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domingo, 17 de julio de 2011

HISTORIA DE UN AMOR, ANDRÉ GORZ Y SU ESPOSA DORINE

ANDRÉ GORZ Y SU ESPOSA DORINE
Miren la pareja de la foto, proyéctenla al futuro y sobreimprímanle estas frases: “Acabas de cumplir ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, sólo pesas cuarenta y cinco kilos, pero sigues siendo bella, elegante y deseable. 
Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te escribo para comprender lo que he vivido, lo que hemos vivido juntos, porque te amo más que nunca”. 

Ahora imaginen que esas frases son el comienzo de una carta, de él a ella, una carta de cien páginas que él irá escribiendo noche a noche, mientras ella duerme en el cuarto de arriba de una casita rodeada de árboles, en las afueras del pueblito de Vosnon, en la región francesa del Ausbe. 

Menos de un año después, la policía local hará ese trayecto, alertada por una nota pegada en la puerta de la casa: “Prévenir à la Gendarmerie”. La puerta está abierta. En la cama matrimonial del cuarto de arriba yacen en paz André Gorz y su esposa Dorine. A un costado, unas líneas escritas a mano, dirigidas a la alcaldesa del pueblo: “Querida amiga, siempre supimos que queríamos terminar nuestras vidas juntos. Perdona la ingrata tarea que te hemos dejado”.
Poco antes, Gorz había terminado de escribir aquella larga carta a su esposa Dorine y se la había enviado a su editor de siempre, que la publicó con el título Carta a D. Historia de un amor. En la última página, dice Gorz: “Por las noches veo la silueta de un hombre que camina detrás de una carroza fúnebre en una carretera vacía, por un paisaje desierto. No quiero asistir a tu incineración, no quiero recibir un frasco con tus cenizas. Espío tu respiración, mi mano te acaricia. En el caso de tener una segunda vida, ojalá la pasemos juntos”.
André Gorz era un judío austríaco “carente por completo de interés, no tiene un céntimo, escribe”: así se lo presentaron formulariamente a la inglesa Dorine, cuando ella llegó a Suiza en 1947 con un grupo de teatro vocacional. La esperaba otro hombre en Inglaterra para casarse con ella. Pero Dorine prefirió subirse a un tren con Gorz rumbo a París. Allí trabajó de modelo vivo, recogió papel usado para vender por kilo, fue lazarillo de una escritora británica que se estaba quedando ciega, mientras él escribía en una buhardilla. También aprendió sola alemán (él se negó a enseñarle; había jurado no volver a usar esa lengua cuando lo corrieron de Austria), para ayudarlo en el relevamiento de la prensa europea que él hacía para una agencia y que se convertiría con el tiempo en su sello de estilo: el cruce entre filosofía y periodismo de sus potentes ensayos breves. Antes, Gorz debió fracasar con una novela que pretendía ser un magno ensayo totalizador sobre la época, y hasta mereció un prólogo de Sartre (El traidor). 

La novela llevaba al paroxismo ese mirarse el ombligo sin pausa de los existencialistas franceses (“En tanto individuo particular, él no veía relevancia alguna en que alguien se le uniera como individuo particular. No hay relevancia filosófica alguna en la pregunta Por Qué Se Ama”). En el resto de sus libros, Gorz es el exacto opuesto de esa voz: nunca impostó, nunca se puso en primer plano, nunca se miró el ombligo al teorizar, nunca escribió otra novela tampoco; se lo considera el padre de la ecología política. Vaya a saberse qué significará eso dentro de unos años. Pero aun si la obra de Gorz termina siendo con el tiempo apenas una nota al pie de su época, será porque fue de los poquísimos intelectuales franceses de ese tiempo (el que va de la Guerra Fría y las guerras de liberación a las crisis del comunismo y la crisis de la política) que no cayó en ninguna de las trampas de la inteligencia. Esa fue su virtud, su manera de hacer filosofía y periodismo a la vez.
En aquella carta que escribió a Dorine antes de morir, Gorz le dice: “Nuestra relación se convirtió en el filtro por el que pasaba mi relación con la realidad. Por momentos necesité más de tu juicio que del mío”. 

