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lunes, 17 de octubre de 2011

LA MESA DE HARUN AL-RASHID Y EL VUELO DE ZIRYAB A QÛRTUBA





Es en tiempos del califa Harun al-Rashid (763-809), Harun el Justo, la edad de oro de los califas abbasíes, cuando la cocina ocupó un lugar entre las artes y las ciencias, conociendo desde entonces un desarrollo sin precedentes. Los sabores variados y sofisticados, cuyos perfumes y aromas se funden con los cuentos de Las Mil y Una Noches, caracterizan la cocina de las ricas residencias y palacios de aquel califa. Sus banquetes consistían en una suntuosa presentación y un refinamiento extremo y seguía los dictados de la tradicional hospitalidad árabe.
Bagdad, fundada en el 762 y llamada la Ciudad de la Paz (hoy dolorosamente sabemos que no es así) fue, en tiempos de al-Rashid, la más grande, la más rica y civilizada urbe de Oriente Medio. Enclavada en el cruce de las rutas de la seda y de la pimienta de China, de las perlas y de las piedras preciosas de la India, de las maderas desconocidas y del marfil de África, del cuero y de las pieles de las tierras del Norte y de los esclavos provenientes de todas partes del mundo conocido hasta entonces, Bagdad disfrutó de todas las riquezas materiales de la época.


La cocina arábiga aparece descrita en una serie de textos consagrados enteramente a ella, libros de cocina y poemarios. Al iraní Abu Nuwas (747-815), poeta de la corte de Harun al-Rashid y considerado el más grande de su tiempo, se le atribuye una recopilación de versos báquicos, Khamriyyat, dedicada íntegramente al vino. Algunos califas incluso organizaban en sus banquetes concursos poéticos de tema culinario. En el Kitab al-Tabiji (1226) de Muhammad al-Bagdadí, se menciona por vez primera una especie de moussaka, presentándose un plato consistente en berenjenas gratinadas y carne de cordero picada. Importantísima en la bibliografía culinaria de Oriente Medio es la obra Kitab al-Wusla ila-al-Habib fi Wasf at-Tayyibati wa-t-Tib (El libro de la unión con el amigo a través del buen comer y los perfumes), escrita a mediados del siglo XIII por Ibn al-Adim, sobrino nieto de Saladino, el más alto ejemplo caballeresco de honor, sabiduría y buen juicio. La cocina califal comprendía una multitud de platos minuciosamente elaborados a partir de los más variados ingredientes, servidos en los fastuosos salones del palacio, decorados con flores y pétalos y perfumados con incienso de las más diversas esencias. Música, baile, acrobacias y poesías formaban también parte del menú.
Los convidados, sentados sobre alfombras, se apoyaban en cojines de seda y de cuero junto a mesitas individuales formadas por grandes platos de cobre y plata sobre patas esculpidas en madera. Antes del festín, los invitados acostumbraban a lavarse las manos en agua perfumada de rosas o de limón. Lo más correcto era comer con la mano derecha (eso sí, si el invitado no era manco). Los postres eran servidos en una sala adyacente al salón del banquete y, entre expresiones artísticas, se acompañaban de bebidas dulces, siropes e incluso vino, bebida ilícita para la ley islámica pero aún así consumida en las sobremesas cuando los invitados se relajaban y el alcohol contribuía a la agudeza en las conversaciones y en los versos, propiamente tabernarios, como los del magnífico Omar Khayyam (1048-1131), un canto de etílica libertad enfrentado al rígido criterio de la autoridad religiosa:


Puedo renunciar a todo, salvo al vino,
puedo reemplazarlo todo menos a él.
¿Me haré musulmán para maldecir a todos los vinos?
No, pues sin él no soportaría ser musulmán.
Omar Khayyam. Rubaiyat, IV
Cuando haya muerto, lavad mi esqueleto con vino
y sobre mi tumba, en lugar de rezos, entonad canciones,
y, si me buscáis en el último juicio, me hallaréis en el polvo
delante de la taberna.
Omar Khayyam. Rubaiyat, VI
Si me postro a los pies del Ángel de la Muerte
como un pájaro desplumado para expiar mi vida,
fabricad una botella de vino con mis cenizas
y quizá el espíritu de la uva me despertará
Omar Khayyam. Rubaiyat, VI
Esta cocina arábiga, siguiendo los dictados de la cocina persa, hacía gran uso de las legumbres, de las frutas, de las verduras y de los frutos secos que llegaban a Bagdad de todos los rincones del Califato. El espárrago, importado de Siria, hacía las delicias de la corte y una gran cantidad de verduras como las berenjenas, calabazas, pepinos, coliflores, espinacas, habas verdes, garbanzos y demás leguminosas conformaban la base de platos espléndidos y de ensaladas innumerables.:
Ensalada de Puré de Berenjenas
5 berenjenas, 3 cucharadas de puré de semillas de sésamo molidas (tahina), 2 cucharadas de yogur, 2 cucharadas de aceite de oliva, 1 limón, 1 diente de ajo, sal y pimienta.
Lavar las berenjenas (es mejor usarlas maduras) y pincharlas con un cuchillo. Asarlas a la brasa o en el horno hasta que queden blandas. Pelarlas y reducir a puré muy fino. Aliñar el puré con la tahina, el yogur, el zumo de limón, el ajo machacado, el aceite, la sal y la pimienta. Servir el puré frío sobre una corona de hojas de lechuga, pepino y garbanzos cocidos.
Cebollas, ajo, nabo silvestre y fruta eran a menudo utilizados para la elaboración de sofisticados platos de carne. Las carnes más apreciadas en la corte califal eran el pollo, el cordero y el cabrito. Eran preparadas de distintas maneras, sazonadas y generosamente especiadas, inmersas en salsas de inusitada dulzura:


