí, deslumbrante.
RENÉ DAUMAL (FRANCIA, 1908-1944)
Poemas suyos:
*.- La consoladora
El silencio agravaba la pérdida de un amigo,
Las llamas de las velas se cuajaban en flores
blancas,
Entonces yo me señalé con el dedo en los espejos.
Unos cajones se abrieron solos con la brisa de la
mañana,
Un sol hacía cálculos estúpidos babeando.
Una mujer con ojos de blanco marfil entró
Y me tendió los brazos sonriendo; poseía
En vez de dientes trozos de carne roja.
*.- de "Le Contre-ciel", 1936.
Yo soy la muerte, porque no tengo el deseo
No tengo el deseo porque creo poseer
Creo poseer porque no trato de dar
Tratando de dar, vemos que no tenemos nada
Al ver que no se tiene nada, uno trata de darse
Tratando de darse, uno ve que no es nada
Viendo que no se es nada, se desea llegar a ser
Deseando llegar a ser, se vive.
*.- La desilusión
Blanco y negro y blanco y negro
atención, quiero enseñaros a morir,
cerrad los ojos, apretad los dientes,
¡Clac!, ya veis, no es nada difícil,
no hay en esto nada asombroso.
Os hablo sin pasión
negro y blanco y negro y blanco,
¡Clac!, ya veis qué pronto se aprende,
os hablo sin amor,
y sin embargo bien sabéis…
(hay que llevar la evidencia hasta lo absurdo)
Blanco y negro y blanco y negro y negro y blanco,
si nuestras almas cambiaran sus cuerpos,
nada cambiaria,
por lo tanto no habléis más de cuerpos y almas.
Blanco, negro, ¡Clac! es lo único
que podemos concebir unido,
(¿no es cierto que no hay en esto nada trágico?)
Os hablo sin pasión
Blanco, negro, blanco, negro, ¡Clac!,
es mi eterno grito de moribundo,
ese grito blanco, ese agujero negro…
¡Oh! No entendéis nada,
ni tampoco existís
yo me encuentro solo para morir.