En 1801 el oficial británico Thomas Bruce, que también era conde de Elgin, pidió permiso al sultán otomano que ocupaba Grecia para escarbar –no era otra cosa lo que sabía hacer- en el Partenón y sus alrededores. Guiado por esa codicia tan insaciable como abominable que algunos llaman patriotismo, pergeñó un plan para destrozar el mayor santuario de la civilización grecolatina: La Acrópolis de Atenas.
Lejos de organizar una excavación científica para restaurar las dañadas ruinas helénicas, Bruce pensó que lo mejor para preservar aquel incomparable patrimonio de la Humanidad, era robarlo, y se puso a ello. Con la excusa de hacer vaciados y reproducciones de esculturas, pinturas y relieves, el conde de Elgin se dirigió de nuevo al sultán en 1802 para que le diese más tiempo alegando la dificultad de la empresa: En 1803 los primeros frisos del Partenón esculpidos por Fidias salían de Grecia rumbo al domicilio del conde británico, después seguirían otros setenta metros y decenas de esculturas y relieves de otros templos de la acrópolis.
Arruinado Elgin por su vida de lujo y desenfreno, en 1830 vendió todo lo expoliado al Estado, quien desde entonces lo expone en una sala del Museo Británico.
No se trataban de esculturas que hubiesen aparecido a veinte metros bajo el suelo después de años de arduas búsquedas e investigaciones, no, eran los frisos que el más grande escultor de todos los tiempos, Fidias, hizo por orden de Pericles para el Partenón, que no está situado en la city londinense sino en la sagrada colina de la Acrópolis ateniense; no eran piezas desperdigadas o perdidas en los abismos de la mar océano, sino metopas que estaban en el mismo lugar y en el mismo edificio para el que las hizo el genio ateniense.
Aquello fue, y sigue siendo, un expolio incalificable que no ha sido rectificado como manda la justicia, el derecho de gentes y el respeto a la historia. Grecia, a quien debemos la democracia, la filosofía y el arte clásico, fue saqueada por los turcos, después por ingleses y alemanes, más tarde por norteamericanos que dispusieron que los Karamanlis y los Papandreu se turnaran pacíficamente en el poder salvo que los griegos quisiesen el retorno de los coroneles, siempre dispuestos allí también a darlo todo por la patria.
En 1953, Grecia perdonó a Alemania miles de millones de la deuda que el país que dio origen al nazismo ocasionó con la ocupación: Los nazis no sólo arrasaron el patrimonio monumental griego –que hoy sigue estando en los grandes museos de Berlín para sonrojo del mundo- sino que sometieron a la esclavitud a millones de griegos y pusieron toda la economía del país –de acuerdo con la burguesía nativa- al servicio de la causa hitleriana.
Cuando hoy el gobierno griego alude a esa deuda o al expolio al que ha sido sometida a lo largo de los últimos dos siglos por las potencias “democráticas” europeas, los gobiernos, las instituciones y los medios regimentales, haciendo gala de un desconocimiento y de una inmoralidad supina, lo tachan de irresponsable, populista y demagógico, cuando lo único que ha hecho es contar lo que pasó y exigir justicia.
Atenas -mal que les pese a los ignorantes que hoy, arrasando Grecia y a los griegos, tratan de dar un escarmiento a quienes seguimos creyendo que la democracia es el gobierno del, por y para el pueblo- está enclavada en ese país, y en ningún otro nacieron Anaxágoras, Empédocles, Anaximandro, Heráclito, Parménides, Diógenes, Herodoto, Demóstenes, Sócrates, Pitágoras, Homero, Sófocles, Platón, Tucídides, Pericles, Praxíteles, Lisipo, Mirón, Cresilas, Polícleto o Fidias.
Mientras en Alemania, Suecia, Inglaterra o Francia destripaban terrones y apenas sabían comunicarse con sonidos diferentes a los gruñidos o los golpes, en Grecia inventaban la democracia y creaban una de las cimas de la civilización universal, en muchos aspectos todavía no superada;
Mientras en la Grecia del siglo VI a.c. Parménides y Pitágoras descubrieron que la tierra era redonda y giraba sobre su eje, en la Europa del Cuatrocientos dominada por la Iglesia seguían hablando del abismo que se abría más allá de las Azores y un poco después, en 1600, quemaban a Giordano Bruno vivo en la hoguera por decir que la Tierra giraba alrededor del sol.
Durante más de mil cien años, desde la conversión de Teodosio al cristianismo hasta la aparición de las primeros luces del Renacimiento con Ficino, Ariosto o Picco de la Mirandola gracias a Averroes y los sabios de la Córdoba califal, reyes, nobles, militares y clérigos mantuvieron a su súbditos en la más absoluta de las oscuridades, negando como herejía todo lo que la civilización griega había aportado al mundo.
¿Es Grecia quien debe, o somos nosotros quienes se lo debemos casi todo a Grecia?
Desde el momento en que se supo que Syriza había ganado las elecciones en Grecia, eso que llaman “los mercados” y que no es otra cosa que el fascismo moderno, decidió que el pueblo se había equivocado.
Europa era una tierra armoniosa en la que sólo se oía –con esporádicas excepciones en España y algún otro país- el balar silencioso y resignado de los borregos y el grito silente de angustia de los excluidos.
Nada importaba que en España hubiesen ganado los neofranquistas, que promoviesen leyes ultramontanas, que devaluaran al país, que fuesen muy obedientes y dóciles con los fuertes y en extremo duros con los necesitados.
Nada que en Irlanda, país mimado por la UE y EEUU, se hubiese producido una quiebra bancaria sin precedentes, al fin y al cabo también sabían obedecer y callar para seguir viviendo del privilegio que da eximir de impuestos a las transnacionales contra la legalidad europea.
Nada que Alemania tuviese superávit a costa del déficit de los países mediterráneos.
Nada que Gran Bretaña se mantuviese fuera del euro para así poder seguir dirigiendo paraísos fiscales desde la city londinense.
El problema era que el pueblo griego se había equivocado y había que someterlo utilizando con toda crueldad la fuerza y el chantaje de la Troika.
En ningún momento de las negociaciones, ni al principio ni al final, pese a las cesiones que fue realizando el gobierno heleno, hubo voluntad de llegar a un acuerdo por parte de las “instituciones”, el plan era otro:
"Si aceptamos que Grecia tiene un gobierno democrático –se decían los de la Nomenklatura al servicio del gobierno global corporativo- y que la democracia es un sistema de gobierno legítimo aunque nosotros no necesitemos votos de ninguna clase, mañana tendremos otra Syriza en España, luego otra en Italia, otra más en Francia y quién sabe si en Alemania y el Reino Unido.
Hay que cortar el mal de raíz, y la forma de cortarlo es asfixiar y expoliar de nuevo al pueblo griego, cortar cualquier tipo de fluido financiero, permitir que los capitales salgan del país y amenazar con el hambre y el tormento eterno a quienes osen defender a sus pueblos."
En pocas palabras, durante los últimos meses hemos asistido a unas negociaciones inexistentes porque según la troika no había nada que negociar, sólo obedecer.
El gobierno Tsipras, aún sabiendo las condiciones, cedió hasta poner en peligro su subsistencia sin obtener casi ninguna concesión de Bruselas. Se trataba de hacer saber a todos los pueblos de Europa que la democracia, que las elecciones democráticas sólo tienen valor si ganan quienes aceptan la “doctrina del shock” y el sacrificio de sus pueblos en las aras del Dios Neocon, que no hay alternativa al ordeno y mando, empero, algo diferente hemos aprendido muchos, que esta Unión Europea ha muerto y que Grecia es el camino.