No fue el único en valorarla de esa manera. Sartre, Marcuse e Iván Illich se enamoraron en distintas épocas de esa mujer impenitentemente discreta. Pero ella prefería a Gorz. El también la prefirió a ella: dos veces cambió literalmente de vida por influjo de Dorine. La primera fue a los cuarenta, cuando ella descubrió que había contraído una enfermedad incurable por culpa de una sustancia que le habían inyectado para hacerle radiografías: la medicina se lavó las manos del caso y ella comenzó una cadena de correspondencia con otros aquejados del mismo mal, que no sólo le dio décadas de sobrevida sino que llevó a Gorz a cambiar el eje de su discurso; en las reacciones de Dorine vio los rudimentos esenciales de aquello que llamaría ecología política (ese lugar donde se tocan el pensamiento de Sartre con el de Marcuse y el de Iván Illich y el de Foucault). La segunda vez fue a los sesenta, cuando decidió jubilarse antes de tiempo para dedicarse jornada completa a Dorine: a hacer la misma vida que ella primero, y después a hacer para ella las cosas que ella ya no podía hacer (“Labro tu huerto. Tú me señalas desde la ventana del cuarto de arriba en qué dirección seguir, dónde hace falta más trabajo”).
El suicide-à-deux de Gorz y Dorine tiene dos antecedentes sobre los cuales han corrido ríos de tinta: cuando Stefan Zweig bebió y dio de beber a su joven segunda esposa un frasco de barbitúricos diluido en limonada en un hotel de Petrópolis, Brasil, adonde había llegado huyendo de la Segunda Guerra; y cuando Arthur Koestler hizo lo propio junto a su esposa de siempre (y a su perro de siempre, también), en su casa de Londres, huyendo del Parkinson que lo estaba devorando. En ambos casos hubo nota suicida, en ambos casos el rol de la mujer es tristemente pasivo, en ambos casos hay una atmósfera opresiva y amarga que la última escena de Gorz y Dorine logra evitar casi por completo.
En aquella carta postrera, Gorz le hacía una tremenda confesión a su esposa: “Durante años consideré una debilidad el apego que me manifestabas. Como dice Kafka en sus diarios, mi amor por ti no se amaba. Yo no sabía amarme por amarte. Me diste todo para ayudarme a ser yo mismo y así te pagué”. 

Gorz había visto una vez a Dorine decirle con toda naturalidad a la Beauvoir: “Amar a un escritor implica amar lo que escribe”. El mismo le había dicho a Dorine, la noche en que logró conquistarla en Suiza, en 1947: “Seremos lo que haremos juntos”. Pero recién tomó cabal conciencia de lo que decían aquellas palabras cuando terminó de escribir aquella carta, subió por última vez aquellas escaleras y se acostó para siempre en aquella cama, junto a la mujer con la que había compartido, día tras día, sesenta años seguidos, desde aquella noche en Suiza. 

“Afuera es de noche. Estoy tan atento a tu presencia como en nuestros comienzos. Espío tu respiración, mi mano te acaricia. En el caso de tener una segunda vida, ojalá la pasemos juntos”.

sábado, 16 de julio de 2011

MANZANITA Y SU GITANA...EMBELESA



Gitana gitana... tu pelo tu pelo
tu cara tu cara...

Mis palabras son aire
y van al aire
mis lagrimas son agua
y van al mar
cuando un amor se olvida
sabes chiquilla donde va...

Manzanita en su CD "Oro" reúne sus mejores canciones, a mi me encantaba su voz quebrada y su música de flamenco-árabe, y esta canción que subo hoy es sólo un aperitivo .... 


