Google Translate

English plantillas curriculums vitae French cartas de amistad German Spain cartas de presentación Italian xo Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified

viernes, 29 de julio de 2011

EL LAÚD DE PLATA. PUBLICADO POR "PÁGINAS ÁRABES" Y QUE OS TRAIGO A MI BLOG PORQUE ES UNA PARTE DE NUESTRA HISTORIA Y LA LLEVAMOS EN EL CORAZÓN, A PESAR DE QUE INTENTARAN OCULTARLA....




Después que los Reyes Católicos conquistaron Granada a los moros, esa hermosa ciudad fue durante muchos años residencia habitual de los soberanos españoles. Pero una serie de terremotos asoló la región, derribando muchos edificios, con lo cual cundió el pánico entre los habitantes y los monarcas decidieron abandonar aquel lugar que consideraban peligroso, seguidos, naturalmente, por toda la Corte.
Así transcurrieron muchos, muchos años, sin que ningún personaje real pisara la ciudad. La Alhambra, aquella maravilla mora, quedó sumida en el más completo abandono, y la famosísima Torre de las Infantas, que en otro tiempo habitaran las bellísima Zaida, Zoraida y Zorahaida, se convirtió en el refugio de arañas, murciélagos y lechuzas, y sus cámaras y aposentos perdieron todo su brillo, así como sus jardines todo su esplendor.
Claro que al abandono de la Torre contribuían sin duda las muchas leyendas que sobre ella se contaban, siempre al oído y en voz baja. Se decía que, a menudo, por las noches se encendía una luz en la que fue habitación de la más pequeña de las tres princesas, y el espíritu de la tímida y dulce Zorahaida se paseaba por los pasillos y por las escaleras, sentándose en ocasiones a llorar su soledad y pulsando en otras su laúd de plata, al que arrancaba dulces y nostálgicas notas.


El tiempo, sin embargo, hizo borrar todos los recuerdos. Y un buen día, el entonces rey de España, Felipe V, el primero de la dinastía de los Borbones, decidió pasar una temporada en Granada, en compañía de su joven y bella esposa la reina Isabel, princesa italiana de la casa de Parma, célebre no sólo por su hermosura, sino también por su elegancia y su espíritu cultivado y refinado.
Los obreros realizaron a toda prisa su trabajo y pronto la Alhambra volvió a resplandecer como en sus mejores tiempos, para dar la bienvenida a la real pareja. Y el redoble de los tambores y los sones de las trompetas anunciaron con alegría la llegada de la comitiva regia, mientras los aposentos y las estancias se llenaban con el rumor de las voces de los cortesanos, el crujir de las sedas de los trajes de las damas y las pisadas de los guardias, mientras en los patios se oía el ruido de las armas y el piafar de los caballos.
Entre el séquito real habla un paje que se llamaba Ruiz de Alarcón. Era joven, contaba sólo dieciocho años, y era de noble cuna, descendiente de una aristocrática y linajuda familia. Además, era muy inteligente y avispado, y a esas cualidades se unía también un físico muy agradable por todo lo cual se había convertido en el paje favorito de la reina Isabel.
¡Y grandes habían de ser en verdad su inteligencia, su gracia y su belleza, para merecer la particular atención de la soberana que, como ya dijimos, poseía un espíritu culto y refinado, y habiendo tantos otros pajes jóvenes y de noble cuna en la corte!
Una mañana, se hallaba el paje paseando por los alrededores de la Alhambra, adiestrando al halcón favorito de la reina, cuando vio a un pájaro que se elevaba hacia el cielo desde las ramas de un árbol próximo.
El paje lanzó el halcón en persecución de la avecilla, pero ésta, con gran astucia, consiguió escapar mientras el halcón, satisfecho sin duda de sentirse en libertad, siguió volando tranquilamente. Al fin se posó en las altas almenas de una torre que se levantaba en el extremo de las murallas de la Alhambra.
El paje experimentó un gran sobresalto, porque sabía que la reina le reprendería muy severamente si regresaba sin su halcón preferido. Incluso, por ese incidente, podía perder el favor real. Por eso se apresuró a llegar al pie de la torre, que no era otra que la famosísima Torre de las Infantas. Descendió al barranco y subió después por el otro lado, pero no vio ninguna puerta ni ventana lo suficientemente baja por la que poder penetrar.
Sin embargo, estaba decidido a penetrar en la torre, y dio un gran rodeo por el lado que daba al interior de las murallas.
En aquella parte descubrió un pequeño jardín, rodeado de un cerco de cañas, por las que subían deliciosas y frescas enredaderas.
TORRE DE LAS INFANTAS, LA ALHAMBRA, SOROLLA


Decidido, cruzó un portillo y llegó hasta la puerta, pasando entre macizos de rosas y otras flores, que llenaban el aire con sus perfumes. Comprobó que la puerta estaba cerrada, pero, por una hendidura en la madera, pudo ver el interior, que le asombró por lo bien cuidado y por el encanto que de él se desprendía.
La puerta se abría sobre un saloncito de estilo moro, de paredes muy blancas y adornadas con finas columnas. En el centro había una hermosísima fuente de alabastro, rodeada de flores; a un lado se veía una jaula en la que se hallaba encerrado un pájaro, mientras, en una silla, dormitaba un gato que llevaba un primoroso lazo rosa atado al cuello, junto a un cesto de labor femenina. Allí podían verse ovillos de seda de distintos colores; y, apoyada en el respaldo de la silla, una guitarra.
Al punto acordóse Ruiz de Alarcón de las muchas leyendas que, desde que estaba en Granada, le habían contado acerca de princesas moras y otros cuentos maravillosos. ¿Sería quizá aquel gato una princesa hechizada por un mago envidioso de su belleza…? Pero al punto se rió de sus pensamientos y llamó suavemente a la puerta.
Nadie contestó a la llamada. Sólo, por un instante, le pareció que un rostro de mujer se asomaba a una de las ventanas que se abrían encima de la puerta. Pero fue tan corto ese instante, que casi no podía asegurar si la fugaz visión había sido fruto de su imaginación.
Por éso, viendo que transcurría el tiempo sin que ningún rumor llegase del interior, repitió la llamada, esta vez con mayor fuerza. Y de nuevo apareció el rostro de mujer en aquella ventana, y esta vez el paje pudo convencerse de que era realidad, y que pertenecía a una joven que apenas tendría quince años y de belleza excepcional.
El paje Ruiz de Alarcón, sobreponiéndose a la impresión que la hermosura de la joven le había hecho, se quitó el gorro de plumas que llevaba y, con él en la mano, hizo una graciosa reverencia.
- Perdonadme si os molesto, bella doncella, pero necesito que me permitáis entrar en la torre, para recoger un halcón que se ha posado en sus almenas.
- Imposible, señor -contestó la muchacha con dulce y encantadora voz-. Mi tía, con quien vivo, me tiene prohibido que abra la puerta a desconocidos.
- Por favor, os lo suplico, no desentendáis mi ruego. Soy uno de los pajes reales y ese halcón que se me ha escapado es el favorito de la reina. ¡No me atrevo a regresar a palacio sin llevarlo conmigo!
- ¡Oh, señor! Si sois uno de esos caballeros de la corte, aún menos puedo permitiros la entrada. Mi tía me ha advertido especialmente en contra de ellos.
- Y lo comprendo, porque existen malos caballeros, por desgracia. Pero yo no soy de esos, fijaos en mí: soy un sencillo paje, que perderá el favor de la reina y puede verse sumido en la desventura, si vos seguís negándome ese pequeño favor que con tanta humildad os solicito.
Por fin, el bondadoso corazón de la muchacha, se conmovió ante tantas súplicas y terminó abriendo la puerta al paje. ¡Eran tan amables sus palabras, tan educado su gesto, que no podía creer que fuese uno de los caballeros contra los que su tía la había prevenido! ¡No, imposible! ¿Cómo podía ser malo un muchacho tan gentil, tan amable…?
Cuando Ruiz de Alarcón vio a la muchacha ante él, después qué ella le hubo abierto la puerta, quedó todavía más admirado ante su belleza. Porque si perfecto y encantador era su rostro, aún más lo era su figura, y su andar grácil y suave le añadía un nuevo encanto.
«¡Es más hermosa que la más hermosa dama de la corte!», pensó el paje.
DAMA ANDALUZA ANTIGUA

