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domingo, 12 de febrero de 2012

SOPA CASTELLANA


Con este frío el cuerpo nos pide sopa, nada mejor que la castellana o sopa de ajos. Es una de las recetas más humildes y famosas de la gastronomía española, es y ha sido un desayuno frecuente en muchas zonas del campo. Os dejo con la receta bien explicada de José Manuel, que en su blog http://www.asopaipas.com podéis encontrar además esos platos de cuchara tan ricos que nos gustan a muchos.




Es una sopa sencilla, de la cual existe muchas variantes, yo he escogido esta que vais a ver a continuación. Es una comida sencilla, muy apropiada para este tiempo que nos acompaña estos días, un plato realmente vigorizante que reanima en estos días de frío.


Ingredientes:

50 gramos de jamón ibérico
2 Rebanadas de pan
1 Tacita de aceite de oliva
cucharadita de pimentón dulce
3 dientes de ajo
2 huevos
Media cucharadita de comino
500 gramos de agua

*En esta sopa, podemos sustituir el aceite de oliva por manteca de cerdo, que es como se hacía esta sopa tradicionalmente.

Instrucciones:

En una sartén con aceite se doran los ajos enteros y pelados. Se corta en dados el jamón y en trozos muy pequeños el pan, a ser posible de hogaza y del día anterior. Se fríen con los ajos unos 2 minutos removiendo para que se dore todo de forma uniforme.
Se añade entonces el pimentón, se remueve, se riega con agua y se reparten los cominos. Se sazona y se vierte el contenido de lasartén en cazuelas individuales o comunes.

Se casca un huevo por persona y se introducen las cazuelas en el horno precalentado a temperatura alta durante unos 3 o 4 minutos. Servimos muy caliente.





Y ACASO ALGUNA VEZ TE SONREÍSTE


KEES VAN DONGEN

SALVO EL CREPÚSCULO (Fragmento) JULIO CORTÁZAR


Cada una de las razones que nos devuelven al amor es la repetición de razones agotadas, agostadas. ¿Qué razón puede quedar en lo más irrazonable, en eso que siempre llamaremos corazón? ¿Qué absurdo, irrenunciable corazón orienta una vez más el gobernalle de la sangre hacia las sirtes que lo esperan entre espumas y naufragios?




[..] todo eso que es tan poco
yo lo quiero de vos porque te quiero.
Que mires más allá de mí,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,
y que el placer que juntos inventamos sea otro signo de la libertad.

Fuimos todo eso juntos; sólo quedan
nuestros ojos a solas en el polvo del tiempo.

Inclinado, en el gesto
del que sacia la sed,
¿alguna vez veré
tu cara entre mis dedos?

Siempre fuiste mi espejo,
quiero decir que para verme tenía que mirarte.

No te voy a cansar con más poemas.
Digamos que te dije
nubes, tijeras, barriletes, lápices,
y acaso alguna vez
te sonreíste.




JULIO CORTÁZAR


CARTA DEL SUICIDA






"Ésta es mi carta de la muerte. Que nadie la toque..."





He de admitir que la primera vez no lo hice por compasión hacia los muertos, ni para atenuar la congoja de los vivos. Lo hice por amor a la Ortografía. Ocurrió una tarde cualquiera. Pululaba por los campos cercanos al pueblo, dando mi paseo acostumbrado, cuando vi a lo lejos el balanceo de un cuerpo recortado en una vieja higuera. Parecía una bandera inútil y marchita que alguna guerra hubiera dejado olvidada. Al acercarme, encontré en el suelo una nota que decía: “hasco de bida”. La obscenidad de aquellas palabras mal escritas retumbó en mi cabeza más que la imagen bamboleante del muerto. Por eso, guardé la nota en el bolsillo y escribí otra que, más tarde, entregaría a la viuda del difunto, una carta amable que, tal vez, pensé entonces, fue la última bocanada de aire que exhaló el suicida, una carta donde despedirse inocentemente de los seres queridos. Y lo más importante: una carta sin faltas de ortografía.

Nadie opuso extrañeza, nadie preguntó cómo el pobre suicida, analfabeto y deprimido, pudo escribirla. Nadie preguntó porqué la letra no era la del finado sino la mía, ni quisieron saber de dónde procedía aquella gramaticalidad inesperada. Para todos la carta fue un consuelo. La verdad no es algo que importe cuando llueve dolor.
Después, todo siguió igual pero nada volvió a ser lo mismo. Una fiebre desconocida, gramatical y compasiva, se apoderó de mí. Cuando tenía noticia de que se había producido un suicidio, y abundaban por el azote constante de vientos del norte, me presentaba en la escena del deceso. Todos fingían no verme mientras buscaba la nota de despedida y la sustituía por otra escrita por mí. A veces no la encontraba, y eran los familiares los que, disimuladamente, me la ponían en el bolsillo de la blusa o la dejaban caer al pasar junto a mí. En otras ocasiones, si el suicidio no llegaba a tiempo a mis oídos, eran esos mismos familiares los que me mandaban un aviso urgente, una nota siempre parca que sólo incluía el nombre del finado y el lugar donde podía encontrar el cadáver. También recibí encargos con carácter previo al suicidio, pero a esto me negué siempre por parecerme una atrocidad imaginar las palabras de la muerte antes de que tuviera lugar. Sin embargo, hoy rompo esa norma. Ésta es mi carta de la muerte. Que nadie la toque.


Vuelvo a traer a mi blog a Carlos Morales y sus entradas fascinantes, tiene un blog (http://cartasenlanoche.blogspot.com) que me hace quedarme tiempo infinito en él, deleitándome con sus cartas, que aquí dejo para disfrute de todos.