Mi vida parece estancada en un varadero donde de forma cíclica veo pasar los días, las semanas, los meses, los años... Pero en realidad, va pasando todo de forma tan vertiginosa que los acontecimientos parecen meteoritos que impactan demasiado deprisa como para poder percibirlos.
En ocaciones, es todo tan repetitivo como las olas acariciando la orilla y despeinando la arena de forma constante, sin remilgos, levantando sin permiso la primera capa cubriente, desnudando y erosionando lo poco que queda, y desgastando el tiempo sin perdón.
El cambio, imperceptible a los ojos, llega cuando hemos avanzado tanto, que el punto de inicio queda distorsionado en el recuerdo; porque sólo los grandes tsunamis se entusiasman por descolocar la vida, por obligarnos a empezar de cero, y una vez iniciados éstos, no hay marcha atrás, entonces, ¿qué desear? ¿poner la cabeza del revés o desgartarse al encuentro de lo que tenga que llegar? Siempre en constante dilema y manteniendo un estado de "periodo de incubación del pensamiento y la materia".
Hay días en los que me siento un poco agrietada por dentro, creo que a través de esas fisuras es como nacen las lágrimas o nos caen las goteras del vecino que hacen que se dilate el techo para ennegrecer la vista cuando miramos hacia arriba, en el caso de que busquemos cielos de colores o ángeles sobrevolándonos.
Y el cielo y el ángel, es ese ahora, el espacio donde la calma nos deja levitar por encima de un mundo que deja de ser mundo, para ser algo que sólo puede responder a un momento mágico, que no llega.
Buscamos excusas para reir, y a veces, más excusas para llorar, y en ese movimiento en el que nos inventamos lugares donde perdernos, sabemos de esa necesidad imperiosa e instintiva que nos seduce para dejar de existir.
Cada vez noto que la palabra me va abandonando más, y no sé cómo hacer para cubrir mis silencios de adornos sociales; y lo juro que lo intento, pero precisamente esa porosidad del alma y la existencia ha hecho que las palabras se hayan consumido en mi mirada y mis gestos, y ahora sé, que hay momentos que sólo pueden recuperarse a través de un abrazo.
(Dejé de soñar para vivir mi sueño)