Y en efecto, el traje andaluz que llevaba la muchacha le prestaba una, gracia que no podían igualar las mejores telas ni los brocados más valiosos, así como su pelo, cuidadosamente peinado y adornado con una rosa fresca y fragante, resultaba mucho más encantador que con los tocados más complicados o ricos.
Claro está que el paje apreció todos esos detalles en una sola ojeada. Le convenía apresurarse si quería coger el halcón. Y así, tras una breve inclinación ante la muchacha, subió a toda velocidad las escaleras de la torre.
Cuando bajó, con el pájaro en la mano, encontró a la joven sentada en el saloncito de estilo moro, devanando una madeja de seda azul. Pero en su turbación al verle de nuevo ante ella, el ovillo se le escapó de las manos, yendo a caer a los pies del paje.
Ruiz de Alarcón se apresuró a recogerlo, y doblando una rodilla en tierra, como si de una reina o de una princesa hija de reyes se tratara, se lo ofreció con una sonrisa.
Al punto aumentó la turbación de la muchacha, turbación que se convirtió en enojo cuando el paje depositó un beso en la mano que ella le tendía para recoger el ovillo.
- ¡Por favor, señor, os creía un caballero de bien! -exclamó.
- No os molestéis, hermosa doncella. En la corte, todos los caballeros bien nacidos besan la mano de las damas, como testimonio de su más profundo respeto y homenaje -se apresuró a explicar el joven Ruiz de Alarcón.
Así se tranquilizó de nuevo la muchacha, aunque seguía mostrándose turbada por la presencia del paje. Y ese, a su vez, a pesar de lo acostumbrado que estaba a los galanteos de la corte y a pesar de ser inteligente y avispado, se sentía también turbado ante el juvenil, fresco e inocente encanto de aquella hermosa jovencita.
Entonces, de pronto, cuando ya ambos comenzaban a hablar con menos cortedad, se oyó a lo lejos una voz que sobresaltó a la joven.
- Apresuraos, marchad enseguida, señor -exclamó-. ¡Marchad, os lo ruego, lo más rápidamente que podáis! Mi tía vuelve de misa, y se enojaría y me reñiría mucho si os encontrase aquí.
- Entregadme, os lo ruego, ésa flor que lleváis en el pelo. No quiero marcharme sin llevarme un recuerdo de vos. De lo contrario, quizá mañana pensara que vuestra hermosa imagen fue sólo un sueño, fruto de mi imaginación.
Separó ella la flor que adornaba sus negras trenzas y se la entregó.
- Tomadla -dijo-. Pero no os entretengáis, por favor.
Y el paje se apresuró a partir, después de haber prendido la rosa en su cinto y no sin antes volver a besar la mano de la encantadora Jacinta, que así se llamaba la muchacha.
Cuando la tía llegó a la torre, advirtió que su sobrina estaba agitada, y se apresuró a preguntarle qué le sucedía.
- Durante vuestra ausencia, tía, penetró un halcón en la torre -dijo Jacinta.
- ¡Qué atrevido! ¿Es que nuestro pobre pajarito no podrá estar tranquilo, ni aun dentro de su propia jaula…?
Fredegunda, la tía de Jacinta, era una solterona que, por sus muchos años y por haber vivido sola durante mucho tiempo, sentía una gran desconfianza y animadversión hacia todas las personas desconocidas, en especial si eran hombres, y más aún si eran caballeros de la corte, porque acerca de ellos había oído contar muchas historias.
Y ahora su desconfianza y sus continuos temores habían aumentado, al tener en su casa a su sobrina, huérfana de un noble oficial que murió en la guerra. Jacinta se había educado en un convento, y siendo huérfana también de madre, terminada su educación había pasado a vivir con su tía, la cual, precisamente por lo mucho que la quería, se sentía responsable de cuanto pudiera sucederle. ¡Apenas si le permitía salir de la casa una o dos veces a la semana, y siempre en su compañía, naturalmente, y aun para ir a la iglesia!
Pero las buenas gentes de los alrededores, al verla, habían quedado prendadas de su gracia y hermosura, hasta el punto que los campesinos, con esa imaginación poética tan generalizada entre los andaluces, le habían dado el sobrenombre de «La rosa de la Alhambra», y acerca de su belleza y encanto se hablaba en varias leguas a la redonda.
Esa explicación sobre el halcón, que su sobrina le dio, tranquilizó por completo a la buena señora. Y aunque desde aquel día oía a menudo rasgueo de guitarras en las frondas que rodeaban su casa, jamás pensó que las canciones, sentimentales en ocasiones, nostálgicas o románticas en otras, iban dedicadas a Jacinta. Pero así era en realidad.
El paje Ruiz de Alarcón no había olvidado a la muchacha. Y aunque ya no volvió a hablar con ella, se las ingeniaba para verla, aunque fuese desde lejos, y siempre que podía se acercaba a su casa para cantarle dulces canciones, que llenaban de ilusión y de felicidad el tímido corazón de Jacinta.
Los días pasaban sin que los dos jóvenes se dieran cuenta. Y el tiempo empezó a tejer ilusiones y esperanzas en sus corazones, que no querían reconocer el abismo social y jerárquico que les separaba.
Pero un día los monarcas decidieron dar por terminada su estancia en Granada. Y rápidamente se organizó la partida, que Fredegunda, curiosa, quiso ver, para lo cual dejó a su sobrina sola en la casa, no sin recomendarle, como siempre hacía, que no abriera la puerta a desconocidos.
Cuando ya todo el cortejo real hubo traspuesto las puertas de la ciudad, entre los aplausos de la multitud, que había colgado gallardetes y banderas en todos los balcones y ventanas, y entre redobles de tambores y sones de trompetas, la buena mujer regresó a su casa.
Pero, ¡cuál no fue su asombro al advertir que un hermoso caballo árabe piafaba inquieto, atado en el portillo de su propia casa, mientras en el jardín, un apuesto joven, vestido con el uniforme de los pajes reales, estaba arrodillado a los pies de su sobrina que, al parecer, le escuchaba con gran complacencia, encendidas de rubor las mejillas…
CABALLO ÁRABE ALAZÁN

