En Palmira (Siria), aún quedan beduinos que recuerdan a la legendaria condesa d’Andurain. Dicen que fue espía , amante de Lawrence de Arabia, que cabalgaba en su camello desnuda por el desierto, que casi murió lapidada en Arabia Saudí y que impuso su ley en el puesto militar cercano a las ruinas de la famosa ciudad de la reina Zenobia.
Jeanne Amélie Marguerite Clérisse, nacida el 29 de mayo de 1893 en Bayona, fue la hija menor de Maxime Clérisse, un respetable magistrado que llegó a ser juez del Tribunal de Bayona, y de Marie Diriart, miembro de una ilustre familia de notarios y médicos. De los cinco a los quince años recorrió un buen número de prestigiosas instituciones religiosas francesas. De todas fue expulsada; sólo las Ursulinas de Ondarribia (Guipúzcoa) consiguieron que completara el año escolar. Fue en este convento español donde sus compañeras la llamaron por primera vez Marga, nombre que adoptaría para el resto de su vida.
La extraña dama francesa, cuya vida escandalizó a la sociedad de su época tuvo un carácter díscolo desde niña, y su familia la hizo exorcizar en la catedral de Bayona.
Fue una mujer misteriosa, seductora y rebelde que desafió todas las convenciones sociales y encontró en la aventura su razón de existir.
Esbelta, de tez morena, rostro anguloso, cabello ligeramente ondulado recogido a la altura de la nuca, profundos ojos castaño oscuro y prominente nariz, Marga no era guapa pero cautivaba a los que la conocían por su simpatía y arrebatadora personalidad. A los diecisiete años era una joven con estilo, vestida siempre a la última moda de París (incluso en pleno desierto), y desenvuelta.
Tuvo algunos pretendientes pero acabaría casándose con un primo lejano, Pierre D’Andurain, doce años mayor que ella. Marga, con apenas dieciocho años, se lanzó del brazo de su flamante esposo a recorrer mundo. La larga luna de miel les llevó a España y Argelia, y de vuelta a casa decidieron probar fortuna en Argentina. Pierre pensaba comprar allí una buena finca y dedicarse a la cría de caballos pero la joven pareja tuvo que conformarse con sobrevivir como ganaderos en una desvencijada granja en medio de la pampa. Tras vivir una temporada en la Pampa, donde nació su primer hijo, Pío,al estallar la I Guerra Mundial,arruinados y despues de dos años de ausencia, regresaron a Francia. Pierre marchó entonces al frente, donde fue herido en combate en la Batalla de Verdún. Para entonces, Marga ya tenía muy claro que no podía contar con su marido, hombre indeciso y poco emprendedor, y que ella tomaría las riendas de los negocios.
En 1925, la oportuna herencia de su padre, que acababa de morir en Bayona, la animó a abandonar Francia y poner rumbo a un país exótico y cálido: Egipto. Su idea inicial era montar un salón de belleza en El Cairo. Para su hijo, Jacques d’Andurain, el precipitado viaje de su madre ocultaba otra realidad: Marga habría sido reclutada por el servicio de inteligencia británico para trabajar como espía o agente en El Cairo. El salón de belleza era sólo la tapadera para moverse sin llamar la atención entre las esposas de los oficiales británicos. “Mi madre viajó a Londres posiblemente antes de 1922 y allí fue confiada a madame Brimicombe, cuyo esposo daba clases de inglés en Oxford. Todo estaba previsto para que a su llegada a El Cairo alguien se hiciera cargo de ella, seguramente la viuda de un general británico, lady Graham”.
En El Cairo de los años veinte, los condes d’Andurain, como se presentaban en público (en realidad Marga se inventó ese título nobiliario para poderse mover a sus anchas en las altas esferas), disfrutaron de una intensa vida social. Marga consiguió un gran éxito con su salón de belleza Mary Stuart, adonde acudían ricas damas egipcias, esposas de oficiales británicos y algunos miembros de la realeza, como la esposa del rey Fuad I, la sultana Nazli Sabri y la hermosa princesa de ojos esmeraldas Fawzia, primera esposa del sha de Persia. La ciudad era un hervidero de espías, informadores y agentes dobles donde Marga se movía como pez en el agua. Un día, un encuentro aparentemente fortuito cambiaría de nuevo su destino. Una conocida del Sporting Club, la baronesa Brault, le invitó a un viaje en compañía del mayor W. F. Sinclair, jefe del servicio de inteligencia británico en Haifa (Palestina). Marga aceptó: “Una amiga me advirtió que me cuidara de las relaciones demasiado estrechas con los ingleses y me predijo que este viaje iba a ocasionarme la apertura de un dossier por parte del Deuxième Bureau…”.
Aquel temerario viaje por Palestina, Tierra Santa y Siria en compañía del mayor Sinclair ,con el que vivió un breve romance, comprometería seriamente su reputación en todo Oriente Próximo. Para las autoridades militares francesas destacadas en la región, la presencia de la condesa en compañía de un veterano oficial británico sólo tenía una explicación: se trataba de una peligrosa espía contratada por los servicios de información enemigos.
