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sábado, 16 de febrero de 2013

LAS MUJERES QUE NO AMABAN A LOS HOMBRES: EL BIOCENTRISMO


"Nosotros, a diferencia de la sociedad blanca, no desperdiciamos gente. Cada persona tiene un don".  Joe Medicine Crow, indio Crow.

ASIA Y LA SOCIEDAD DE LA ORQUÍDEA DORADA.


Los primeros jesuitas que llegaron al Japón quedaron "escandalizados" al ver la liberalidad con la que se vivía la sexualidad, especialmente las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, tanto mujeres como hombres. Todavía hay quien se escandaliza con las"estampas de primavera" (shungas) en las que se visualizaban las relaciones sexuales con total naturalidad, incluidas las homosexuales.

En China, algunas creencias budistas habían fomentado una imagen positiva del lesbianismo. Creían que dos personas podían estar casadas en varias vidas sucesivas, por lo tanto, el amor lésbico indicaba que dos almas fueron pareja heterosexual en otra vida y que el destino volvió a unirlas. Ying Shao, prefecto de Taishan hacia el año 190, afirmó que se conocía como dui shi el acto que “relaciona a dos mujeres entre sí como marido y mujer”. En la mismísima corte imperial se realizaban casamientos grupales de lesbianas y existían una suerte de clubes exclusivos para mujeres denominados Asociaciones de la Orquídea Dorada.


En esa época, las mujeres eran tratadas como sirvientas, las familias organizaban los matrimonios y no podían ni heredar ni ser titulares de ninguna propiedad. Pero en Guangdong la industria de la seda aumentó de forma notable. A menudo se contrataba solo a personas del sexo femenino, permitiéndoles así no sólo tener sus propios ingresos, sino también relacionarse entre ellas. A medida que empezaron a tener independencia económica, aumentó la práctica de la resistencia al matrimonio tradicional y prosperaron las socias de la Orquídea Dorada. Además, en la provincia también eran poco frecuentes tanto la tradición de los pies vendados, como la del infanticidio femenino. A esta sociedad acudían mujeres que deseaban formar una familia con otra mujer,casándose con ella.


Una vez formada la familia podían adoptar fácilmente, pues a la asociación acudían huérfanos o niños abandonados con la esperanza de ser adoptados. Se les consideraba como hijos propios y eran amados y educados como tal. Estas sí podían heredar de sus madres, proyectándose así la independencia económica a otra generación. En caso de enfermedad o muerte de una de las integrantes de la pareja, las demás mujeres de la asociación cuidaban de la superviviente, de su descendencia en caso de tenerla y de sus parientes.


LAS SADHIN DE LA INDIA.




Hasta la llegada de la colonización británica las relaciones homosexuales eran conocidas, practicadas y, a veces, divinizadas en la India antigua, sin que sus pobladores tuvieran gran preocupación ni rechazo hacia ellas. Al igual que en Japón o Persia la influencia occidental llevó a muchos hindúes a avergonzarse de una práctica que los colonizadores encontraban repugnante, lo que ha llevado a una destrucción sistemática de los muchísimos ejemplos de prácticas homosexuales esculpidos en los templos o a la "heterosexualización" de algunas figuras.

Los antiguos mitos de origen del hinduismo presentan con frecuencia antepasados andróginos o hermafroditas.
El Rig Veda (texto religioso hindú) dice que antes de la creación en el mundo no había diferencias, incluidas las de sexo y género.


Entre los muchos tipos de variantes de sexo y género de varones y mujeres, el más visible y culturalmente institucionalizado es el de los hijras, que no son «ni hombres ni mujeres». Han nacido hombres y por medio de una transformación quirúrgica ritual se convierten en una tercera categoría sexo/género. Pero poco se habla de las Sadhin. Surgieron a fines del siglo XIX entre los gaddi, población de pastores que vive al pie del Himalaya.


Las sadhin renuncian al matrimonio y se comprometen a ser célibes de por vida. No llevan ropas de mujer, sino las ropas habituales de los hombres, y llevan el cabello corto. No se considera que haya cambiado el género, sino que lo ha transcendido, es asexual. El rol de sadhin se reconoce públicamente cuando la sadhin adopta ropas masculinas y se le rapa la cabeza. Pese a su apariencia masculina, la sadhin sigue siendo socialmente una mujer en muchos aspectos, y conserva su nombre de niña que le impusieron cuando era pequeña. Pueden desempeñar tareas masculinas productivas de las que las mujeres suelen quedar excluidas (arar, segar, criar ovejas, procesar lana). También desempeñan trabajos femeninos. En ocasión de ceremonias en las que participa un sólo género, las sadhins adultas pueden sentarse con los hombres y también fuman la pipa de agua y cigarrillos, que son comportamientos claramente masculinos (excepto en funerales).



A diferencia de los hijras, las sadhin no tienen especiales roles rituales o de actuación en la sociedad, ni se considera que tengan poderes sagrados especiales, aunque son una especie de ascetas por haber renunciado a la sexualidad. El rol de sadhin da respuesta a los problemas culturales de una sociedad en la que el matrimonio y la maternidad son los únicos ideales femeninos.
A finales del siglo XIX, antropólogos anotaron la existencia de un rol social similar en Madrás, el de los basivi.


Ver el artículo entero aquí:

viernes, 15 de febrero de 2013

EL MIEDO - ALEJANDRA PIZARNIK


No [poder] querer más vivir sin saber qué vive en lugar mío 
ni escribir si para herirme la vida toma formas tan extrañas.


Remedios Varo, Mimetismo


en el eco de mis muertes
aún hay miedo.
¿Sabes tú del miedo?
sé del miedo cuando digo mi nombre.
Es el miedo,
el miedo con sombrero negro
escondiendo ratas en mi sangre,
o el miedo con labios muertos
bebiendo mis deseos.
Sí. En el eco de mis muertes
aún hay miedo.




jueves, 14 de febrero de 2013

LA OSCURIDAD SIGUE PLAGADA DE LUCIÉRNAGAS

El hombre y la mujer
lamiéndose el espanto del estruendo ..

Dominique Fortin
Sentir que hay
un amor feliz
enjaulado a punta de razones,
condenado a morir de inanición,
sin darse a nadie más
obseso de un rostro inevitable.



Pasar por días
de levantar la mano,
formar el gesto del reencuentro y arrepentirse.

No poder con el miedo,
la cobardía,
el temor al sonido de la voz.

Huir como ciervo asustado del propio corazón,
vociferando un nombre en el silencio
y hacer ruido,
llenarse de otras voces,
sólo para seguirnos desgarrando
y aumentar el espanto
de haber perdido el cielo para siempre.


G. Belli