Google Translate

English plantillas curriculums vitae French cartas de amistad German Spain cartas de presentación Italian xo Dutch Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified

lunes, 23 de septiembre de 2013

VICENTE ALEIXANDRE ESCRIBE SU ENCUENTRO CON LUIS CERNUDA EL DÍA QUE SE PROCLAMA LA II REPÚBLICA

LUIS CERNUDA, EN LA CIUDAD. Por Vicente Aleixandre (*)

Una muchedumbre festeja en la plaza de Cibeles, de Madrid, la proclamación de la República, tras saberse los resultados de las elecciones municipales celebradas el día 12, mayoritariamente favorables a los republicanos

No he conocido a Luis Cernuda en su primerísima juventud. Alguna vez me lo he imaginado, en su tierra sevillana, paseando por aquellas calles estrechas, justo como el mismo aire de su libro inicial. Luis tenía veintiséis años cuando le vi por primera vez: en otro sitio lo he contado. Mas en alguna ocasión, en Sevilla, he pensado que me hubiera gustado pasear con él y sorprenderle acorde con su ciudad. En Madrid, Luis Cernuda era sevillano. Lo decía su acento, quizá esa implícita sabiduría con que, joven, pasaba junto a las cosas, sin adhesión exterior, pero con aprecio que era conocimiento, creciente ante lo natural, levemente desdeñoso, ignorador, ante el múltiple artificio o la convención.

Recuerdo haberle visto gustoso en un movimiento humano exaltado: masa madrileña, la ciudad hervidora en un trance decisivo para el destino nacional. Era un día de abril y las gentes corrían, con banderas alegres, por improvisadas. Enormes letreros frescos, cándidos, con toda la seducción de lo vivo espontáneo, ondeaban en el aire de Madrid. Mujeres, jóvenes, hombres maduros, muchachos, niños. En los coches abiertos iban las risas. Cruzaban camiones llevando racimos de gentes, mejor habría que decir de alegría, gritos, exclamaciones. Pocas veces he visto a la ciudad tan hermanada, tan unificada: la ciudad era una voz, una circulación y, afluyendo toda la sangre, un corazón mismo palpitador. Por aquella calle de Fuencarral, estrecha como una arteria, bajaba el curso caliente, e íbamos Luis y yo rumbo a la Puerta del Sol, de donde partía la sístole y diástole de aquel día multiplicador. Luis, con su traje bien hecho, su sombrero, su corbata precisa, todo aquel cuidado sobre el que no había que engañarse, y rodeándonos, la ciudad exclamada, la ciudad agolpada y abierta, exhalada, prorrumpida habría que decir, como un brote de sangre que no agota ni se agora, pero que se irguiese. La alegría de la ciudad es más que la de cada uno de los cuerpos que la levantan, y parece alzarse sobre la vida de todos, con todos, como prometiéndoles, y cumpliéndoles, más duración. Así, cuando unas gargantas enronquecían, otras frescas surgían, y era un techo, mejor un cielo de griterío, de júbilo popular en que la ciudad cobraba conciencia de su existencia, en verdad de su mismo poder. Ella se sentía voz e hito, como un ademán que se desplegase en la historia.

Luis marchaba sin impaciencia. Todo había sido repentino. El encrespamiento de la ciudad, en la alegría resolutoria, la marcha o el hervor común, el regocijo sin daño, la punta de sol dando sobre las frentes: todo, una esperanza descorredora y, en el fondo, el ámbito nacional. Pero Madrid es chiquito y cada hombre un Madrid como un pecho con su porción de corazón compartido. Luis y yo habíamos marchado como un día cualquiera, porque aún no se esperaba del todo aquello, ignorado de cada cual. Recuerdo aquel movimiento súbito por aquella calle, como por tantas calles que no se veían. ¿De qué hablaba Luis Cernuda? En aquel instante, quién sabe; quizá de un tema literario. Cada uno de los transeúntes se hizo de pronto espuma del curso atropellador: curso mismo o su parte y él su coronante expresión. Luis y yo, flotadores, remejidos, urgidos, batidos y batidores, aguas hondas y salpicadas crestas, todo a instantes y todo en la comunión. Bajaba el río por la calle de Fuencarral y desembocaba en la Red de San Luis. Por la Gran Vía descendía otra masa humana, no apretada propiamente, sino suelta y fresca, con sus banderas y sus cantos, sus chistes públicos, sus risas primeras, una multitud niña, lavada, con lienzos blancos levantados a los rayos del sol. Y en medio los grandes camiones como pesados elefantes que llevasen gentes iguales, reidoras, bailadoras, saludadoras con los ojos, con las manos, con las miradas salutíferas que eran propiamente una invitación a vivir. Porque era vida, vida del todo la ciudad, con los ojos puestos en su mismo esperanzado crecimiento natural.

Luis Cernuda y yo, inmersos, no disueltos, bajábamos casi a oleadas, arriba, abajo, tan pronto claros, tan pronto hondos, sostenidos o sostenedores, hacia la desembocadura o hacia la reunión, si la había, de las aguas, final. Un instante, en atención a él, al ser pasados en el movimiento de las aguas de la calzada a la acera, le dije: «¿Quieres que nos vayamos por esta bocacalle ahora, al pasar? Se puede» «No», oí su respuesta. «No», dijo sonriendo;  «no», asintiendo, casi diría extendiendo sus brazos en el movimiento natural. Un momento le miré como nadador. Pero en seguida pensé; no, agua mejor, curso mejor. Y le vi a gusto. Sonrió y se dejó llevar.


Vicente Aleixandre y Luis Cernuda en Madrid
________
(*) Escrito en 1962. Incluido en el libro «Los encuentros», edición aumentada y definitiva. Colecciones Austral, de Espasa-Calpe. 1985.





domingo, 22 de septiembre de 2013

CARTA DE GUSTAVE FLAUBERT A LOUISE COLET - FRAGMENTO



Agosto 15 de 1846
Te cubriré con amor la próxima vez que te vea, con caricias, con éxtasis. Deseo atiborrarte con todas las alegrías de la carne, de modo que te desmayes y mueras. Quiero que seas sorprendida por mí, y para que te confieses a ti misma que nunca siquiera habías soñado con tales transportes... Cuando seas vieja, quisiera recordaras estas pocas horas, yo quisiera que tus huesos secos temblaran con alegría cuando pienses en ellas.
Gustave


(Fragmento de Carta a Louise Colet, Gustave Flaubert)

(Pintura de Paul Sieffert, 1907)


viernes, 20 de septiembre de 2013

MASA - CÉSAR VALLEJO

La ciudad dormida. Paul Delvaux

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: "¡No mueras, te amo tanto!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
"¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: "¡Quédate hermano!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...


César Vallejo


PALABRAS NECESARIAS Y AGOTADORAS

Richard Burlet

Llueve mucho para unos cuántos
(unos cuántos?)
miles de miles, millones de millones, mejor dicho
que yo ya no los cuento, no alcanzo  ni puedo
Ellos, los que quedaron al otro lado del puente
porque les dijeron que no se puede,
les dijeron que ya no hay esperanzas,
les dijeron que ya no hay motivaciones,
les dijeron que para qué,
les dijeron que el intento es vano,
que el fuego de la muerte les abrasará,
(y no sólo en las guerras declaradas)
les dijeron que hay sólo negatividad,
les dijeron que ya nadie cree en nada ni en nadie,
les dijeron que escucharán sólo blasfemias,
les hablaron de abortos y despedidas,
de claustros internos y externos,
buscando,
y hallando

Y yo que veo cómo inunda esta lluvia espesa, mojándonos cada día y sin hacer nada, me pregunto, me pregunto tanto, y te pregunto hoy: con esos consejos, te atreverías tú a cruzar ese puente?
Darías ese paso aún?
Te cansa hablar de esto?
Te parece reiterativo y agotador,
tanto más aún en la manera de expresarlo hoy?


Olaf Hajek

Mi deseo pobre (o rico, según el punto de vista)
sólo quiere árboles para llevarles frescura,
sombra, cobijo y esperanzas del verde;
libros que nos enseñen a ser mejores personas;
espíritus amplios y no dictadores!
que abran las puertas del conocimiento divino
y la comprensión del mismo;
lluvias sanadoras,
no las que anegan e inundan las poblaciones,
y hacen temblar mi alma
(porque yo estoy en mi hogar protegida y ellos no);
fusiles que disparen amor,
no que disparen a matar a su semejante;
cuerpos, sí, cuerpos que abracen,
que abracen mucho y reiteradamente
manos que se estrechen,
corazones que se unan en afectos verdaderos,
y que sean transportes de ellos
hasta el último día de sus vidas

Si tú me dices que sueño,
que soy ilusa,
que no vale la pena,
que no hay esperanzas,
mejor me quedo al otro lado del puente,
qué te parece
y me ahogo en la lluvia eterna
reiterativa y agotadora
y me quemo en el fuego de la desesperanza,
que sus brasas me atrapen,
que ya no existo más.

 Maritza Álvarez Vargas


miércoles, 18 de septiembre de 2013

SU MÁS GRANDE AMOR

Leonor Fini

Tiene sesenta años. Vive
el amor más grande de su vida.

Camina abrazada con su amor,
el viento le despeina los cabellos.
Su amor le dice:
Tienes el cabello como perlas.

Sus hijos dicen:
Vieja loca.

Anna Swirszczynska

martes, 17 de septiembre de 2013

PROVERBIOS Y CANTARES - ANTONIO MACHADO


Mihály Munkáczy (1844-1900)-víctima de las flores


Bueno es saber que los vasos
nos sirven para beber;
lo malo es que no sabemos
para qué sirve la sed.

¿Dices que nada se pierde?
Si esta copa de cristal
se me rompe, nunca en ella
beberé, nunca jamás.

Dices que nada se pierde,
y acaso dices verdad;
pero todo lo perdemos
y todo nos perderá.

Todo pasa y todo queda;
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.

Morir... ¿Caer como gota
de mar en el mar inmenso?
¿O ser lo que nunca ha sido:
uno, sin sombra y sin sueño,
un solitario que avanza
sin camino y sin espejo? 


Antonio Machado