Cuando de la mano de Sinclair llegó a Palmira, etapa final del viaje, Marga descubrió que había encontrado el lugar de sus sueños: “Me sentí como una hija de esta tierra extraña”. A su regreso a El Cairo, no le resultó difícil convencer a su dócil esposo para que se trasladaran a vivir a Palmira, entonces una polvorienta y remota aldea donde residía un pequeño destacamento de oficiales franceses.
En 1930, Marga compró el único hotel de Palmira, un feo y abandonado edificio de cemento a medio construir pero con unas vistas magníficas al conjunto arqueológico. En los meses siguientes se dedicó a remodelar su hotel, al que bautizó con el nombre de Zenobia, contratar a los sirvientes y ganarse la confianza de los jeques beduinos. El hotel fue diseñado por el arquitecto madrileño Fernando de Aranda. Disponía de un amplio vestíbulo, una docena de habitaciones con altos techos y ventiladores de aspas, y un luminoso salón comedor. Su mayor atractivo era su agradable y sombreada terraza donde los clientes podían tomar un refresco utilizando como improvisadas mesas unos magníficos capiteles romanos esparcidos frente al hotel.
Marga encargó el mobiliario a un carpintero de El Cairo y llevada por la nostalgia se inclinó por sobrios muebles de estilo rústico vasco que le recordaban a su casa de Hastingues, Las Landas. En poco tiempo, el hotel Zenobia se convirtió en un auténtico palacio oriental en medio del desierto. Durante los años en que Marga estuvo al frente del hotel, de 1928 a 1936, recibió a ilustres invitados, entre ellos, la reina de Rumanía, el rey Alfonso Xlll de España, el dramaturgo francés Jean Giraudoux, la escritora suiza Annemarie Schwarzenbach y Walt Disney.
En 1933, la condesa decidió emprender su aventura más descabellada: ser la primera mujer occidental en entrar en la ciudad santa de La Meca. Para conseguir su propósito, Marga ( ya divorciada de su esposo Pierre, aunque seguían juntos al frente del hotel) se casó con un humilde camellero beduino de la aldea, Soleiman el Dekmari. El viaje de Marga a la ciudad santa del islam sería una auténtica pesadilla. Al desembarcar en el puerto de Yidda, a orillas del mar Rojo, fue descubierta por las autoridades locales y recluida en el harén del vicegobernador a la espera de que su esposo regresara de la peregrinación. Marga aprovechó su encierro para bordar pañuelos y enseñar a las esposas y concubinas algunos pasos de “fandango, vals y charlestón”. Su estancia en Yidda se complicó al ser acusada del asesinato de Soleiman, muerto en extrañas circunstancias, y fue encarcelada en los siniestros calabozos de la prisión de Yidda. Gracias a la intervención del cónsul francés Roger Maigret, se libró de morir lapidada pero fue expulsada del país y deportada a Francia el 15 de julio de 1933. (Esta aventura la haría famosa en toda Francia, donde en 1934 publicaría sus memorias en el periódico “Le Courrier de Bayone “.)
Pierre d’Andurain y su hijo Jacques se quedarían en Palmira al frente del hotel esperando su regreso. Marga tardaría un año en poder abrazar a Pierre y a su hijo tras un duro exilio en París, donde no dejó de proclamar su inocencia sobre todos los cargos que pesaban contra ella. A petición de Jacques, se volvió a casar con su esposo pero la felicidad de la pareja duraría poco. Una noche, el conde d’Andurain sería brutalmente asesinado en las cercanías del hotel Zenobia. Tras este trágico suceso, y convencida de que nunca se haría justicia, en 1937 la condesa abandonaría para siempre Siria.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Marga y su hijo vivieron en el París ocupado por los alemanes. Mientras la condesa se ganaba la vida traficando con opio, Jacques luchaba junto a sus camaradas de la Resistencia. Tras la liberación de París y deseosa de olvidar las penurias de la guerra, Marga se instaló con su hijo en la Costa Azul. Unos meses más tarde era detenida en Niza y trasladada a París, acusada de la muerte de su joven sobrino Raymond Clérisse. Una vez más, y a falta de pruebas, fue liberada.
El 5 de noviembre de 1948, la condesa Marga d’Andurain moría asesinada en su velero en Tánger, cuando se disponía a comprar oro en el Congo. Nunca apareció su cuerpo ni se conocieron detalles del crimen. Todo hace suponer que fue arrojada por la borda. Tenía cincuenta y cinco años. El final de su vida estuvo a la altura del resto.
Admirada por unos y calumniada por otros, Marga no dejó indiferente a nadie. Los calificativos que recibió en vida, “la reina de Palmira”, “la Mata-Hari del desierto”, “la condesa de los veinte crímenes” o “la amante de Lawrence de Arabia”, dan una idea de la fascinación que despertó esta mujer.
“Fue una aventurera , una mujer feminista y muy adelantada a su tiempo, que huyó de un mundo burgués, se creó su propio personaje y encontró su lugar bajo el sol del desierto sirio, entre los beduinos”
Del Libro Cautiva en Arabia de Cristina Morató.