En busca del tiempo perdido no es una novela editada en un solo volumen, sino que se compone de siete partes, publicadas en forma sucesiva a lo largo de 14 años, tres de ellas luego de la muerte de su autor.
Los siete volúmenes que componen En busca del tiempo perdido son:
* Por el camino de Swann.
* A la sombra de las muchachas en flor.
* El mundo de Guermantes.
* Sodoma y Gomorra.
* La prisionera.
* La fugitiva.
* El tiempo recobrado.
Marcel Proust prácticamente se recluyó en su casa para escribirlas entre 1908 y 1922, el año de su fallecimiento.
La primera parte, llamada Por el camino de Swann, tuvo que ser costeada por el propio Proust, ante el poco interés de las editoriales. Sin embargo, su éxito fue inmediato, y la segunda parte ( A la sombra de las muchachas en flor) fué publicada por Galimard y ganó el prestigioso premio Goncourt en 1919.
Desengaño y belleza. "En busca del tiempo perdido" es la manera artística en que Marcel Proust (1871-1922) nos recuerda que todo es finito, que el universo y la perpetuidad están en los detalles y de que solo nuestras ilusiones y sueños pueden aspirar a la eternidad.
Una lección magistral y cautivadora sobre el teatro que es la vida, sobre el simulacro que se necesita para que el mundo siga girando. A pesar, o gracias, a los corazones rotos.
Fragmentos sueltos:
"Que creamos que una persona es partícipe de una vida desconocida en que nos introduciría su amor, eso es lo que requiere el amor para nacer, y lo que más le importa y lo mueve a no tener muy en cuenta todo lo demás". (del volumen I)
"[...] no cabe duda de que pocas personas entienden el carácter puramente subjetivo de ese fenómeno que es el amor y que consiste en algo así como la creación de un apersona añadida, diferente de esa que lleva en sociedad el mismo nombre que nosotros y cuyos elementos proceden en su mayoría de nosotros mismos”. (del volumen II)
"[…] para dar a conocer la verdad no es necesario decirla, y quizá podamos captarla con mayor certidumbre, sin necesidad de esperar a las palabras y sin siquiera tenerlas mínimamente en cuenta, en mil señales externas e incluso en determinados fenómenos invisibles, que son, en el mundo de los caracteres, lo mismo que los cambios atmosféricos en la naturaleza física. Quizá podría haberlo sospechado, pues yo mismo, a la sazón, solía decir a menudo cosas totalmente ajenas a la verdad, mientras la daba a conocer mediante tantísimas confidencias involuntarias de mi cuerpo y de mis actos".
"[…] hay momentos en los que necesitamos salir fuera de nosotros y aceptar la hospitalidad del alma de los demás, a condición de que esta alma, por humilde y fea que nos parezca, sea un alma ajena". (del volumen III)
"[…] mi destino era no perseguir sino fantasmas, seres cuya realidad tenía yo, en buena parte, en la imaginación; hay personas, efectivamente, -y tal había sido mi caso desde la juventud- para quienes todo cuanto posee un valor fijo que otros pueden comprobar; el dinero, el éxito, las posiciones elevadas no cuenta; lo que necesitan los fantasmas. Por ello sacrifican todo lo demás, arbitran todos los medios y lo ponen al servicio de poder encontrarse con tal o cual fantasma. Pero éste no tarda en desvanecerse, entonces, persiguen a otro, sin que ello impida que vuelvan después al primero”. (del volumen IV)
"[...] por lo demás, los celos son una de esas enfermedades intermitentes de causa caprichosa, imperativa, siempre idéntica en el mismo enfermo y, a veces, diferente por completo en otro. (…) No hay celoso cuyos celos no admitan ciertas derogaciones. Hay quien consiente en que lo engañen con tal de que se lo cuenten; y otro, con tal de que se lo oculten; en lo cual no es aquél menos absurdo que este, ya que si a este lo engañan más, puesto que le esconden la verdad, aquél exige en dicha verdad el alimento, el crecimiento y la renovación de los sufrimientos que padece”. (del volumen V)
"[...] solo mediante el arte podemos salir de nosotros mismos, saber qué ve otra persona de ese universo que no es igual que el nuestro y cuyos paisajes habrían sido para nosotros tan desconocidos como los que puedan existir en la luna. Gracias al arte, en vez de ver un único mundo, el nuestro, lo vemos multiplicarse, contamos con tantos mundos a nuestra disposición como artistas originales hay, y son más diferentes unos de otros que los mundos que ruedan por el infinito y que, muchos siglos después de que se haya apagado la lumbre de que brotaban, ora se llamase Rembrandt, ora Vermeer, nos envían su particular rayo de luz". (vol. VII)
La lectura de esta novela atrae al lector no tanto por la historia que cuenta, sino por cómo lo hace, ya que Proust es capaz de hacer entrar al lector en su obra, lo atrapa porque une el lenguaje al sentimiento, convirtiendo leer en un espejo que nos permite ver nuestros propios sentimientos que acaban formando parte de la novela. Cada detalle lo alarga en su descripción porque quiere hacer visible cómo lo envuelve el sentimiento.
Tal como describe lo que rememora al saborear una magdalena, "esos bollos cortos y abultados que llaman magdalenas", y oler el aroma del té y describir como "me llevé a los labios una cucharada de té en la que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar me estremecí…".