Carne de Paletilla de Cordero con Miel y Frutas Secas
800 grs. de carne de paletilla de cordero, 3 cucharadas de aceite de oliva, 1 cebolla, 2 dientes de ajo, 4 cucharadas de miel, 250 grs. de pasas, 125 grs. de orejones de albaricoques, 125 grs. de almendras y mezcla de especias (5 clavos, 6 granos de cardamomo, ralladura de jengibre, ¼ de cucharada de nuez moscada, 1 pizca de canela y 5 hebras de azafrán).
Triturar las especias y sofreírlas en aceite y añadir unas gotas de agua. Agregar la cebolla cortada en rodajas y el ajo machacado. Cuando la cebolla empiece a dorarse, añadir la carne de la paletilla cortada en trozos y saltearla hasta que se dore por todos lados y quede bien sellada.
Cocer el conjunto a fuego muy lento en una cacerola tapada y parcialmente cubierto de agua. Al cabo de 15 minutos, sacar el conjunto del fuego y añadir la miel, los orejones picados, las pasas y las almendras (previamente doradas en una sartén y trituradas). Poner la preparación en una terrina, tapar y meter en el horno (calentado previamente) a fuego lento una hora más o menos. Vigilar y añadir un poco de agua si se ve necesario pues la carne debe quedar tierna y no reseca. Cuanto más lenta y larga sea la cocción, mejor será la consistencia melosa de la carne. A la hora de servirlo, se puede acompañar de sémola de trigo a la mantequilla o arroz.
El pescado aparecía también en el menú, eso sí degustado generalmente frito en aceite o en mantequilla clarificada u horneado con frutas:
Dorada con Dátiles
1 dorada, 3 cucharadas de albahaca, 1 manojo de perejil, 4 chalotas, 1 cucharada de cardamomo en polvo, 2 cucharadas de aceite de oliva, 100 grs. de dátiles, 1 limón, sal y pimienta.
Para que la dorada se impregne mejor del perfume de las hierbas, debemos hacerle unas incisiones en la piel y colocarla varias horas sobre un lecho de albahaca, perejil y chalotas finamente picadas, rociada con un poco de aceite y el cardamomo desleído en agua.
Una vez bien empapada de aromas, poner el conjunto unos minutos al fuego, añadir los dátiles picados y un poco de agua. Pasados unos minutos, ponerlo todo, tapado, en el horno a fuego medio. Salpimentar y dejar en el horno de 30 a 40 minutos según el tamaño del pescado. Antes de servir, picar finamente la mezcla de hierbas y dátiles en que se ha cocido la dorada, dándole a ese picadillo forma de croqueta con una cuchara sopera para que sirva de acompañamiento del pescado.
Sin embargo son los pasteles, los dulces, los postres, los que construían un dulce final. Las gentes de Oriente Medio fueron las primeras en usar el azúcar de caña y el caramelo. Preparaban numerosas bebidas refrescantes a base de jarabe de azúcar perfumado al agua de rosas, a base de flor de azahar o de jazmín, zumos de frutas, bebidas a base de especias. Una gran selección de frutas frescas de las riberas del Tigris y el Éufrates y de frutas secas maceradas en agua de rosas era servida al acabar las comidas. Los artistas de la cocina arábiga, especialistas en el refinamiento del azúcar, transmitieron su secreto a los chinos quienes, a cambio, les enseñaron a crear sorbetes que acompañaran deliciosos caprichos, frutas escarchadas, confituras y pequeños pastelitos bañados en sirope o miel. Para aquellos a los que se les hace la boca agua mientras leen aquí presento unos deliciosos ejemplos prácticos:
Dedos de Zainib (Zenobia, mítica reina de Palmira del Sg.III d.C.)
250 grs. de sémola de trigo, 135 grs. de mantequilla, ¼ de cucharada de levadura en polvo, 3 cucharadas de agua de azahar, ½ cucharada de canela en polvo, 4 cucharadas de miel.
La pasta hay que prepararla con antelación para que leve. Para ello, amasar la sémola y la mantequilla ablandada añadiendo el agua de azahar. Obtener una masa homogénea antes de agregar la levadura. Después dejar reposar en un sitio cálido durante medio día completo. Una vez levada la pasta, preparar pequeñas medias lunas de pasta, largas y finas y hornear a temperatura suave durante unos 15 minutos.
Al sacarlas del horno, dejar enfriar para evitar que se partan las pastas. Una vez frías, colocarlas en una fuente, espolvorearlas con la canela y rociarlas con la miel calentada previamente. Hay que dejar que se impregnen con los perfumes de canela y miel
Bocados de Almendra y Clavo
500 grs. de almendras tostadas, 3 huevos, 100 grs. de azúcar, 1 pizca de clavo molido, 1 cucharadita de canela en polvo, 16 grs. de levadura de repostería, 8 grs. de vainilla azucarada, azúcar glas.
Triturar las almendras, reservando unas pocas para adornar. Verter el azúcar en un bol. Agregar los huevos, la vainilla azucarada y el clavo. Batir enérgicamente e incorporar las almendras picadas amasando hasta obtener una pasta homogénea. Agregar la levadura y dejar reposar. Una vez reposada, tomar pequeñas porciones de pasta, aplastar ligeramente, dar la forma deseada (medias lunas, estrellas o cuadrados) rebozar en azúcar glas y hornear a 150º C durante 10 minutos. Adornar cada porción con ½ almendra.
Buñuelos de Miel
125 grs. de harina, 1 dl de agua, 1 huevo, ½ limón, 8 grs. de levadura en polvo, aceite para freír. Para el almíbar: 750 grs. de azúcar, ¼ L. de agua, 1 cucharada de miel, 1 cucharada de agua de azahar, azúcar glas
Preparar la pasta de los buñuelos mezclando la harina, el agua, el huevo entero, la levadura y el zumo del ½ limón. Dejar reposar aproximadamente una hora
Preparar el almíbar dejando hervir el azúcar y el agua en un cazo durante unos minutos y, tras bajar el fuego, añadir la miel y el agua de azahar. El almíbar estará listo cuando se haya reducido el líquido y quede untuoso.
La fritura de los buñuelos se hará justo antes de servirlos, echando cucharadas de la pasta de buñuelos en aceite muy caliente. Al sacar los buñuelos ya fritos se sumergen en almíbar tibio hasta que queden totalmente impregnados. Después hay que colocarlos en una fuente y espolvorearlos con azúcar glass.
Sorbete de Rosas
¼ L. de agua, 225 grs. de azúcar, 2 cucharadas de agua de rosas, el zumo de 1 naranja, ½ yema de huevo, 2 cucharaditas de pimienta en grano.
La técnica del sorbete consiste en preparar un almíbar derritiendo el azúcar en el agua hasta que la mezcla alcance la ebullición. Sacar el almíbar del fuego y añadir el agua de rosas, el zumo de naranja y los granos de pimienta. Tras dejar macerar la pimienta unos 15 minutos, pasar la mezcla por un colador y dejar enfriar. Una vez fría la mezcla líquida, incorporarle la clara a punto de nieve y volcar el conjunto en una sorbetera. Una vez esté listo el sorbete, es preferible ponerlo en un molde en el congelador unas 2 horas antes de ser servido.
Todo este refinamiento, suntuosidad y adoración por sabrosos productos originarios de tan lejanísimas y míticas tierras llegaría pronto a las tierras de la mitad sur de Hispania de la mano de Ziryab el bagdadí, que vivió en Córdoba durante el largo reinado (unos treinta años) de Abd al-Rahman II (792-852). A él se debe la influencia oriental en la cocina andalusí, caracterizada hasta entonces por un recetario basado en las tradiciones culinarias de antigua herencia hispano-romana. Ziryab era hijo de libertos, un desterrado sin patria que vino a recalar a Córdoba y ya nunca quiso abandonar la ciudad. Ziryab cuando nació, estaba destinado a ser un comerciante menesteroso en los zocos de Bagdad, igual que sus padres, esclavos liberados por el califa abbasí al-Mahdi. A lo largo de los setenta años de su vida, se consagró a gustar los placeres de la música, del amor, de la comida, de la inteligencia y del vino. Ziryab practicaba muy tibia y respetuosamente las normas del Islam, y agradecía al azar que lo hubiera traído a esta tierra conquistada hacía más de un siglo por las huestes musulmanas. La música que Ziryab trajo a Al-Andalus sigue hoy viviendo en las nubas de los cantores marroquíes y en algunas modulaciones y desgarros, en el quejío y el pellizco flamenco que si tenéis suerte podéis escuchar por las calles de la Judería cordobesa o por el sevillano barrio de Santa Cruz.


El verdadero nombre de Ziryab era Abu al-Hasan Alí ibn Nafi y había nacido en Mesopotamia en el 789. Al parecer, le llamaron Ziryab porque su tez oscura y hermosa voz recordaban a un pájaro cantor de plumaje que tenía ese mismo nombre, ziryab, زرياب, mirlo. En Bagdad, la circular ciudad fundada en el desierto por los abbasíes, cerca de las ruinas babilónicas, fue discípulo del músico Ishaq al-Mawsulí (767-850), predilecto del califa Harun al-Rashid, cuyo nombre, como ya sabemos, ha perdurado en Occidente gracias a los cuentos de Las Mil y Una Noches. Al igual que el glotón Leonardo en el taller de Verrocchio, del que ya se ha hablado en este blog, Abu al-Hasan es el joven discípulo poseído por un arte, una gracia innata que pronto dejará atrás la experta técnica de su maestro. Para Ishaq al Mawsulí en el genio de Ziryab había algo de ingratitud e insolencia, pues él mismo, más que nadie, estaba dotado para admirar sin rencores, sin el odio oculto de hombre maduro y experto, al adolescente que alguna vez lo apartaría de la vida pública.
En cierta ocasión, el califa al-Rashid, musical devoto del arte sagrado de las melodías, aunque a veces los guardianes de la fe lo calificasen de impío, pide a Ishaq al-Mawsulí que llevara a su presencia a su mejor discípulo. Evidentemente, al-Mawsulí elige a Ziryab, confiando en que repetirá dócilmente las melodías que él le ha enseñado. Pero el chaval, cuando se encuentra ante el califa, demuestra una inusitada arrogancia y le dice “Sé cantar lo que otros saben pero además sé lo que otros no saben. Si quieres, cantaré lo que jamás ha escuchado nadie”. Ahí es nada. Al-Rashid, como es normal, quiso oír esa música desconocida. Abu al-Hasan cantó, pero renunció a usar el laúd de su maestro, y tocó el que él mismo había inventado, que no tenía cuatro cuerdas, como era habitual, sino cinco, la segunda y la cuarta de seda roja, la primera, la tercera y la quinta, de color amarillo, hechas con tripas de cachorro de león. El plectro con que las pulsó era una garra de águila y no una púa de madera como era lo normal. No se tienen noticias de cómo sonaría la música ni que sintió el respetable al oírla. Hecho el silencio, según se cuenta, pidió a Ziryab que cantara de nuevo, y que volviera a palacio al día siguiente a palacio. Pero el Mirlo nunca volvió. El único que supo el motivo de tal plantón al califa fue el ofendido maestro al-Mawsulí, bastante cabreado con su alumno por haberle ocultado la dimensión de su talento como músico y como luthier. Viendo que pronto el alumno sustituiría al maestro en las preferencias musicales del califa, le movió un afán de ira asesina que refrenó por el cariño que tenía al muchacho y le dio dos opciones, establecerse lejos, jurándole que nunca volvería a oír hablar de él o quedarse contra la voluntad de su maestro que entonces arriesgaría todo para quitárselo de en medio.


Ziryab, afortunadamente para él, pero sobre todo para nuestra mítica Al-Andalus, optó por el destierro a las tierras del Oeste. Su instinto musical y la perfección de su voz, que lo alzaron desde los arrabales bagdadíes hasta la presencia del Príncipe de los Creyentes, lo condenaron a una vida apátrida. Fugitivo de Oriente, como el mítico Abd al-Rahman I al-Dajil, el Inmigrado, deambuló durante años por Sham (Siria) e Ifriquiya (el norte de África), sin saber que el destino último de su Odisea sería la bulliciosa Qurtuba. Vivió en el Cairo, cruzó los desiertos egipcios y libios para establecerse en la ruda Qayrawan, capital del reino de los aglabíes. Llevó la vida errante del músico desafortunado y del poeta mercenario, pero a donde iba le precedía la gloria creciente de su nombre, y quien lo escuchaba ya no podría olvidar nunca el mágico timbre de su voz. Aseguraba que sus canciones se las dictaban en sueños seres angélicos. Se despertaba en la oscuridad súbitamente, encendía su candil y llamaba a su discípula (y concubina) Ghazlan, que imitaba con el laúd la melodía que él le iba enseñando mientras inventaba o recordaba las palabras del sueño.
En Qayrawan, en cuya intricada Medina pasé hace años con mi hermano Jesús algunas peripecias, Ziryab tuvo noticia del esplendor de Qurtuba, donde reinaba el emir al-Hakam I. El bagdadí le escribió solicitándose que lo acogiera en su corte, confiándole la carta a un mercader que se disponía a viajar a Al-Andalus. La repuesta del viejo emir no podía ser mejor, le invitaba a emprender inmediatamente el viaje hacia Qurtuba, pues había oído hablar de él y quería deleitarse con aquella voz incomparable y con aquellas canciones dictadas por los ángeles. Así, abandonó Qayrawan y cruzó el mar en una nave que lo llevó a Al-Yazirat. Allí mismo, ciento once años atrás, habían desembarcado los primeros musulmanes que revolucionaron la Península Ibérica. Pero, una vez en el puerto, en mayo del 822 se enteró de que el emir acababa de fallecer. Tan cerca de encontrar una vida apacible y de nuevo empujado a la incertidumbre del nomadismo musical.
Con treinta y tres años, consciente de la magnitud de su arte y cansado de gastarlo en ínfimas cortes de iletrados príncipes se sentía atrapado en el puerto de la desconocida Al-Yazirat Al-Hadra, la Isla Verde, Algeciras, la primera ciudad fundada en la Península Ibérica por los musulmanes. Sin embargo, se enteró de que alguien andaba preguntando por él, el músico judío Abu Nasr Mansur, que había venido a recibirlo en nombre del nuevo emir, Abd al-Rahman ibn al-Hakam, biznieto del primer omeya que reinó en Al-Andalus. Abd al-Rahman II se complacía en renovar la invitación de su fallecido padre y le enviaba con Abu Nasr una carta y una buena bolsa de oro. Ziryab tenía más o menos la misma edad que el emir y compartía su devoción por los libros, la música y el amor por las mujeres. Abd al-Rahman II, desde aquel instante, no renegaría ni un solo día del músico en los treinta años que duró su amistad. En cuanto pisó Qurtuba, el emir le ofreció casa y servidumbre y le concedió tres días para que se repusiera del largo viaje. Según se cuenta, al cuarto día y sin haberlo escuchado cantar aún, le ofreció un palacio y un sueldo mensual de doscientas monedas de oro, pagas extras en festivos y el usufructo de varias alquerías de la campiña cordobesa.


Abu al-Hasan no le defraudó, le enseño lo que no conocía, los arcanos saberes del Oriente, las normas de una exquisita elegancia más antigua que el mismo Islam, un fasto de raíces babilonias y persas. Ziryab no trajo sólo a Qurtuba las aritméticas melodías oníricas, trajo también un juego de origen hindú, el ajedrez. Enseñó al emir que los vasos de cristal transparente eran más apropiados para disfrutar el vino que las pesadas copas de oro y plata. Trajo concierto a la mesa a la vez que los, hasta entonces desconocidos, manteles de cuero fino, educó a la corte omeya cordobesa, les metió en la cabeza que los platos de un banquete no debían probarse en medio de un desconcertante desorden, sino obedeciendo a una ritual gradación culinaria que empezaba por las sopas y los entremeses, continuaba con los pescados y luego con las carnes para concluir con los dulces caprichos de los obradores palaciegos y diminutas copas de licor de frutas y flores. Ziryab les enseñó a deleitarse con el sabor de los espárragos de Siria, hasta entonces desconocidos por los señores andalusíes, así como con los guisos de habas tiernas y las ensaladas de alcachofa. Puso de moda las albóndigas (al-bunduqa) y pequeños pasteles que podían llevarse fácilmente a la boca. Actualizó las mesas andalusíes con exquisitos manjares cargados de frutos secos y especias y dio a conocer la base de un plato bastante parecido al actual pisto (sin tomate, por supuesto), un sofrito elaborado con berenjenas, calabacines, cebolla y membrillo, bien especiado y aromatizado. Creó además moda al dictaminar que desde mayo a septiembre convenía vestirse de blanco, y que los tejidos oscuros y las capas de pieles debían reservarse para los meses invernales. Reprobó los bárbaros peinados andalusíes induciéndolos a arreglarse el pelo tan corto que descubriera los pómulos y la frente, así como a pulirse las uñas y usar cremas hidratantes. Fundó, como no podía ser de otra manera, el primer conservatorio del mundo islámico.
Abu al-Hasan Alí ibn Nafi, viejo y colmado de celebridad y riqueza murió en el año 857, en su casa de campo del arrabal qurtubí de al-Rusafa (actualmente frondosa zona residencial cordobesa donde, desde el homónimo Parador Nacional de Turismo, se tiene una inolvidable vista nocturna de la ciudad). Ziryab nunca fue tentado por el poder ni se mezcló en intrigas palaciegas. En Córdoba fue olvidando imágenes de Bagdad. Algunas costumbres persas que trajo consigo arraigaron en Al-Andalus como el juego del polo, la idea de ingerir rabos de pasa para tener una óptima memoria, el miedo a los espejos rotos y al número trece. En vida del Mirlo se conocieron en Córdoba los gusanos de seda y el papel, siendo la primera ciudad europea (en el siglo X la ciudad más grande del mundo) que pudo disfrutar de tales maravillas (el resto de Europa debió esperar unos siglos a que los venecianos trajeran tales productos). Es para reivindicar la fortuna de nuestra raíz andalusí. Esto sí que es deuda histórica.
Este post está dedicado a la increíble ciudad de Córdoba, a las cañitas de cerveza acompañadas de salmorejo y tortilla de papas disfrutadas en unas escalinatas a la sombra de la Mezquita, a sus gentes que siempre me han hecho sentir tan bien, y por encima de todos a la familia Sánchez Aguilar, mi familia cordobesa que desde hace tantos años cariñosa y desinteresadamente me acogió y, aunque yo esté en Mérida y vosotros allí y estéis mosqueados porque este año no vaya a la Feria de Córdoba, quiero que sepáis que os quiero y que os echo muchísimo de menos. Va por ti Califita.
Juan Sanguino Collado

SILVINA OCAMPO

No viviré si no es para buscarte
y cruzaré el dolor para adorarte..


SILVINA OCAMPO

Poeta argentina nacida en Buenos Aires en 1903.
Desde pequeña estudió pintura y mostró inclinación por la poesía, gracias a la marcada tradición cultural de su familia y a la trayectoria de su hermana Victoria Ocampo quien la vinculó al mundo literario.
Por conducto de Jorge Luis Borges con quien la unió una gran amistad, conoció a su marido, el escritor Adolfo Bioy Casares.



SILVINA OCAMPO CON ADOLFO BIOY CASARES

A su primera publicación poética, «Enumeración de la patria» en 1942, le siguieron «Espacios métricos» en 1945, «Poemas de amor desesperado» en 1949 y «Los nombres» en1953. 
Incursionó con mucho éxito en el cuento, la novela y la literatura fantástica, regresando a la poesía en 1962 con «Lo amargo por dulce» y en  1972 con «Amarillo celeste». Luego publicó «Árboles de Buenos Aires» en 1979 y su antología, «Las reglas del secreto» en 1991.
Obtuvo numerosos premios nacionales entre los que se destacan el Gran Premio Nacional de Literatura en dos ocasiones, el Premio Nacional de Poesía, la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores y varios galardones municipales.
Murió en Buenos Aires en 1994.


SILVINA OCAMPO

Soneto del amor desesperado


Mátame, espléndido y sombrío amor,
si ves perderse en mi alma la esperanza;
si el grito de dolor en mí se cansa
como muere en mis manos esta flor.

En el abismo de mi corazón
hallaste espacio digno de tu anhelo,
en vano me alejaste de tu cielo
dejando en llamas mi desolación.

Contempla la miseria, la riqueza
de quien conoce toda tu alegría.
Contempla mi narcótica tristeza.

¡Oh tú, que me entregaste la armonía!
Desesperando creo en tu promesa.
Amor, contémplame, en tus brazos, presa.


Quisiera ser tu predilecta almohada...


Quisiera ser tu predilecta almohada
donde de noche apoyas tus orejas
para ser tu secreto y ser las rejas
de tu sueño: dormida o desvelada

ser tu puerta, tu luz cuando te alejas,
alguien que no trató de ser amada.
Huir de la ansiedad que está en mis quejas,
poder a veces ser lo que soy, nada,

no tener nunca miedo de perderte
con variación y honda infidelidad,
jamás llegar por nada a concederte

la tediosa y vulgar fidelidad
de los abandonados que prefieren
morir por no sufrir, y que no mueren.



Envejecer



Envejecer también es cruzar un mar de humillaciones cada día;
es mirar a la víctima de lejos, con una perspectiva
que en lugar de disminuir los detalles los agranda.
Envejecer es no poder olvidar lo que se olvida.
Envejecer transforma a una víctima en victimario.

Siempre pensé que las edades son todas crueles,
y que se compensan o tendrían que compensarse
las unas con las otras. ¿De qué me sirvió pensar de este modo?
Espero una revelación. ¿Por qué será que un árbol
embellece envejeciendo? Y un hombre espera redimirse
sólo con los despojos de la juventud.

Nunca pensé que envejecer fuera el más arduo de los ejercicios,
una suerte de acrobacia que es un peligro para el corazón.
Todo disfraz repugna al que lo lleva. La vejez
es un disfraz con aditamentos inútiles.
Si los viejos parecen disfrazados, los niños también.
Esas edades carecen de naturalidad. Nadie acepta
ser viejo porque nadie sabe serlo,
como un árbol o como una piedra preciosa.

Soñaba con ser vieja para tener tiempo para muchas cosas.
No quería ser joven, porque perdía el tiempo en amar solamente.
Ahora pierdo más tiempo que nunca en amar,
porque todo lo que hago lo hago doblemente.
El tiempo transcurrido nos arrincona; nos parece
que lo que quedó atrás tiene más realidad
para reducir el presente a un interesante precipicio.



FUENTE:
http://amediavoz.com/ocampo.


domingo, 16 de octubre de 2011

COLDPLAY, EL PRINCIPITO Y EL ZORRO ... CREANDO LAZOS






- Buenos días -dijo el zorro
- Buenos días -respondió cortesmente el principito
- Ven a jugar conmigo -le propuso el principito- ¡Estoy tan triste!
- No puedo jugar contigo -dijo el zorro- No estoy domesticado
- ¿Qué significa "domesticar"?
- Es una cosa demasiado olvidada -dijo el zorro- Significa "crear lazos"
- ¿Crear lazos?
- Si -dijo el zorro- para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para tí único en el mundo...
- Mi vida es monótona, cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los otros. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera de la madriguera, como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves, allá, los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de tí. Y amaré el ruido del viento en el trigo...

El zorro calló y miró largo tiempo al principito.

- ¡Por favor...domestícame! -dijo
- ¿Qué hay que hacer? -dijo el principito
- Hay que ser muy paciente -respondió el zorro- Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos. Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca...

Al día siguiente volvió el principito.

- Hubiese sido mejor venir a la misma hora -dijo el zorro- Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón...Los ritos son necesarios.

Así el principito domesticó al zorro. Y cuando se acercó la hora de la partida:
- ¡Ah!... -dijo el zorro- Voy a llorar
- Tuya es la culpa -dijo el principito- No deseaba hacerte mal pero quisiste que te domesticara...
- Si -dijo el zorro
- ¡Pero vas a llorar! -dijo el principito
- Si -dijo el zorro
- Entonces, no ganas nada
- Gano -dijo el zorro-, por el color del trigo.

El Principito - Capítulo XXI




Vale la pena recordar este capítulo del Principito ... siempre, en todos los momentos, lleva una enseñanza vital para todos, y por eso lo subo hoy a mi blog ... descubrir el precio de la felicidad !!!


MONET Y SUS TRES PASIONES: LA NATURALEZA, LA PINTURA Y LA GASTRONOMÍA


COCINA DE MONET


El pintor Claude Monet (París 1840 - Giverny 1926) pasó a la historia por ser uno de los fundadores del movimiento pictórico conocido como “Impresionismo”. 


Monet estaba enamorado de la naturaleza, del agua, de la luz, de las flores y los capturó con una delicadeza casi poética en sus celebres y sublimes paisajes. Su amor por la naturaleza y la necesidad de estar más cerca de ella lo llevó a mudarse en 1883 a Giverny, un pequeño pueblo a orillas del Sena a casi 70 kilómetros de Paris. Allí se instaló en una pintoresca casa de campo rodeada por una hectárea de terreno. Rodeado de un paisaje bucólico y tranquilo, pudo dedicarse plenamente a sus tres pasiones: la naturaleza, la pintura y la gastronomía.


"Un jardín como éste no se parece a nada..." (Claude Monet)



CASA DE CAMPO DE MONET EN GIVERNY


JARDÍN Y HUERTO DE LA CASA DE MONET

VISTA DEL MARAVILLOSO JARDÍN DE SU CASA


Bajo su dirección, un equipo de jardi­neros consigue crear un entorno de gran belleza, con plantas y árboles, tanto autóctonos como importados, un estanque de nenúfares y un puente japonés, que serán el motivo principal de sus cuadros a partir de su instalación en Giverny. Aquí vivió durante 40 años.


Monet era un apasionado del buen vivir. Amaba la cocina, a la que consideraba un verdadero arte, y había creado una rutina diaria en torno a la pintura y a la mesa, en la que los horarios relativos a la luz lo condicionaban todo.Almorzaba a las 11 y 30 de la mañana, y por la noche se acostaba a hora temprana, cuando caían las últimas luces: ya no tenía nada que pintar.
Era un gozador de la vida que había establecido un vínculo armónico entre la cocina, el arte y el jardín. 



LA COCINA DE MONET

DETALLE DE LA COCINA DE MONET

LA COCINA DE MONET


LA COCINA DE MONET

LA COCINA DE MONET


En Giverny, Monet vivió con su segunda esposa Alice Hoschedé y ocho hijos, incluyendo los dos que había tenido con su primera mujer, tempranamente fallecida, Camille Doucieux. Era un excelente gourmet, y muchas de sus recetas son ya platos clásicos de la cocina francesa, como la tarta Tatin –bautizada así en honor de sus amigas, las hermanas Tatin–, que el pintor reelaboró añadiendo a las manzanas reinetas el toque de la crema pastelera. 

La cocina de Giverny era una parte integral de este universo bucólico y colorido creado por Monet. Ningún detalle se descuidaba en la cocina del día a día, así como también en las celebraciones en las que el pintor recibía a sus numerosos amigos, entre los que se encontraban Cezánne, Renoir, Sisley, Pissarro, Matisse, John Singer Sargent y el presidente Clemenceau. En este sitio que invitaba a la contemplación y al deleite, el buen comer ocupaba un lugar privilegiado y esencial. Los amigos de Monet comentaban lo bien que se comía y elogiaban la cálida acogida que el pintor daba a sus comensales así como también el entorno magnífico que rodeaba a la mesa. 

La mesa en Giverny recibía la importancia que toda mesa merece. Para Monet, no bastaba solo el contenido de los platos, sino que también era fundamental rodear a la mesa de una atmósfera especial.


COMEDOR EN CASA DE MONET

COMEDOR EN CASA DE MONET

VAJILLA AMARILLA DE LIMOGES DISEÑADA POR MONET



Monet llevaba cuadernillos de cocina en los cuales apuntaba sus recetas e ideas culinarias, éstos fueron descubiertos en su archivo tras su muerte. Ellos atestiguan la particular importancia que el pintor daba a los productos de temporada, a la cocina regional y a la calidad de cada uno de los ingredientes. Pero tal vez el punto más importante para Monet era concebir cada comida como una fiesta, como un acto de celebración en el cual se comparten momentos agradables, se conversa, se intercambia ideas y se disfruta de la compañía de amigos y familiares. Cabe destacar que Monet no cocinaba, pero le encantaba rondar por la cocina y encargarse de todo lo relacionado a la misma.



MONET EN EL COMEDOR DE SU CASA

El mismo se ocupaba de ir al mercado y seleccionar personalmente todos los ingredientes, controlaba y armaba los menús y se encargaba de la disposición de los comensales en la mesa. Como Monet no cocinaba, su recetario era más bien una recopilación de recetas de los platos que se preparaban en Giverny. La única receta propia que se conoce son unas setas asadas con aceite de oliva. En sus cuadernillos se encontraban también recetas de sus amigos, entre las que destacan la “Bouillabaise de Morue” de Cezánne, y otras recetas de la esposa de Renoir y Jean Millet (bollitos). Los platos servidos en Giverny eran sencillos, tradicionales y sin exageradas sofisticaciones. 


El almuerzo de Giverny era servido puntualmente a las 11:30. La entrada consistía de dos ensaladas. Una era aderezada personalmente por Monet, quien siempre le ponía mucha pimienta y aceite de oliva. Como al resto de la familia le parecía muy fuerte siempre había otra ensalada con un aderezo menos picante. Luego se servía una sopa, un plato de legumbres y un plato de fondo de pescado o carne. El postre variaba cada día. Al terminar el postre se servía té con galletitas. La cena, servida puntualmente a las 7:00 consistía de una ensalada, una sopa, un plato de huevos, un plato de aves y a veces un plato de fiambres locales. Cada 14 de Noviembre, Claude Monet celebraba su cumpleaños comiendo su plato favorito: Becada (una especie de perdiz) y tomando abundante champagne Veuve Clicquot, que era el favorito y el único que bebía Monet.


Otra costumbre en la casa de Monet eran los picnics en los jardines, en los cuales los comensales disfrutaban de los platos así como también del encanto de los jardines de Giverny.


SOY MI CUERPO - JAIME SABINES (Tarumba, 1956)



"PECES" MAN RAY

Soy mi cuerpo. Y mi cuerpo está triste, está cansado. Me dispongo a dormir una semana, un mes; no me hablen.

Que cuando abra los ojos hayan crecido los niños y todas las cosas sonrían.

Quiero dejar de pisar con los pies desnudos el frío. Échenme encima todo lo que tenga calor, las sábanas, las mantas, algunos papeles y recuerdos, y cierren todas las puertas para que no se vaya mi soledad.

Quiero dormir un mes, un año, dormirme. Y si hablo dormido no me hagan caso, si digo algún nombre, si me quejo. Quiero que hagan de cuenta que estoy enterrado, y que ustedes no pueden hacer nada hasta el día de la resurrección.

Ahora quiero dormir un año, nada más dormir.

JAIME SABINES

sábado, 15 de octubre de 2011

HAZ TU PENSAR: LOS INDIOS CREE



Indio cree:

"La gente aprende según su espíritu. Se aprende mirando, sin explicaciones. El explicar es robar a alguien la oportunidad de aprender. Y no es bueno robar. Se aprende mirando. Si se mira, se ve que hay un principio, unos pasos evidentes y otros escondidos. Si realmente ves cada hoja aislada, entonces verás el árbol, y cuando puedas ver el árbol, podrás ver el espíritu del árbol”


EL ÁRBOL



“-¿Qué es esto?

-Una piedra.

- Sí, una piedra. Mírala, mírala como si no hubiera nadie detrás de tus ojos.
La misma atención que has prestado a esta piedra dedícala a tu intuición, a lo que dice tu corazón. Esa atención mental es el principio de “hacer tu pensar”. “Hacer tu pensar” es mirar un pensamiento y notar los detalles, las texturas de lo que realmente sientes sobre cada aspecto. Pensamientos, emociones, y cosas espirituales son hechos que se pueden ver y definir. Especular, teorizar y justificar son cosas muy diferentes de “hacer tu pensar”


CORAZÓN DE PIEDRA

“No he estado en Europa, pero he leído y me han contado muchas cosas de ese viejo mundo vuestro. Allí, las normas y las presiones vienen del exterior de la persona y uno puede seguirlas o reaccionar ante ellas, pero es siempre hacia fuera. Por eso tenéis conceptos como la vergüenza, la envidia, el estar midiéndose en comparación con el otro y el estar muy pendientes del “haber y deber”, ese sorprendente formalismo de llevar la cuenta de los “favores”. No dais sin apuntar mentalmente una deuda. Sé que aquí es más difícil. Tienes que mirar dentro de ti y decidir. Todo lo que haces y piensas te pertenece. Nadie es más responsable de lo que te ha tocado, de lo que has decidido, de lo que dejaste de decidir, de lo que haces o dejas de hacer. Tú tienes que responsabilizarte de lo tuyo en todo momento”


ALIENACIÓN

“Sí, estuve una vez en Montreal, pero no puedo volver.
A mi me gusta mucho el jockey. Todos los sábados veo en la televisión el partido que juegan en el Forum de Montreal. Hay tanta gente ahí! Más que en mi poblado. Me han dicho que en el Forum caben todos los cree de Québec. Yo quería ir a ver un partido, ya que estaba en Montreal. Empecé a andar hacia el Forum y… no creas que me perdí. Toda la calle estaba llena de gente que iba en la misma dirección. Me alegró pensar que yo iba adonde todas esas personas de la ciudad. Pero cuanto más andaba, más gente había y empecé a darme cuenta que íbamos a estar todos juntos en el mismo espacio. Me entró miedo. Pensé que si cuando estoy en una habitación con cinco personas noto sus emociones, cuando estuviera en el partido de jockey notaría las emociones de diez mil personas. ¡Eso es demasiado! Y me di la vuelta y empecé a andar en dirección contraria”

“-¿Los blancos sentís emociones como nosotros?

- Sí, creo que sí. –“Claro”, me decía yo, “los Cree pueden estar todo el día captando las emociones de los otros porque han vivido siempre en pequeños grupos, pero nosotros que estamos en ciudades con millones, no nos podemos permitir esos lujos” y contesté - Creo que metemos las emociones en una caja y la cerramos. Sólo la abrimos cuando hay muchas.

- Nee hee. A mi me pasó eso con el alcohol. Había un hombre blanco que trabajaba en la escuela que quería ir de caza conmigo y que hacía licor en su casa. A veces, cuando volvíamos de cazar, me daba de beber licor y ocurrían cosas muy raras a mis emociones. Una noche, después de haber bebido, nos pusimos a jugar al jockey con los otros. Yo sentía malos espíritus por dentro, pero sobre todo hacia un cree que estaba allí. No sé que me ocurrió, pero creo que la rabia se había bebido todo el licor y se había hecho muy grande. Me enfadé con ese hombre y le pegué con el palo de jockey. Pero ya no bebo más porque me dijeron que los indígenas no tenemos esas cosas en el estómago que tienen los blancos para quitar un poco de lo malo del alcohol.

Pero dime, ¿cómo metéis las emociones en una caja?”


CHICA CREE, 1928

Los Cree forman un grupo nativo norteamericano de más de 200.000 individuos, lo que lo convierte en uno de los mayores grupos de Canadá. Viven en Quebec, Ontario, Manitoba, Saskatchewan y Alberta. La mayoría de los Cree eran indios de los bosques orientales, mientras que los que viven en Saskatchewan y el sur de Alberta eran indios de las praderas.

Fuente:
Libro: "De tránsito de sueño en sueño" Clara Valverde.



LO QUE EL DÍA DEBE A LA NOCHE - YASMINA KHADRA





Yasmina Khadra relata una historia torrencial, apasionada y conmovedora que se despliega desde 1930 hasta el presente y que constituye una valerosa defensa de la doble cultura franco-argelina, entre occidente y el Islam.
Una promesa hecha en secreto, un amor imposible, una historia torrencial y apasionante en Argelia desde la segunda guerra mundial a nuestros días. Younes no tiene más que nueve años cuando su padre, arruinado por un especulador pierde todas sus tierras. Totalmente agobiado, resuelve confiar el niño a su hermano, un farmacéutico integrado en la comunidad occidental de Orán.
Los ojos azules de Younes y su aspecto angelical ayudan al chico a ser aceptado por la clase acomodada de la población. Su nombre ahora es Jonas y crece entre jóvenes colonos de los que se hace amigo inseparable. Descubrirá con ellos las alegrías de una existencia privilegiada que ni la segunda guerra mundial ni las convulsiones de un nacionalismo árabe en plena expansión pueden perturbar.
Hasta el día en que llega a la ciudad Émilie, una joven fascinante que se convertirá en el objeto de deseo de todos los amigos. Nacerá así una gran historia de amor que pondrá a prueba la complicidad fraternal entre los cuatro amigos, divididos entre la lealtad, el egoísmo y el rencor que la guerra de la Independencia agrava.
Una novela torrencial y emocionante, un libro entrañable sobre la identidad, la dignidad, la amistad y el amor bajo la voz narradora que se va transformando y que es de una belleza literaria notabilísima . Una defensa de la integración entre culturas.


YASMINA KHADRA

Yasmina Khadra (Mohamet Moulessehoul)( Kenadsa, Argelia, 1955)

Bajo el pseudónimo de Yasmina Khadra se esconde el escritor argelino nacido en Kednasa en 1955 Mohammed Moulessehoul. Las obras de Khadra están escritas en francés. Cursó sus estudios en la Escuela Nacional de los Cadetes de la Revolución, compaginando su formación como militar, y su posterior inclusión en el ejército, con la literatura.
Su primera novela, escrita a principios de 1973, no fue publicada hasta 1984. Tras seis novelas escritas con su nombre real, decide en 1989 publicar con el pseudónimo de Yasmina Khadra, fundamentalmente para poner fin a la autocensura que se había impuesto debido a la delicada situación política de su país y a su posición dentro del ejército. En 1997 publica la que será la novela que le catapulta a la fama, Morituri. En 2000, y con el grado de comandante, abandona el ejército argelino para dedicarse por completo a la literatura. Al desvelarse su verdadera identidad y su pertenencia a unas fuerzas militares criticadas en toda Europa desemboca en polémica, especialmente en Francia, en donde Yasmina Khadra se había convertido en el paradigma de mujer civil argelina envuelta en una situación social inaceptable.


LA CONDESA DE VILCHES - FEDERICO MADRAZO





En el Madrid de mediados del siglo XIX, la aristocracia se reunía en los salones de las familias más destacadas de "La Villa" para celebrar en ellos, bailes, fiestas y reuniones. Las damas, como comenta Fernandez de Córdova“eran el principal ornamento de aquella sociedad” y por ello, destacaban las fiestas de la Duquesa de Osuna, de la Condesa de Benavente, de la Marquesa de Santa Cruz, de la de Montelo y las de otras varias entre las que se encontraba la Condesa de Vilches.

Amalia Llano DotresCondesa de Vilches por su matrimonio con el aristócrata Gonzalo José de Vilches y Parga a quien se le concedería el título de Conde de Vilches en 1848, fue una mujer bellísima, inteligente y que ejerció a la vez de escritora por afición, de mantenedora de animadas tertulias y de organizadora de representaciones teatrales en su propia casa.

Relacionada con el círculo de amigos del pintor Federico Madrazo, encargó a este la realización de este retrato en 1853 en el que el pintor consiguió uno de los retratos más bellos de la pintura española de este siglo.

Discípulo de Ingres, se nota la influencia de su maestro. La composición y el colorido semejan al de los retratos que Ingres realizó a la Condesa de Haussonville y a Pauline Eleanore de Galard aunque, no por ello, pierde su singularidad y su frescura.

Como anécdota, citar que este cuadro fue presentado a la Exposición Universal de París de 1855 recibiendo duras críticas por parte de un crítico francés que esgrimió que la modelo estaba mal sentada y era imposible adivinar la posición de la rodilla derecha lo que llegó a suscitar un pleito por parte del pintor.

Este cuadro se puede contemplar en el Museo Nacional del Prado, Madrid.

Se puede ver y escuchar una agradable descripción de la Condesa de Vilches a través de un fragmento del documental "El primer siglo del Prado" dirigido por José Luis López-Linares con la voz de Fernando Fernán-Gómez: