Es terrible el miedo a uno mismo y más terrible estar solo. ¿A cuántas personalidades debo aspirar para dejar de hablar?
Dónde decirte
Si pudiera decirte tan sólo que las palabras
hacen daño y que tarde o temprano
se olvidan, no te lo diría.
Si supiera quererte como se ama
a quien no se tiene o está lejos,
te rogaría que me olvidaras.
Si hubiera una palabra más alta que la otra
donde decirte que las palabras
son como los hechos, te lo diría.
Pero dónde, dónde puedo encontrar
lo que nadie busca y existe,
si en nada ni en nadie creo.
Kepa Murúa, (Zarautz, País Vasco, 1962) es un poeta anómalo: independiente, clásico y vanguardista, lírico y comprometido con la realidad.
Kepa Murúa lo tiene claro, sabe de la existencia de autores alegres y extrovertidos, pero no es su caso, siempre ha encontrado refugio en la soledad y salta a la vista que, más allá de la charla afable, se reserva un espacio que sólo él habita, en el que me pregunto si habrá dejado entrar a alguien alguna vez.
Poemas que he escogido como sublimes, bellísimos:
El sueño último
Un sueño sucumbe dolido
con la memoria de algo que se pierde
irreconocible y lejano.
Es el día último, convencido de que cada palabra
Levanta el susurro que nos protege
del sufrimiento a la vuelta de la esquina.
Se tiene miedo a amar por hacer daño.
En un mundo miserable la mentira no tiene sentido.
Se teme al sufrimiento que se desconoce
y se utilizan las palabras como si fuera verdad
el engaño. Pero sólo los que hemos visto
el último sueño, vivimos por recordar
aquello que se pierde.
El deseo de llorar
Con el deseo de llorar a oscuras
las lágrimas no hay que recogerlas
con la lengua de una en una.
No hay que secarlas con las manos
Nerviosas cuando caen.
Hay que dejarlas que sigan su rumbo
hasta desangrarse en el inconsciente.
No, las lágrimas del amor
No son lágrimas si saben a uno.
Son agua como un deseo mil veces
perdido al tocarlas con los labios.
Son muerte y silencio compungido
con el temblor del cuerpo un día de lluvia.
Hay que llorarlas con su carga de odio.
Beberlas con el mayor de los desprecios
pero nunca de una en una,
sino con su sabor encerrado en la boca
guardarlas en la palma de la mano.
El grito
Ha sido en la mañana cuando la puerta
sonó con palabras que nos llevaron al miedo.
Ha sido después de dormir muy poco
cuando entraron las voces provistas de armas.
Ha sido todo muy rápido; parecían fantasmas
de sigilosa sombra, toros de sangre y de negro.
Ha sido cuando hablábamos como niños
temerosos de reír en alto.
Ha sido en la encrucijada del amor humano,
cálido y fértil cuando descansa.
Ha sido la mentira piadosa
que posamos en sus manos, el frío
del invierno en unos pies descalzos.
Ha sido el abrazo de un inesperado dolor
cuando callaron los candados de la puerta.
Ha sido como recurrir a la historia
leyéndola desnudos, creyéndolos forzados.
Ha sido la respiración, de tantos años juntos
de tanto amor lastimado. De tanto grito.
El baile de los ciegos
Cuando miro en tus ojos
una bandera engastada en el infinito
una ola sin fuerza en la orilla
y un atardecer gris sin sueños.
Cuando me acerco a tus ojos
peces boca arriba, palabras de odio
a punto de explotar a lo lejos.
Cuando en tus ojos me meto
Siento el disparo de una bala
que nunca sé dónde cae.
No tienen cicatrices tus ojos.
No hay cielo que toquen sus heridas.
Daño y dolor son al mismo tiempo.
Cuando sufro porque no encuentro
un mapa al descubierto
temblando como un ciego que camina
entre las ruinas de un edificio sombrío.
Cuando miro en tus ojos
lo que nadie se atreve a ver en los míos
una ceguera infinita.
(Todos los cuadros son de la pintora española contemporánea Ana María Pérez Alonso)