El alazán, como si quisiera advertir a su amo de la presencia de la tía, lanzó un fuerte relincho y al punto el paje se levantó y, no sin antes posar delicadamente sus labios sobre la blanca mano de Jacinta, saltó sobre su caballo desapareciendo velozmente entre los árboles.
Fredegunda se disponía a reñir severamente a su sobrina, pero la muchacha se adelantó a su reprimenda, refugiándose en sus brazos, lanzando profundos sollozos, mientras ardientes lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
- Se ha ido, tía, se ha ido. ¡Jamás, jamás volveré a verle y mi corazón se morirá! -exclamaba, acongojada.
- Pero, ¿qué dices…? ¿De quién hablas…? ¿Y qué noticias te trajo ese joven que hace un momento estaba arrodillado a tus pies, para que así te desconsueles y aflijas? Vamos, vamos, hijita, cálmate y cuéntamelo todo…
- ¡Es él quien se ha marchado! Ese paje que hace un momento visteis arrodillado a mis pies, pertenece al séquito real y por eso ha tenido que marcharse con los reyes…
- ¿Y de qué conoces tú a ese paje…?
Jacinta se ruborizó, pero contó a su tía cómo había llegado a la casa, persiguiendo al halcón.
- No existen halcones más peligrosos que los caballeros del rey. Igual que ese paje ha hecho contigo, hacen concebir ilusiones a las jóvenes cándidas y después, cuando se marchan, las olvidan en pocas horas. No sufras, Jacinta. Olvídale también tú.
- Me ha prometido volver para casarse conmigo. Pero antes necesita que su padre dé el consentimiento para la boda… -afirmó Jacinta, en cuyos oídos resonaban todavía las promesas que Ruiz de Alarcón acababa de pronunciar.
- ¡No sueñes, sobrina, no sueñes! Tú eres una pobre huérfana, y aunque desciendas de noble familia, el padre de ese joven se opondría sin duda a la boda…, aun en el caso de que él la deseara.
Jacinta no insistió, porque su corazón se aferraba a la esperanza. Sin embargo, al paso de los días, esa esperanza fue cada vez más y más débil. Después, los días se fueron transformando en semanas, y las semanas en meses… sin que recibiera ninguna noticia del paje.
Llegó el otoño, con todo su cortejo melancólico, y después el invierno, que hizo bajar casi hasta el valle las nieves de la Sierra. Y también pasó el invierno y se anunció con alegría la primavera en las flores, en los jardines, en el cielo, en la ciudad toda… mientras en el corazón de Jacinta seguía siendo invierno y la muchacha estaba cada día más pálida, cada día más triste…
Ya no la interesaban sus labores, ni la distraía el melodioso canto del pájaro en su jaula, ni la entretenían los jugueteos del gato que ronroneaba a sus pies. Y tampoco tañía nunca la guitarra, que era antes su pasatiempo favorito.
Una calurosa noche, cuando hacía ya rato que su tía dormía apaciblemente, la muchacha, desvelada, se sentó junto a la fuente y allí evocó una vez más el recuerdo de aquella inolvidable mañana, en la que hasta ella había llegado el paje Ruiz de Alarcón, en pos del halcón.
MUCHACHA MORISCA

También evocó aquella otra mañana, tan triste, en la que se despidió, y las promesas que entonces le hizo. Promesas que no se habían visto cumplidas… Tan desdichada se sentía la pobre Jacinta, que las lágrimas brotaron de sus ojos y, corriendo por sus mejillas, cayeron sobre la fuente.
Poco a poco, las tranquilas aguas de la fuente comenzaron a agitarse y a burbujear, cada vez con mayor intensidad. Cuando Jacinta lo advirtió, se sintió presa de un extraño temor, que aumentó cuando, saliendo de entre las aguas, fue apareciendo ante su vista la figura de una joven de extraordinaria belleza y ricamente ataviada a la usanza mora.
Desconcertada ante aquella aparición, echó a correr y se encerró en su habitación, muy nerviosa y agitada. Y a la mañana siguiente se lo contó a su tía. Pero Fredegunda lo juzgó simple imaginación.
- Seguro que te quedaste dormida mientras pensabas en la historia de las tres princesas moras que antaño habitaron esa torre -le dijo.
- ¿De qué historia habláis, tía? No recuerdo ninguna historia de tres princesas moras… -afirmó Jacinta.
- Pues estoy segura de habértela contado hace ya tiempo. Es la historia de las tres princesas Zaida, Zoraida y Zorahaida, hijas del rey moro de Granada, Mohamed. Su padre las mantuvo durante mucho tiempo encerradas en esa torre hasta que al fin, un día, ellas decidieron fugarse con tres caballeros cristianos, pues cristiana habla sido también su madre. Pero en el último instante, la menor, que era extraordinariamente tímida y apocada, sintió miedo y se quedó en la torre, donde murió de nostalgia poco tiempo después. Durante muchos años las gentes afirmaron que su espíritu seguía habitando la torre…
- Sí, ahora recuerdo perfectamente la historia -dijo Jacinta-. Y recuerdo también que cuando me la contasteis, tía, lloré pensando en la suerte de la pobre princesa Zorahaida.
-No me extraña que llorases -siguió diciendo Fredegunda-, porque el caballero cristiano con el que Zorahaida no llegó a fugarse, fue precisamente un antepasado tuyo, que ya de regreso, a su país, aunque muy acongojado al principio, fue poco a poco reponiéndose de su tristeza y terminó casándose con una noble dama española. Y de ellos desciendes tú.
Aquella conversación que había mantenido con su tía, llevó a Jacinta al convencimiento de que no había sufrido una alucinación, sino que realmente se le habla aparecido la figura de la princesa Zorahaida.
«Fue una muchacha dulce y tímida, y no he de temerla. Esta noche volveré a la fuente a medianoche y quizá se me aparezca de nuevo», se dijo
Y así lo hizo.
Hacia la medianoche, cuando, como el día anterior, su tía dormía ya profunda y tranquilamente, se sentó en el saloncito de estilo moro, junto a la fuente.
Y en efecto, apenas acababan de sonar las doce en el reloj más próximo, cuando de nuevo burbujearon las aguas y se abrieron, para que de entre ellas surgiera la figura de la hermosa princesa mora, ricamente ataviada, luciendo joyas valiosísimas y llevando entre las manos un laúd de plata.
PRINCESA MORISCA ZORAHAIDA

