Las mujeres de Gustav Klimt están liberadas de tabúes sociales o sexuales, enseñan su cuerpo con sensualidad y con descaro. Las pinta desnudas vista de abajo hacia arriba, como mujeres fatales y no como una musa pasiva. Son mujeres pelirrojas, morenas o rubias y, todas, con poses insinuantes, con ojos entornados como en pleno orgasmo… Esta concepción del mundo y del cuerpo femenino es lo que lo hace tan atractivo para nosotras.
La Virgen, 1913. Gustav Klimt
La virgen es un punto de transición entre su época dorada y su época algo mas expresionista del final de su vida. Aquí una serie de formas femeninas parecen rotar enredadas alrededor de la figura principal, representando todas las fases del despertar sexual de la mujer.
La composición no es circular sino en espiral, para generar el movimiento hacia dentro de ella. Es una composición sencilla donde el encuadre de cerca le da toda la fuerza a la obra.
Cuando Klimt no trabajaba para ningún cliente dejaba su lado inofensivo y daba rienda suelta a su creatividad y a sus obsesiones. Sus mujeres entonces aparecen nada lánguidas, más bien peligrosas e intuitivas.
En la Virgen, la explosión de colores intensos (azul, amarillo, rojo, verde, violeta) adquiere también un valor simbólico, en alusión al estado psicológico de la joven.
La vemos sumida en el sueño, representado por la cabeza inclinada, los ojos cerrados y los brazos abiertos, pero el pintor no subraya esta vez tanto su abandono como su actividad onírica. Sueño y sensualidad se unen de nuevo y se materializan en las figuras lánguidas y provocativas, cuyos ojos, por el contrario, están bien abiertos, brotadas de la consciencia de la muchacha. Se trata de un universo exclusivamente femenino: la fantasía de la durmiente no se proyecta, pues, en un hombre, sino que se centra en sí misma, en el instinto y el poder que caracteriza a las mujeres klimtianas.
El pintor había previsto un pendant a la obra, La novia, pero murió antes de poder concluirlo, en 1918.