"La revelación me vino de Oriente"
Frase extraída de una carta escrita por Matisse en 1947
Que Matisse pasara el invierno de 1911 en Sevilla ya no es ninguna leyenda, es un dato más que fiable. Compartiendo habitáculo junto a su esposa Amélie en un hostal de la Plaza Nueva de la capital andaluza, y estudio con su amigo el pintor cántabro Francisco Iturrino, al cual le unía una gran amistad desde los tiempos que trabajaron juntos en el taller de Gustave Moreau .
Parece ser que todo este interés por lo oriental le vine a Matisse tras asistir a una exposición denominada "La lección de Oriente" en Munich. El maestro curioso y motivado por la indagación del fauvinismo alemán. Surgido en Dresde pocos años antes, de la mano de Kirchner, Nolde y unos cuantos más que no vienen al caso, se topó de repente con el arte oriental.
Y como no; de primera mano como si el mundo fuese entero un museo del Louvre busca el investigar, explorar, beber de esa corriente artística que tanto le influenciaría posteriormente en su obra.
Matisse se decide por Sevilla como puente de investigación entre París y África, se decide por ella al ser una ciudad de moda, impulsada quizás por ciertos artículos publicados por Juan Ramón Jiménez en la ciudad del Sena, en diarios y noticieros de tiradas célebres entre los círculos de vanguardia.
El interés por el arte islámico hace que nuestro curioso pintor y hombre de infinitos recursos levante anclas, como tantas veces en su vida, y se decida a descubrir de primera mano el arte andalusí. De aquí partió para la Alhambra, donde pasó varios días en la pensión "Villa Carmona". ¡Vaya parece que todo se me queda en casa!
El caso real que me concierne; es que se cuenta que Matisse tuvo que salir de Sevilla deprisa y corriendo debido a una repentina enfermedad de su esposa Amélie, dejando abandonados cuadros, dibujos y bocetos.
De todo esto nos ofreció testimonio directo el desaparecido recientemente pintor y Catedrático de Dibujo Natural de la Facultad de Bellas Artes de Sevilla; Don Miguel Pérez Aguilera.
Durante muchos años todo esto no fue más que una mera hipótesis, pues olvidada la corta estancia del ilustre pintor en Sevilla. Tan solo quedó en la capital la figura de Don Miguel, que se mantuvo expectante, reclamando los lienzos perdidos de Matisse. Indagó entre rastrillos, anticuarios, coleccionistas; Aún a sabiendas que podía ser más que probable que hubiesen terminados en la basura. Dado el desconocimiento del valor de las piezas y la carencia de cultura de vanguardia de sociedad sevillana.
Miguel Pérez Aguilera visitaba semanalmente el popular rastrillo del jueves, donde tantas veces se hallan restos históricos y verdaderas obras de arte sin un valor aparente al se le presupone en primera instancia. Recordemos los hallazgos del doctor Carriazo en piezas tartésicas o el recién hallazgo de un Goya, entre restos de lienzos rotos y de dibujos indescifrables.
De lo que realmente ocurriera ya todo es leyenda, pues no quedan testigos directos, tan solo ese hálito invisible que envuelve estas zonas del sur de Europa, tan dadas a dejarse dormitar confundiendo lo fantástico con las realidades. Los lienzos perdidos pasan a formar capitulo de las leyendas sevillanas.
Pero un momento; ¡Ojo! Que de repente aparecen dos bodegones fechados, catalogados y... como que creados en Sevilla; nada más y nada menos que en el museo del Ermitage en San Petersburgo.
Tituladas las obras; Interior I e Interior II, ambas fechadas en 1910-1911 y en Sevilla según el catálogo de Sophie Monneret. Parece ser que ambas obras fueron compradas por el amigo moscovita de Matisse; Sergei Shukin promotor de las vanguardias artísticas en París.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado, datos más que suficiente que avalaban el interés de Don Miguel a la busca y captura de las obras perdidas de Matisse. Que Matisse residiera en Sevilla es un hecho constatado, que se dejará atrás dibujos y obras acabadas pasa a formar parte de la leyenda.
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