LOUVRE - SALA DE ESCULTURA NEOCLÁSICA FRANCESA - DESDE LA MIRADA DE JESÚS PARDO - SEGUNDA PARTE


Estas fotos están hechas en la gran sala de escultura neoclásica francesa albergada bajo una gran pirámide de cristal. Algunas están hechas con el 8mm. y otras con el 100mm. macro que como tele corto da un resultado excepcional.
Estuve un buen rato disfrutando de la maravillosa plasticidad de estas esculturas y de la iluminación natural que baja de la cristalera piramidal que la proeje. (Jesús Pardo)






















GRACIAS JESÚS POR HACERNOS CONOCER EL LOUVRE DE ESTA FORMA TAN BONITA, ERES UN GRAN FOTÓGRAFO....CADA UNA SE SIENTE COMO SI ESTUVIERA ALLÍ MISMO....


BLOG DE JESÚS PARDO:
http://j3suspardo.blogspot.com/2011/07/louvre-sala-de-escultura-neoclasica.html


LA REALIDAD... ¿CÓMO LA PERCIBIMOS?

 La realidad


Agazapado espero como un alacrán,
bajo las piedras escondido.
Porque a la vida era lo único que le da sentido.

Acostumbrado a escapar de la realidad,
perdí el sentido del camino,
y envejecí 100 años más de tanto andar
perdido.



Y me busco en la memoria el rincón
donde perdí la razon,
y la encuentro donde se me perdió
cuando dijiste que no.

Me hice un barquito de papel para irte a ver,
se hundió por culpa del rocío.
No me preguntes cómo vamos a cruzar el río.


Y rebusco en la memoria el rincón
donde perdí la razon,
y la encuentro donde se me perdió
cuando dijiste que no.

Sin ser, me vuelvo duro como una roca
si no puedo acercarme ni oír
los versos que me dicta esa boca.
Y ahora que ya no hay nada, ni dar
la parte de dar que a mí me toca,
por eso no he dejado de andar.

Buscando mi destino,
viviendo en diferido
sin ser, ni oír, ni dar.
Y a cobro revertido
quisiera hablar contigo,
y así sintonizar.

Para contarte
que quisiera ser un perro y olisquearte.
Vivir como animal que no se altera
tumbado al sol lamiéndose la breva.
Sin la necesidad de preguntarse
si vengativos dioses nos condenarán.
Si por Tutatis
el cielo sobre nuestras cabezas caerá.

Buscando mi destino,
viviendo en diferido
sin ser, ni oír, ni dar.
Y a cobro revertido
quisiera hablar contigo,
y así sintonizar.






¡¡¡¡ BRUTAL !!!

viernes, 15 de julio de 2011

TRAIGO DE NUEVO A MI BLOG A JOSÉ LUÍS SAMPEDRO, UN LUJO ESCUCHARLE, UN VIEJO CON ALMA JOVEN, CADA PALABRA SUYA ES UNA LECCIÓN DE SABIDURÍA...




1ª Y 2ª PARTE.......VALE LA PENA ESCUCHARLE, SI TIENES 20 MINUTOS, HAZLO, PORQUE SUS PALABRAS ENTRAN Y MOTIVAN A CREER QUE SE PUEDE CONSEGUIR UN MUNDO MEJOR....


"Queremos un país despierto y despertar a los que todavía están dormidos" J.L. SAMPEDRO








"SE NOS EDUCA DESDE LA INFANCIA PARA NO TENER IDEAS PROPIAS..."

A PROPÓSITO DE LA LUNA LLENA DE HOY, OS DEJO UN SONETO DE ANTONIO GALA ...



SONETO DE LA LUNA




Antonio Gala

La luna nos buscó desde su almena,
cantó la acequia, palpitó el olivo.
Mi corazón, intrépido y cautivo,
tendió las manos, fiel a tu cadena.

Qué sábanas de yerba y luna llena
envolvieron el acto decisivo.
Qué mediodía sudoroso y vivo
enjalbegó la noche de azucena.

Por las esquinas verdes del encuentro
las caricias, ansiosas, se perdían
como en una espesura, cuerpo adentro.


De nuevo giró el mundo, y en su centro
dos bocas, una a otra, se bebían...



OJOS DE LUNA LLENA








La gran cantante CLARA MONTES musicalizó este soneto de Gala....es una delicia escucharla, una música que envuelve....espero que lo disfrutéis