Jacinta sintió, como la noche anterior, un primer impulso de echar a correr y refugiarse en su habitación. Pero se dominó, al ver cuán triste era la mirada de sus bellos ojos y también al oír su voz dulce y lastimera.
- ¿Cuál es la pena que te aflige, joven hija de los mortales? -le preguntó-. ¿Por qué lloras? Tus lágrimas turban las aguas, en las que descansa mi espíritu encantado, y tus suspiros y tus lamentaciones me impiden el reposo.
- Lloro y me aflijo por el abandono y el olvido de un joven paje.
- Tranquilízate y deja de llorar, hermosa niña. Tus penas todavía pueden tener remedio. Como sin duda ya sabes, yo soy una princesa mora que, como tú, lloró durante mucho tiempo la pérdida de su felicidad. Pero no por traición u olvido de mi caballero, sino porque me faltó el valor de abandonar esa torre. Se trataba de un antepasado tuyo, precisamente, y quería llevarme con él a su tierra, para que allí me bautizara y hacerme después su esposa. Y yo lo deseaba, ¡oh, sí! Deseaba ser su esposa, pero aún más deseaba convertirme a la religión cristiana, que había sido la religión de mi madre. Pero tuve miedo, ya te lo dije. Por eso ahora los genios maléficos tienen poder sobre mí y permaneceré encantada bajo esas aguas, en tanto una muchacha cristiana, joven como yo y de corazón puro, quiera romper el hechizo. Dime, ¿quieres tú ayudarme?
- Sí, sí, ¡claro que quiero! -respondió Jacinta, sin la menor vacilación
- No te arrepentirás, porque yo a mi vez te ayudaré también con todas mis fuerzas. Ven, acércate, no temas. Coge agua de esa misma fuente y con ella bautízame según ordena tu religión. Así seré libre, por fin, del hechizo que me encadena desde hace siglos.
Jacinta obedeció las indicaciones que le daba la princesa mora y recogiendo un poco de agua de la fuente, la echó sobre el pálido y bellísimo rostro de aquella espectral figura, mientras pronunciaba las palabras sacramentales.
Al punto, aquel rostro pálido adquirió todavía una mayor belleza, porque se llenó de dulzura y paz. Dejando caer el laúd de plata a los pies de la muchacha andaluza, cruzó los brazos sobre el pecho y, lentamente, se fue difuminando en la noche.
Jacinta, trémula y llena de asombro, abandonó corriendo el saloncito y se encerró en su habitación. Pero aquella noche apenas pudo dormir. Sus sueños estaban poblados de pesadillas y de figuras que aparecían y desaparecían. Por fin, a la mañana siguiente, lucía de nuevo el sol en todo su esplendor y ella se apresuró a levantarse, para ir al salón y comprobar si realmente había podido salvar a la princesa mora de su encantamiento, o todo habla sido un sueño.
Al llegar, el laúd de plata, apoyado contra una de las columnas de la fuente de alabastro, le demostró la realidad de lo sucedido. Entonces fue en busca de su tía, apresurándose a contarle todo lo que había pasado y, como confirmación a sus palabras, le mostró el laúd de plata, con lo cual la buena señora tuvo que admitirlas como ciertas.
Entonces Jacinta pulsó con mano trémula aquel bellísimo instrumento y el asombro de ambas creció al advertir que la música que salía de sus cuerdas, era dulcísima y embriagadora.
- ¡Ese laúd es algo extraordinario! -exclamó Fredegunda, llena de admiración.
A partir de aquel día, Jacinta, aunque seguía recordando a su paje, sintió que su pena se suavizaba y la nostalgia huía de su corazón en cuanto pulsaba el laúd. Por eso lo tocaba muchas horas cada día, sin advertir que sus notas maravillosas hacían detenerse frente a la Torre a cuantas personas pasaban por las cercanías, hasta el punto de que la fama de la bella Jacinta y su extraordinario laúd de plata, fue extendiéndose por toda la comarca. ¡Incluso los pájaros cantores y de más armonioso trino, callaban para escucharla!
Pronto no fueron sólo los habitantes de Granada los que se extasiaron con la música de Jacinta. Su fama llegó a muchas otras ciudades y de todas partes comenzaron a acudir caballeros y damas, que deseaban oírla y que incluso le rogaban que acudiera a sus palacios cuando celebraban alguna fiesta, para deleite de los invitados. Y así fue como Jacinta salió por fin de su retiro, aunque siempre acompañada por su tía y recorrió palacios y ciudades, aldeas y mansiones señoriales, siendo festejada y honrada por todos.
Málaga, Córdoba, Sevilla, Almería…, todas las ciudades la acogieron con alegría y la llenaron de elogios. Muchos caballeros principales la pidieron en matrimonio. Pero ella no hacía caso de ninguno. Aunque, como ya dijimos su tristeza y su melancolía habían desaparecido, gracias a la poderosa virtud de la música del laúd de plata, su corazón seguía fiel al paje que la había olvidado y no podía interesarse por nadie más.
Precisamente por aquellos tiempos, el rey Felipe V fue presa de una extraña enfermedad que los médicos se sentían incapaces de aliviar. El monarca sufría unas jaquecas muy extrañas, que le sumían en un profundo sopor, y se pasaba días enteros sin interesarse por los asuntos del reino ni por ninguna otra cosa. Sólo parecía experimentar algún alivio oyendo música y por eso la reina había contratado los servicios del mejor grupo instrumentista del mundo, así como también los del cantante italiano Farinelli.
Hasta que un día, después de una jaqueca, más fuerte que todas las anteriores, que le había tenido casi inconsciente durante largas horas, el rey fue presa de una manía que le hacía afirmar que se había muerto y reñía a sus cortesanos y a sus médicos, porque no se apresuraban a darle sepultura.
Lo mismo la reina que los ministros estaban desconcertados y no sabían qué hacer. ¡La autoridad del rey era máxima y todo el mundo le debía obediencia! Pero, ¿cómo podían ellos cumplir esa orden, si no estaba muerto, sino vivo…? La reina, sobre todo, que amaba entrañablemente a su regio esposo, se pasaba las noches en vela, tratando de encontrar una fórmula para solucionar tan delicado problema, mientras emisarios suyos recorrían todos los países, en busca de los mejores médicos, confiando siempre que alguno lograrla por fin curar al rey.
Hasta que alguien habló a la reina de las maravillosas virtudes de la música que ejecutaba una joven andaluza. Como es de suponer, al punto se enviaron emisarios en su busca, con el ruego de presentarse en la corte lo más rápidamente posible y así, pocos días después, la bella Jacinta, acompañada de su tía, traspasó la puerta real, siendo recibida por la soberana.
Isabel quedó muy sorprendida al comprobar personalmente la belleza y el encanto, así como también la juventud de la muchacha, y cuando Fredegunda le explicó que, aunque había vivido humildemente durante su infancia, sus antepasados fueron todos de noble cuna y su padre había muerto peleando valientemente en defensa del rey, se sintió muy complacida.
- Si la fama de que vienes precedida es cierta -dijo entonces la reina dirigiéndose a la muchacha- y si con tu música consigues aliviar al rey de sus extraños males, en adelante quedarás bajo mi protección y te colmaré de honores y riquezas.
Y ya sin perder más tiempo, deseosa de comprobar el efecto de la música de Jacinta sobre el espíritu del rey, se apresuro a conducirla personalmente hasta la cámara real.
La hermosa Jacinta se quedó muy impresionada al entrar en la cámara. Porque por orden expresa del rey, que nadie se había atrevido a desobedecer, su cámara había sido adornada con inmensos cortinajes negros y alumbrada con altos velones de cera amarilla, todo lo cual contribuía a darle un aspecto tétrico. En el centro, había una especie de lecho o catafalco, también completamente cubierto con colgaduras negras, y sobre el cual reposaba inmóvil y con las manos cruzadas sobre el pecho, el rey.
La reina, al entrar, hizo señas a los caballeros que había en la estancia de que no hicieran el menor ruido y después indicó a Jacinta un taburete bajo que había en un rincón, haciéndole comprender su deseo de que se sentara y comenzara en seguida a tocar su laúd de plata.
La muchacha estaba tan nerviosa y emocionada, que al principio sus dedos se movieron vacilantes pero, poco a poco, su mano se fue afirmando y pronto arrancó de las cuerdas armonías tan suaves, tan perfectas y tan maravillosas, que todos los presentes se sintieron transportados al reino de la música. Al principio el rey no se movió. Aquella música suave y dulce, le hizo pensar quizá que se encontraba ya en el cielo y que eran los ángeles los que así tocaban. Sin embargo, una sonrisa plácida apareció en su rostro, lo cual llenó de esperanzas el corazón de la reina.
Después de haber tocado varias piezas melódicas y suaves, Jacinta inició la ejecución de una balada, que exaltaba las glorias de la Alhambra y las victorias de los valientes soldados españoles frente a los no menos valientes guerreros moros. Y el recuerdo de la Alhambra iba tan unido al del paje Ruiz de Alarcón, que la muchacha pulsó las cuerdas con toda su alma y las notas vibrantes, llenas de sentimiento, llenaron por completo la estancia, sobrecogiendo a todos los presentes…, ¡y el propio rey se levantó de un salto, ordenando impaciente que al punto le trajeran su espada y su escudo, y abrieran las ventanas de la habitación, para que por ellas entrara el sol y el aire!
BATALLA DE ALCACER QUIBIR

¿Es preciso decir que aquella orden del monarca fue recibida con agrado por todos los presentes…? Mientras varios criados se apresuraban a ejecutarla, la reina, vivamente emocionada y con lágrimas en los ojos, abrazaba a su esposo quien, a su vez, la abrazó también con gran ternura, afirmando que se encontraba bien.
Después de ese primer momento de alegría, todos se volvieron hacia la artista que con su laúd de plata había hecho posible esa curación. Y entonces advirtieron que, llevada ella también de la emoción que había conseguido imprimir a su música, había sufrido un desvanecimiento y hubiese caído al suelo de no haberla recogido a tiempo los fuertes brazos del paje Ruiz de Alarcón.
Cuando se repuso por fin de su desmayo, el paje, en presencia de la propia reina, se apresuró a justificarse del aparente olvido en el que la había dejado.
- Mi padre se opuso terminantemente a la boda, apenas le hablé de ello -afirmó-. Durante meses y meses he insistido una y otra vez, pero todo es inútil. ¡Incluso llegó a prohibirme por completo que mantuviera ninguna relación contigo! También quería concertar mi matrimonio con una damisela de alta alcurnia, pero eso, ¡no! Como buen hijo puedo y debo obedecerle, ¡pero jamás me casará con otra muchacha!
A Jacinta todas aquellas palabras le parecían un sueño. Y su felicidad aumentó cuando la reina se decidió a intervenir.
- Ya te dije, hermosa Jacinta, que si lograbas curar al rey de su melancolía y de sus manías, te llenaría de honores y riquezas. Pues lo haré, no lo dudes. Y serán tantos y tan alto también el puesto que, a partir de ese mismo instante, ocuparás en la corte, que el noble padre de mi paje no sólo admitirá gustoso vuestra boda, sino que incluso la deseará con toda su alma.
Y así fue.
Poco tiempo después se celebró la boda, con gran esplendor y magnificencia y apadrinada por los propios reyes, con lo cual se inició para Jacinta y su esposo una vida llena de venturas y felicidades.
¿Y el laúd…? ¿Qué fue del laúd de plata…?
Durante algún tiempo el laúd permaneció en la morada de Jacinta y Ruiz de Alarcón, pero ellos, en su felicidad, llegaron a olvidarlo. En realidad, ¿para qué necesitaban música alguna, ni canciones, si sus corazones estaban siempre llenos de alegría…? Y según cuenta la tradición, un día, lo robó el cantante Farinelli, envidioso del poder de aquella música y se lo llevó con él a Italia, su patria. Pero a su muerte sus herederos, que ignoraban por completo el maravilloso poder, de aquel laúd, lo destruyeron, fundiendo la plata y entregando las cuerdas a un fabricante de violines de Cremona.

¡Y también se dice, aunque nadie pueda afirmarlo, que ésas fueron las cuerdas que estaban en el violín que tanta fama dio al gran Paganini !


Fuentes:
Del Libro La Leyenda de la Rosa de la Alhambra  de Washington Irving

jueves, 28 de julio de 2011

A PROPÓSITO DE LAS NOVELAS DE BUKOWSKI - DE AMOR Y SEXO: MUJERES



En 1978 aparece la tercera novela de Charles Bukowski, que se había empezado a fraguar a principios de 1976 y cuyo título inicial iba a ser Historias de amor de la hiena. Finalmente aparecerá con el nombre más genérico de Mujeres. La novela gira en torno a las relaciones personales. 




En este libro sigue estando presente el escritor inmaduro, irresponsable y borracho que ya conocíamos por sus primeras novelas y sus relatos cortos. En esta ocasión Bukowski nos relata las aventuras y desventuras de un Chinaski que ya ha saboreado las mieles del éxito como escritor y que empieza a conocer el lado negativo de la fama. La historia central gira en torno a las relaciones afectivas y sexuales del escritor. Tras un período aproximado de unos cuatro años en el que no ha tenido ninguna relación sexual o amorosa (“Yo tenía cincuenta años y no me había acostado con una mujer desde hacía cuatro.”), conoce a una chica y entablan una relación de pareja. 

A partir de este momento, las mujeres se suceden en su vida a un ritmo vertiginoso. A lo largo de la obra, Chinaski mantiene relaciones sexuales con veinte mujeres distintas. Las hay que sólo quieren sexo, pero otras quieren algo más: “Y sin embargo, las mujeres, las buenas mujeres, me daban miedo porque a veces querían tu alma, y lo poco que quedaba de la mía, quería conservarlo para mí.”, señala Henry Chinaski. Al mismo tiempo, Chinaski nos habla de sus lecturas poéticas en las universidades americanas, de su relación con otros escritores, de las cartas que recibe diariamente de sus seguidoras, de sus citas a ciegas con mujeres que vienen desde la otra parte del país para conocer cara a cara al escritor que las ha deslumbrado con su poesía y su prosa o de los ratos que pasa en el hipódromo, apostando o simplemente bebiendo.



La relación más importante de la novela la establece con Lydia Vance, una escultora a la que conoce en una lectura poética. A esta mujer le encantan las fiestas y la vida social, algo que Chinaski detesta profundamente. Algunos días después de su primer encuentro, ella le pide al poeta que pose como modelo para hacer una escultura de su cara, y a partir de ese momento comienza una tragicómica relación amorosa salpicada de sexo, fiestas, celos y peleas:

"Lydia cogió mi máquina de escribir y fue corriendo con ella hasta el centro de la calle. Era una máquina pesada y antigua, modelo estándar. Lydia la levantó por encima de su cabeza con las dos manos y la estampó contra el suelo. El rodillo y otras piezas salieron volando. Volvió a levantarla otra vez, la alzó por encima de su cabeza y gritó: ¡NO ME HABLES DE TUS MUJERES!, y volvió a estamparla otra vez contra el suelo".

Al final del libro, y a pesar de todas las relaciones negativas que ha mantenido, sigue habiendo lugar para la esperanza. Ésta viene representada por Sara, la dueña de un bar de comida naturista a la que también ha conocido en una lectura poética, y de quien finalmente parece haberse enamorado:

Sara era una buena mujer. Tenía que centrarme. Cuando un hombre necesitaba muchas mujeres, era porque ninguna de ellas era buena. Un hombre podía perder su identidad jodiendo demasiado por ahí. Sara se merecía mucho más de lo que yo le daba. Ya era hora de que me portara como es debido. 

EL TAJ MAHAL, EN HONOR A SU AMADA....




Es un complejo de edificios construido entre 1631 y 1654 en la ciudad de Agra, estado de Uttar Pradesh, India, a orillas del Yamuna, por el emperador musulmán Shah Jahan de la dinastía mogol. El monumental diseño arquitectónico se construyó en honor a su esposa favorita, Arjumand Bano Begum, conocida como Mumtaz Mahal, quien murió dando a luz a su 14ª hija.
Se calcula que en la construcción trabajaron unos 20.000 obreros.
El Taj Mahal es considerado el más bello ejemplo de arquitectura mogola, estilo que combina elementos de las arquitecturas islámica, persa, india e incluso turca.

Según algunas fuentes Mumtaz Mahal significa Perla del Palacio, según otras Elegida del Palacio. El nombre del mausoleo, Taj Mahal, a veces es considerado como una abreviatura del propio nombre de la emperatriz, pero también significa Corona del Palacio ya que, aunque se trata de una tumba, el emperador quiso ofrecerle a su esposa un palacio y una corona. 








La construcción duró 22 años y el mármol, material que predomina, fue transportado en elefantes desde el Rajasthan. Otros materiales llegaron de otras partes de la India, e incluso de otros países.

No se sabe quién fue exactamente el arquitecto del Taj Mahal. Se menciona el nombre de Ustad Isa, pero si este personaje existió o no, es pura conjetura. Lo cierto es que en Agra se reunieron las mayores riquezas del mundo: el mármol fino y blanco de sus paredes se trajo de las canteras de Jodhpur, jade y cristal de la China, turquesas del Tibet, lapislázuli de Afganistán, crisolita de Egipto, ágata del Yemen, záfiros de Ceylán, amatistas de Persia, coral de Arabia, malaquita de Rusia, cuarzo de los Himalayas, diamantes de Golconda y ámbar del océano Indico. En una curva del río Yamuna se construyó el increíble mausoleo.

El Taj Mahal está emplazado en un jardín simétrico, típicamente musulmán, dividido en cuadrados iguales, cruzado por un canal flanqueado por dos filas de cipreses donde se refleja su imagen más imponente. El mausoleo, por dentro, deslumbra menos que por fuera. Igual tiene razones para impresionar: en penumbra, la cámara mortuoria está rodeada de finas paredes de mármol incrustadas con piedras preciosas que filtran la luz natural, traduciendo su belleza en mil colores. La sonoridad del interior, amplio y elevado, es triste y misteriosa, como un eco que suena y resuena, y nunca se detiene.

El hijo del Shah Jahan rompió con la simetría, por venganza, por envidia o por amor, al enterrar a su padre al lado de Mumtaz Mahal. Ella está representada por una pequeña loza, y el Rey, por un tintero, símbolo de la mujer como un papel en blanco en la que escribe su marido. El Shah Jahan vivió sus últimos años prisionero en el Fuerte Rojo, desde donde contemplaba el Taj Mahal a través de su ventana. En su lecho de muerte, a los 74 años, pidió que se le colocara un espejo para ver la tumba de su esposa. Se dice que cuando murió, miraba el Taj Mahal...

No se trata de un solo edificio, sino de todo un complejo de grandes dimensiones. Rodeando al recinto hay una alta muralla de arenisca roja, rodeada a su vez de jardines, con una monumental puerta de entrada en el sur; por ella se accede a un inmenso patio de 300 m de ancho con un estanque de mármol en el centro y numerosos jardines y fuentes; el mausoleo propiamente dicho, construcción a la que habitualmente se hace referencia con la denominación de Taj Mahal, flanqueado por dos edificios simétricos, se halla justamente al otro lado del patio, en el norte, siendo el río el telón de fondo de todo el conjunto; también hay otras edificaciones de menos importancia. 






En la puerta de entrada hay un gran arco; a ambos lados y también en su interior, hay otros arcos mas pequeños dispuestos en dos pisos; la piedra roja se combina con mármol blanco incrustado de piedras semipreciosas que dibujan motivos florales e inscripciones en grafía árabe. A ambos lados de los arcos laterales y tanto en la fachada exterior como en la interior, que tiene la misma estructura, hay unas torres que culminan en chattris (kioscos con cúpula); y sobre el gran arco central hay una especie de galería sobre la que se disponen once pequeñas cúpulas, tanto en la parte exterior como en la interior; en total 22 pequeñas cúpulas que simbolizan los 22 años que duró la construcción del Taj Mahal.
Por fin se llega al inmenso patio surcado de jardines y fuentes que rodea al Taj Mahal; desde la oscuridad del arco de la entrada se ve, justo en frente, el grandioso monumento blanco. En la parte interior de la muralla que rodea al recinto hay soportales con arcos lobulados desde los que también hay una hermosa vista.

El Taj Mahal es una maravilla de formas y proporciones; está situado sobre una plataforma de mármol a la que se accede descalzo o con los zapatos cubiertos por unas babuchas que allí proporcionan. Se trata de un edificio cuadrado con las esquinas truncadas por lo que adquiere forma octogonal irregular;. En cada una de las cuatro fachadas, unos arcos ordenados en dos pisos flanquean un alto arco central cuyo reborde se levanta más alto que el resto de la fachada. El chaflán correspondiente a cada esquina tiene la misma anchura y estructura que las partes laterales de las fachadas principales, de forma que entre cada gran arco y el siguiente hay tres lados iguales que dan la vuelta a la esquina armoniosamente.

Sobre el edificio hay una gran cúpula en el centro que es la Corona del palacio, Taj Mahal. Rodeando a esta hay cuatro chattris de cúpulas mas pequeñas; y en los extremos de la plataforma se alzan cuatro minaretes culminados en cúpulas mas pequeñas aún, construidos con cierta inclinación hacia afuera para que, en caso de derrumbamiento, no caigan sobre el edificio principal. Pináculos metálicos rematan todas las cúpulas.

A ambos lados de este conjunto se hallan dos edificios idénticos: al oeste una mezquita de tres cúpulas construida en arenisca roja y mármol blanco, al este el llamado eco de la mezquita que no se usa para el culto por estar orientado en dirección errónea y cuya finalidad es mantener la simetría.
En el interior del mausoleo hay una sala octogonal central, con cuatro salas octogonales más pequeñas alrededor. Los cenotafios se hallan en el centro de la cámara principal y están rodeados por una celosía octogonal de mármol labrado con incrustaciones en sus partes macizas; el del emperador a un lado, el de su esposa en el centro, ya que tan inmenso edificio, en principio, fue construido solo para ella. Pero no es aquí donde reposan sus restos, los sarcófagos verdaderos están, según se dice, en una cámara subterránea inmediatamente debajo. Las paredes del interior están también decoradas con incrustaciones. La escala de los motivos es muy variable, y estos se disponen, tanto en el exterior como en el interior, con exquisito gusto y moderación, ya que ninguna parte del edificio resulta recargada por los decorados, y hay muchas superficies en las que el mármol es liso.





Se dice que el emperador Shah Jahan quería construir su propio mausoleo en mármol negro, a imagen y semejanza del de su esposa, al otro lado del río Yamuna, y unir después ambos mediante un puente de oro. Hoy, al otro lado del río, frente al Taj Mahal, queda un resto, en piedra roja, de lo que se dice que fue el inicio de la construcción del edificio gemelo del Taj Mahal. No llegó a construirse ya que Aurangzeb, tercer hijo de Shah Jahan, después de vencer a sus hermanos y hacerse con el poder, encarceló a su propio padre en la fortaleza roja de Agra. Shah Jahan murió en prisión, después de largos años de enfermedad, contemplando desde sus alojamientos en el Fuerte Rojo el Taj Mahal, su gran obra, monumento a su amada y refugio para el descanso eterno de ambos.

El Taj Mahal tiene algo de mágico, propiedad que le confiere el mármol del que está formado; cambia de color según la luz que recibe: blanco brillante cuando hace sol, destacando en el inmenso cielo azul, y si está nublado trata de confundirse con el cielo.


FUENTE:

En Madrid, con picardía y sin utilizar la fuerza, cinco indignados vestidos con camisas, corbatas y vestidos largos burlaron la seguridad del Congreso para entregar un manifiesto con las demandas de las asambleas del interior del país.

Los policías desalojan ayer a grupos de indignados del Paseo del Prado, en Madrid


Las autoridades españolas acusaron recibo de la protesta que regresó a Madrid el fin de semana. Con picardía y sin utilizar la fuerza, cinco indignados vestidos con camisas, corbatas y vestidos largos burlaron la seguridad del Congreso de los Diputados para entregar un manifiesto donde se incluyeron las demandas de las asambleas del interior del país. Luego de sortear el cordón policial, los manifestantes dejaron un petitorio de diecisiete páginas en el interior del recinto. “Lo que queríamos era hacer llegar la voz de los pueblos. Este trabajo está hecho, nos vamos a casa”, dijo Borena, una joven que arribó el viernes a Madrid, desde Barcelona, para participar de la movilización que culminó el domingo en Puerta del Sol. Setenta personas alojadas en tres tiendas y rodeadas de policías celebraron con gritos y abrazos el regreso de los infiltrados, que minutos antes fueron recibidos por un vocero de Izquierda Unida.


Los indignados españoles esperan organizar una gran movilización en toda España para el 25 de septiembre: será la previa de una futura convocatoria a nivel mundial. “Estamos trabajando de cara a una gran manifestación para el 15 de octubre, incluso, queremos extenderla fuera de Europa”, adelanta Ruiz Loza. Asegura, además, que la organización ya hizo contactos con otros indignados en Egipto, Inglaterra, Portugal y Grecia. “Se ha creado un grupo internacional, si bien estamos todavía decidiendo el lema, tenemos pensado seguir con las reivindicaciones del 15-M”, apunta el integrante de DRY-Madrid.
“Acá hay asambleas casi todos los días”, asegura Ignacio Murgui, de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Madrid. “En la marcha que partió hacia Bruselas se anunció la convocatoria para el 25 de septiembre”, agrega, movilización que entre sus principales demandas se opondrá a la ley hipotecaria (que actualmente prevé un serie de desalojos compulsivos) y por el derecho a la vivienda. Murgui estima que, posiblemente, el lema de la movilización del 15 de octubre condense el espíritu que dio nacimiento al 15-M: “Europa para los ciudadanos y no para los mercados. No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”.


FUENTE: 

http://www.pagina12.com.ar/

miércoles, 27 de julio de 2011

DUELO POR LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS

"Moriscos en Granada", grabado de Joris Hoefnagel, 1564

En el capítulo 8 de Don Quijote se nos cuenta cómo el caballero libertador de damas cautivas desafía en duelo al vizcaíno, tomado por celoso carcelero. De repente, el narrador interrumpe la historia porque se la ha acabado el texto que le está sirviendo de "inspiración". Entonces nos damos cuenta de que el relato del hidalgo no es una invención del autor, sino una copia o traducción de un texto ya existente. Como el narrador no quiere dejarnos en vilo, se va a Toledo en busca de papeles viejos por si da con uno que siga la historia. Allí descubre uno, en árabe, que nos cuenta cómo acaba la pelea. Su autor es Cide Hamete Benengeli, nombre poco cristiano.



El gesto de Cervantes es enormemente significativo. Cuando él escribe esa Primera Parte, hace 40 años que Felipe II ha mandado destruir los libros en árabe y ha prohibido hablar algarabía y usar sus trajes y ritos. En el preciso momento en que se incuba la expulsión de los moriscos, él coloca a la lengua proscrita como inspiradora del texto que cuenta las andanzas del celebrado caballero. Con ese gesto no pretende restaurar la cultura que había desaparecido, sino minar las pretensiones hegemónicas del discurso casticista y colocar como seña de identidad de los contemporáneos la memoria de lo olvidado.



GRABADO DE LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS


En 1609, Felipe III decreta la expulsión de los moriscos. Con ella España se empeña en borrar de su memoria una época histórica en la que lo árabe-musulmán formaba parte de su geografía y, gracias a ello, de la europea. 

Viendo en televisión imágenes de energúmenos vociferando en árabe o leyendo los clichés sobre el fundamentalismo impenitente del musulmán, nos tiene que resultar incomprensible el prestigio del mundo morisco al que Cervantes rinde memoria. Solemos decir que gracias a los traductores árabes de Toledo o de Nápoles, Occidente recuperó la cultura griega. Es inexacto, porque estos traductores también interpretaban, y lo que Europa aprendió no era lo que decía Aristóteles, sino cómo lo entendían los Avicena, Averroes o el persa al-Farabi. "Los filósofos por excelencia, en el París del siglo XI y XII —dice el historiador Alain de Libera—, eran los árabes, no los griegos". Ser moderno era ser averroísta. Fueron ellos los que plantearon la necesidad de distinguir entre fe y razón, una distinción sobre la que pudo construirse luego la modernidad ilustrada y laica.

El recuerdo de la expulsión de los moriscos hace 400 años debería dar pie, por un lado, a una reflexión política sobre nuestra identidad colectiva, construida sobre exclusiones, en este caso, sobre la ausencia de algo que fue tan propio como lo morisco, y, por otro, para revisar los clichés sobre el islam que se ha fabricado Occidente.

Por lo que respecta a la reflexión política, el sociólogo alemán Helmut Dubiel observa un cambio de rumbo en los planteamientos de las identidades colectivas. Se está produciendo, dice, "rechazo gradual de una lectura triunfalista de la historia nacional". Al conocer lo que la propia historia tiene de negación del otro, se pone en solfa el orgullo nacional, es decir, la satisfacción de pertenecer a una historia con tantos héroes, mártires, banderas e himnos. Aparece entonces un nuevo sujeto político, sensible a una historia construida a base de violencia excluyente. "Son más bien —dice—  las culpas compartidas en común a lo largo de su historia las que han creado en los seres humanos un sentido existencial de pertenencia, determinado por sentimientos de culpa reprimidos". Lo que quiere decir es que el secreto del vínculo común no estaría en la sangre, ni en la tierra, ni en la lengua, ni en la religión, ni en hazañas heroicas, sino en la complicidad silenciosa. Es, desde luego, el caso de la Alemania actual y ese podría ser el ejemplo a seguir. El desafío teórico a los nacionalismos es evidente.

La revisión de los estereotipos culturales que componen nuestro imaginario del "moro" obliga a desechar todos esos discursos que asocian musulmán con fundamentalismo y árabe con medieval o con incapacidad para las ciencias. Ya ha quedado señalado cómo la semilla de una concepción autónoma y laica del mundo la puso el averroísmo. Un ejemplo de la deformación que el Occidente cristiano ha hecho del mundo musulmán nos lo brinda el destino de Alberto de Colonia. Este sabio, maestro de Tomás de Aquino, que poco quería saber "de lo que sostienen los latinos", es decir, los maestros cristianos, era en realidad un experto en ciencias árabes. A principio del siglo XX, la Iglesia le hizo santo, san Alberto Magno, para tener un santo patrón de los científicos. El experto en ciencias árabes pasaba a ser el patrón de las ciencias modernas que, según Max Weber, son asunto del genio europeo ("protestante y germánico"). La historia nos desautoriza.

Por sus torpezas y nuestros prejuicios estamos empujando al mundo árabe-islámico al rincón del fundamentalismo. El recuerdo del cuarto centenario de la expulsión de los moriscos podría ser la ocasión para reconocerles lo que les debemos y para levantar acta de lo que hemos perdido con aquella trágica decisión. No hay ninguna razón para la celebración, pero sí para la memoria. (Manuel Reyes Mate)
Filósofo e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)

Publicado por JOSÉ URBANO PRIEGO EN SU BLOG: