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viernes, 31 de julio de 2015

RENÉ DAUMAL (FRANCIA, 1908-1944) - HECHOS MEMORABLES

Acuérdate de tu padre y de tu madre, y de tu primera mentira cuyo indiscreto olor se arrastra por tu memoria.

Acuérdate de tu primer insulto a los que te engendraron: la semilla del orgullo quedó sembrada, resplandeció la fisura quebrando la unidad de la noche.

Acuérdate de los anocheceres de terror en los que el pensamiento de la nada te arañaba el vientre, y volvía sin cesar para picotearte como un buitre; acuérdate también de las mañanas de sol en el cuarto.

Acuérdate de la noche de liberación en la que, al caer tu cuerpo suelto como un velamen, respiraste un poco del aire incorruptible; acuérdate también de los animales pegajosos que te han vuelto a aprisionar.

Acuérdate de las magias, de los venenos y de los sueños tenaces, querías ver, te tapabas ambos ojos para ver, pero no sabías abrir el otro.

Acuérdate de tus cómplices y de los fraudes en común y de ese gran deseo de salir de la jaula.

Acuérdate del día en que desgarraste la tela y te apresaron vivo, inmovilizado ahí mismo en la batahola de bataholas de las ruedas que giran sin girar, contigo adentro, cogido siempre por el mismo instante inmóvil, repetido, repetido, y el tiempo no daba sino una vuelta, todo giraba en tres sentidos innumerables, el tiempo se cerraba al revés ( y los ojos de carne sólo veían un sueño, sólo existía el silencio devorador, las palabras eran pieles secas, y el ruido, el sí, el ruido, el no, el alarido visible y negro de la máquina te negaba), el grito silencioso "Yo soy" que el hueso oye, por el cual muere la piedra, por el cual cree morir lo que nunca fue. Y tú no renacías a cada instante sino para ser negado por el gran círculo sin límites, todo pureza, todo centro, todo pureza salvo tú mismo.

Y acuérdate de los días que siguieron, cuando marchabas como un cadáver hechizado, con la certidumbre de ser devorado por el infinito, de ser aniquilado por la existencia única de lo absurdo.

Y acuérdate sobre todo del día en que querías arrojarlo todo, de cualquier modo. Pero un guardián vigilaba en tu noche, vigilaba mientras dormías, te hizo tocar tu propia carne, te hizo recordar a los tuyos, te hizo recoger tus andrajos.

Acuérdate del hermoso espejismo de los conceptos, y de las palabras conmovedoras, palacio de espejos construido en un sótano. Y acuérdate del hombre que vino y lo rompió todo, te tomó con su tosca mano, te arrancó de tus sueños y te obligó a sentarte sobre las espinas del pleno día. Y acuérdate de que no sabes recordar.

Acuérdate de que todo se paga, acuérdate de tu felicidad, pero cuando te trituraron el corazón, era ya demasiado tarde para pagar por adelantado.

Acuérdate del amigo que te tendía su razón para recoger tus lágrimas brotadas de la fuente helada que violaba el sol de primavera.

Acuérdate de que el amor triunfó cuando ella y tú supisteis someteros a su fuego ansioso, rogando morir en la misma llama.

Pero acuérdate de que el amor no es de nadie, de que en tu corazón de carne no hay nadie, de que el sol no pertenece a nadie, ruborízate al contemplar el cenagal de tu corazón.

Acuérdate de las mañanas en que la gracia era como una vara amenazadora que te conducía, sumiso, a través de tus jornadas, ¡bienaventurado el ganado bajo el yugo!

Y acuérdate de que entre sus dedos entumecidos tu pobre memoria dejó escapar el pez de oro.

Acuérdate de los que te dicen: acuérdate. Acuérdate de la voz que te decía: no caigas. Y acuérdate del placer equívoco de la caída.

Acuérdate, pobre memoria mía, de las dos caras de la medalla. Y de su metal único.      






René Daumal

HECHOS MEMORABLES (poesía negra, poesía blanca)
     

LO AJENO - CELIA GÓMEZ

Charles Courtney Curran (1935)


lo ajeno

el mar llama y yo escucho
quizás la total tristeza de la noche y sus habitantes,
quizás el corazón de un extraño.
contemplo lo ajeno y lo deshojo como una flor
que vuelve a nacer de su propia ausencia.

la sed me arrastra entre ecos nocturnos
en una incesante búsqueda de las visiones lejanas,
siluetas y metamorfosis de los gatos al amanecer.
pero el corazón está vacío.

mi cuerpo se derrumba de anhelo;
me he perdido en esta soledad cotidiana,
vagando sin rumbo por páramos de incertidumbre
al igual que un animal salvaje
dispuesto a abalanzarse sobre cualquier sangre,
un animal herido, un animal abandonado de la mano de dios.

no duraré mucho en este hogar de silentes huesos,
entre paredes que me aprisionan
en el recuerdo de las caricias que escapaban de nuestras pestañas.
pero ya no sé, de tu pecho rasgado, de tu voz soñada, ya no sé.

la quietud me invade como un metal en su último bosquejo;

sí, yo soy la palabra no pronunciada, la viruta de óxido
desprendida del olvido. ¿qué haré?
con estas ansias de salir del mapa, de saltar sobre nieve virgen,
de correr bajo la sombra
de las nubes éternelles. qué haré con esto.


© Celia Gómez, julio 2012


REMEDIOS LA BELLA - CIEN AÑOS DE SOLEDAD (GARCÍA MÁRQUEZ)

Delphin Enjolras


De Remedios la bella, personaje que Gabriel García Márquez perfila maravillosamente en Cien años de soledad, lo primero que se destaca es su belleza. El hecho de que García Márquez utilizara la palabra "bella" o no otras como "hermosa" o "preciosa" no es casual, ya que "bella" apunta etimológicamente a la belleza del alma. Para referirse a la belleza física se utiliza la palabra "hermosura". 

En efecto, a Remedios la bella se la describe como la criatura más bella que se había visto en Macondo. En un primer momento el lector puede caer en un error común y pensar que se refiere únicamente a una belleza física, pero después de leer algunas páginas encuentra la respuesta evidente: Remedios la bella debe su belleza física a la belleza de su alma.


Delphin Enjolras


Remedios la bella, siempre paseándose desnuda por su casa, sin ninguna malicia, evocando un tiempo en el que Adán y Eva iban desnudos, un tiempo de pureza absoluta, donde no había lugar para la maldad, porque la bondad más absoluta lo ocupaba todo. Eso es Remedios la bella, la bondad absoluta. Un ser lleno de belleza, ajeno al infinito número de pretendientes que la rodean y la increpan, muriéndose "por sus huesos". Los hombres quedaban completamente fascinados ante este personaje, caían rendidos a sus pies, dispuestos a emprender las locuras más tortuosas para conseguir una sola mirada.


Hasta el último instante en que estuvo en la tierra ignoró que su irreparable destino de hembra perturbadora era un desastre cotidiano. Cada vez que aparecía en el comedor, contrariando las órdenes de Úrsula, ocasionaba un pánico de exasperación entre los forasteros. 


Era demasiado evidente que estaba desnuda por completo bajo el burdo camisón y nadie podía entender que su cráneo pelado y perfecto no era un desafío y que no era una criminal provocación el descaro con que se descubría los muslos para quitarse el calor, y el gusto con que se chupaba los dedos después de comer con las manos. 


Lo que ningún miembro de la familia supo nunca fue que los forasteros no tardaron en darse cuenta de que Remedios, la bella, soltaba un hálito de perturbación, una ráfaga de tormento, que seguía siendo perceptible varias horas después de que ella había pasado. 


Una de las características más impresionantes de Remedios la bella es el olor que desprende:(...) "Hombres expertos en trastornos de amor, probados en el mundo entero, afirmaban no haber padecido jamás una ansiedad semejante a la que producía el olor natural de Remedios, la bella. En el corredor de las begonias, en la sala de visitas, en cualquier lugar de la casa, podía señalarse el lugar exacto en que estuvo y el tiempo transcurrido desde que dejo de estar."



Gabriel García Márquez. (Reflexión sobre "Cien años de soledad")




Se trata de la obra emblemática y de mayor reconocimiento del escritor colombiano más importante de todos los tiempos.


Fragmentos:


"La casa se llenó de amor. Aureliano lo expresó en versos que no tenían principio ni fin. Los escribía en los ásperos pergaminos que le regalaba Melquíades, en las paredes del baño, en la piel de sus brazos, y en todos aparecía Remedios transfigurada: Remedios en el aire soporífero de las dos de la tarde, Remedios en la callada respiración de las rosas, Remedios en la clepsidra secreta de las polillas, Remedios en el vapor del pan al amanecer, Remedios en todas partes y Remedios para siempre. Rebeca esperaba el amor a las cuatro de la tarde bordando junto a la ventana. Sabía que la mula del correo no llegaba sino cada quince días, pero ella la esperaba siempre, convencida de que iba a llegar un día cualquiera por equivocación".

***

"Remedios, la bella, se quedó vagando por el desierto de la soledad, sin cruces a cuestas, madurándose en sus sueños sin pesadillas, en sus baños interminables, en sus comidas sin horarios, en sus hondos y prolongados silencios sin recuerdos, hasta una tarde de marzo en que Fernanda quiso doblar en el jardín sus sábanas de bramante, y pidió ayuda a las mujeres de la casa. Apenas habían empezado, cuando Amaranta advirtió que Remedios, la bella, estaba transparentada por una palidez intensa. 
— ¿Te sientes mal? —le preguntó. 
Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa de lástima.
—Al contrario —dijo—, nunca me he sentido mejor.
Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerinas y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo la serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y que pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria".