MENDIGOS |
El siglo XVI en España era la época de grandes emperadores y reyes como Carlos V y Felipe II, de importantes batallas como la de Lepanto y de artistas como Tiziano o el Greco. Pero también fue un siglo de pobreza y miseria para millones de personas. Eran los ‘vagamundos’, los famosos pícaros y mendigos que protagonizarían la literatura española del siglo de oro.
Víctimas de una de las mayores y más fuertes crisis económicas de la historia europea, poblaban las calles de las principales ciudades y recorrían el país en busca de suerte y pan. No tenían trabajo ni futuro, y eran la carne de cañón perfecta para las reclutas de la eterna guerra en Flandes y para los grupos de bandoleros que asolaban los caminos. Como hoy en día, resultaban peligrosos para las autoridades, y como hoy en día, éstas tomaron medidas trágicas para ‘limpiar’ sus ciudades de estos ‘molestos’ individuos.
Hace quinientos años Sevilla era una de las metas preferidas para estos mendigos. Era una de las ciudades más prósperas y grandes de Europa y la puerta a América. De hecho el único puerto de la inmensa monarquía hispánica (en la que no se ponía el sol) que tenía derecho a mantener una conexión regular con las colonias americanas. Eso suponía mucho dinero.
SEVILLA EN EL SIGLO XVI |
De allí llegaban cada año ingentes cantidades de oro y plata de las grandes minas de Potosí y Zacatecas que eran transportadas en grandes flotas de galeones, que a su vuelta al nuevo mundo llevaban mercancías y nuevos colonos. Por lo tanto, Sevilla era un imán para gente de todas partes y de toda clase. Para comerciantes, artesanos, militares, aventureros, aristócratas y, por su puesto, para los ‘vagamundos’.
Las calles de Sevilla, que como todas las calles europeas eran verdaderos focos de infección, basuras y excrementos, se llenaron de miles de personas sin hogar. Estos buscadores de fortuna acabaron por convertirse en un grave problema de orden público, ya que los mendigos poco tenían que perder y eran poco favorables a acatar la voluntad de las autoridades. De hecho, estas personas solían ser la primera chispa de las revueltas de una sociedad que vivía al borde de la miseria y que sentía poca estima por sus gobernantes.
LOS PÍCAROS DE MURILLO |
En octubre de 1581 los alguaciles sevillanos organizaron una gran redada con el objetivo de ‘limpiar’ las calles de mendigos. Cientos de ellos fueron apresados y conducidos a las bodegas de una flota de galeones que les estaban esperando. Su destino iba a ser trabajar de braceros en una de las zonas más inhóspitas del planeta, la llamada ‘Tierra de Fuego’ en el Estrecho de Magallanes, en el extremo sur del continente americano.
Hacinados en las tripas de estos inmensos colosos marinos, los prisioneros sufrirían unas condiciones pésimas. El calor, la humedad y la suciedad en las bodegas eran inevitables, así como el mareo y los excrementos de cientos de personas transportadas en contra de su voluntad y seguramente sin que supieran hacia donde se dirigían.
Pero daba igual, ya que nunca alcanzarían su destino. Una tormenta acabó hundiendo la flota y matando a los desafortunados viajeros. La mala suerte se cebó una vez más en el destino de estos pobres diablos, cuyo único delito era no tener dinero para vivir.