Por más de cuarenta años no se tuvo idea de que pasó con la aeronave piloteada por el escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry. Un día 31 de julio de 1944 cayó al mar Mediterráneo.
En el año 2000 los investigadores Lino von Gartzen y Luc Vanrell localizaron el desaparecido avión, a ochenta metros de profundidad. Y el rompecabezas empezó a armarse. Una cosa llevó a la otra, se siguieron, claves, pistas y datos hasta dar, en el año 2008, con un anciano alemán de 88 años llamado Horst Rippert, un periodista deportivo jubilado. Él les contó la historia.
Corrían los días de la Segunda Guerra Mundial cuando Rippert —entonces un joven piloto alemán de 24 años— derribó un avión que cayó hundiéndose en el mar, cerca de la costa de Marsella, sobre el Mediterráneo.
"A los días de mis disparos dijeron que era Saint-Exupéry. Esperé y espero que no fuera él", les dijo.
Pero el piloto de esa nave sí era por desdicha el autor de: El aviador, Vuelo nocturno, Tierra de hombres, Piloto de guerra, El principito, entre otras obras.
Así murió el hombre que legó a la humanidad uno de los personajes más inspiradores y lúcidos de todos los que pueblan la vasta literatura terrícola.
Un año antes de que dispararan sobre su avión publicó su inmortal relato corto El Principito (1943), con dibujos de su propia factura. Una obra que ha sido traducida a más de 180 lenguas y dialectos, y es el segundo libro más leído del planeta, después de la Biblia.
Libro publicado en 1943 y escrito por Antoine de Saint-Exupéry, que narra la historia de un aviador perdido en medio del Sahara, que en la tarea de arreglar su avioneta averiada, se encuentra con un pequeño príncipe proveniente de otro planeta.
Y es en este encuentro donde se hacen amigos y donde el pequeño príncipe le comparte historias sobre el amor, el egoísmo y la maldad que la gente grande cree que es normal, pero que el principito se rehúsa a aceptar.
El Principito es una metáfora del sentido de la vida, la búsqueda de la felicidad y del amor. El extraordinario hombrecito que lo protagoniza le hace ver a otro de los protagonistas (el aviador) la estupidez humana, y la pérdida de la sabiduría, sencillez y sensibilidad de la infancia que padecen los adultos.
El Principito es una crítica a la pedantería y erudición baratas, a la tentación por lo oscuro, al afán de acumular poder. Este niño de melena color del trigo, sueña y es el único amo de sus sueños y de sus fantasías.
Es un poderoso símbolo político de libertad, de transparencia, de verdad.
FRAGMENTOS DEL LIBRO:
CAPÍTULO VI
Ah, principito ! así fui comprendiendo poco a poco tu pequeña vida melancólica. Por mucho tiempo no habías tenido por distracción más que la dulzura de las puestas de sol. Me enteré de este nuevo detalle el cuarto día a la mañana, cuando me dijiste:
- Me encantan las puestas de sol. Vamos a ver una puesta de sol.
- Pero hay que esperar.
- Esperar qué ?
- Esperar a que se ponga el sol.
Primero pareciste muy sorprendido, y luego te reíste de ti mismo. Y me dijiste:
- Siempre creo que estoy en casa !
En efecto. Cuando es el mediodía en Estados Unidos, el sol, como todo el mundo sabe, se pone en Francia. Bastaría poder ir a Francia en un minuto para asistir a la puesta del sol. Lamentablemente, Francia está demasiado alejada. Pero en tu planeta tan pequeño, te alcanzaba con correr tu silla algunos pasos. Y mirabas el crepúsculo cada vez que lo deseabas...
- Un día, vi al sol ponerse cuarenta y tres veces !
Y un poco más tarde agregabas:
- ¿Sabes? cuando se está tan triste a uno le gustan las puestas de sol.
- ¿El día de las cuarenta y tres veces estabas entonces muy triste? Pero el princípito no respondió.
****
CAPÍTULO XIII
El cuarto planeta era el del hombre de negocios. Estaba tan ocupado que ni siquiera levantó la cabeza cuando llegó el principito.
- Buen día – le dijo éste. – Su cigarrillo está apagado.
- Tres y dos son cinco. Cinco y siete doce. Doce y tres quince. Buenos días. Quince y siete veintidós. Veintidós y seis veintiocho. No tengo tiempo de volver a encenderlo. Veintiséis y cinco treinta y uno. Uf! Eso da entonces quinientos un millones seiscientos veintidós mil setecientos treinta y uno.
- Quinientos millones de qué ?
- Eh? Todavía estás ahí ? Quinientos un millones de... ya no sé... Tengo tanto trabajo ! Yo soy un hombre serio, no me entretengo con tonterías ! Dos y cinco siete...
- Quinientos un millones de qué – repitió el principito, que nunca jamás había renunciado a una pregunta una vez que la había formulado.
El hombre levantó la cabeza:
- Desde hace cincuenta y cuatro años que habito este planeta, no fui perturbado más que tres veces. La primera vez fue, hace veintidós años, por un abejorro que había caído de Dios sabe dónde. Producía un ruido espantoso, y cometí cuatro errores en una suma. La segunda vez fue, hace once años, por una crisis de reumatismo. Me falta ejercicio. No tengo tiempo de pasear. Soy una persona seria. La tercera vez... es esta ! Decía entonces quinientos un millones...
- Millones de qué ?
El hombre de negocios comprendió que no había ninguna esperanza de paz:
- Millones de esas pequeñas cosas que se ven a veces en el cielo.
- Moscas ?
- Pero no, de esas pequeñas cosas que brillan.
- Abejas ?
- Pero no. De esas pequeñas cosas doradas que hacen soñar a los holgazanes. Pero yo soy una persona seria ! No tengo tiempo para ensoñaciones.
- Ah! ¿estrellas?
- Sí, eso. Estrellas.
- Y ¿qué haces con quinientos millones de estrellas?
- Quinientos un millones seiscientos veintidós mil setecientos treinta y uno. Yo soy un hombre serio, soy preciso.
- Y ¿qué haces con esas estrellas?
- ¿Qué hago con ellas?
- Sí.
- Nada. Las poseo.
- ¿Posees las estrellas?
- Sí.
- Pero yo ya he visto un rey que...
- Los reyes no poseen, "reinan" sobre. Es muy diferente.
- ¿Y para qué te sirve poseer las estrellas?
- Me sirve para ser rico.
- ¿Y para qué te sirve ser rico?
- Para comprar más estrellas, si alguien encuentra.
Éste, se dijo el principito, razona un poco como mi borracho.
Sin embargo, siguió preguntando:
- ¿Cómo se puede poseer las estrellas?
- ¿De quién son? - replicó, gruñón, el hombre de negocios.
- Qué sé yo. De nadie.
- Entonces son mías, porque se me ocurrió primero.
- ¿Es suficiente?
- Desde luego. Cuando encuentras un diamante que no es de nadie, es tuyo. Cuando encuentras una isla que no es de nadie, es tuya. Cuando eres el primero en tener una idea, la haces patentar: es tuya. Y yo poseo las estrellas, puesto que nunca nadie antes que yo pensó en poseerlas.
- Eso es verdad – dijo el principito. – ¿Y qué haces con ellas?
- Las administro. Las cuento y las recuento – dijo el hombre. – Es difícil. Pero yo soy una persona seria !
El principito no estaba aún satisfecho.
- Yo, si poseo un pañuelo, puedo ponérmelo alrededor del cuello y llevarlo. Yo, si poseo una flor, puedo recogerla y llevarla. Pero tú no puedes recoger las estrellas !
- No, pero puedo invertirlas en el banco.
- ¿Qué significa eso?
- Significa que anoto en un papelito la cantidad que tengo de estrellas. Y luego guardo ese papel en un cajón con llave.
- ¿Y eso es todo?
- ¡Con eso basta!
Es divertido, pensó el principíto. Es bastante poético. Pero no es muy serio.
El principíto tenía sobre las cosas serias ideas muy diferentes a las de los adultos.
- Yo – agregó – poseo una flor que riego todos los días. Poseo tres volcanes que deshollino todas las semanas. Porque deshollino también el que está apagado. Nunca se sabe. Es útil para mis volcanes, y es útil para mi flor, que yo los posea. Pero tú no eres útil para las estrellas.
El hombre de negocios abrió la boca pero no encontró nada para responder, y el principíto se fue.
Los adultos son decididamente muy extraordinarios, se decía simplemente a sí mismo durante el viaje.
****
CAPÍTULO XX
Pero sucedió que el principito, habiendo caminado mucho tiempo a través de arena, rocas y nieve, descubrió por fin una ruta. Y todas las rutas van hacia los hombres.
- Buenos días – dijo.
Era un jardín florido de rosas.
- Buenos días – dijeron las rosas.
El principito las miró. Todas se parecían a su flor.
- ¿Quiénes son ustedes? – les preguntó, estupefacto.
- Somos rosas – dijeron las rosas.
- ¡Ah! – respondió el principito.
Y se sintió muy desgraciado. Su flor le había contado que era la única de su especie en el universo. Y he aquí que había cinco mil, todas parecidas, en un solo jardín!
"Ella estaría muy molesta – se dijo – si viera esto... tosería muchísimo y fingiría morirse para escapar al ridículo. Y yo estaría obligado a fingir que la auxilio, porque si no, para humillarme a mí también, se dejaría morir de veras..."
Luego continuó diciéndose: "Me creía poseedor de una flor única, y sólo tengo una rosa ordinaria. Eso y mis tres volcanes que me llegan a la rodilla, uno de los cuales posiblemente esté apagado para siempre, no hacen de mí ciertamente un gran príncipe..."
Y, tendido en la hierba, lloró.
****