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JOSÉ ORTEGA Y GASSET |
(...) Cuando fracasa en el amor la gente cree que se ha equivocado, pero la equivocación no existe en el amor, la persona elegida siempre es lo que pareció ser en un principio pero que no se quiso ver, y luego se sufren las consecuencias de ese modo de ser.
Porque cuando vemos a un ser humano vemos la totalidad, vemos un cuerpo y percibimos psicológicamente un alma.
Las personas no pueden evitar revelar su condición íntima, tal vez no se pueda emitir un concepto sobre esta condición pero se la puede ver y ésta también es una forma de saber.
Ese saber visual nos sirve para poder diferenciar lo que vemos y apreciar los matices, especialmente en la percepción del amor, porque cuando una persona se enamora de un físico también se enamora del modo de ser de ese físico.
La mujer sin embargo se entusiasma menos eróticamente con la belleza masculina ya que es menos frecuente que disocie entre el placer sexual y el afecto o entusiasmo que siente.
El amor modela el destino individual porque ejerce una notable influencia en el curso de la vida.
La influencia de la mujer sobre el hombre es invisible y actúa como la atmósfera en las plantas, imprimiendo su alma con su forma peculiar de ver el mundo.
Si extrapolamos la idea de que el amor es una elección profunda al ámbito de una generación completa, tendremos como resultado cierta forma media de preferencia amorosa.
Cada generación parece preferir un tipo general de varón y otro tipo general de mujer, pudiéndose inferir que en cada época se casan más mujeres de cierto tipo y no tanto de otros.
Ese tipo de mujer se va modelando a través de la historia a fuerza de coincidir en elegirlo la mayoría de los hombres.
Un cambio mínimo en la mujer preferida por los hombres en una determinada generación puede modificar la historia durante los próximos treinta años, aunque éste no sea el único factor que cambie la historia.
En el hogar domina el clima que la mujer impone y lo que ella es; y aunque el hombre se empeñe en mandar, su intervención en la casa no es central, ni permanente. El ambiente doméstico viene de la madre y es el que reciben los hijos.
Lo decisivo en la historia de un pueblo es el hombre medio; los grandes hombres, las figuras excelsas sólo influyen históricamente en la medida que su ejemplo es absorbido por el hombre medio. La historia pues, parece ser el reino de lo mediocre.
Los genios tropiezan con la fuerza ilimitada de lo vulgar; y el mundo parece estar hecho para que el hombre medio reine. Por esta razón es importante elevar ese nivel medio lo más posible; porque lo que hace grande a un pueblo no son sus genios sino la altura de sus innumerables mediocres.
Sin embargo, para que los hombres medios eleven su altura necesitan ser influenciados por los genios; porque esa influencia es la que rompe la inercia de la muchedumbre; pero cuando la masa es indócil no se perfecciona.
Los historiadores se ocupan de lo extraordinario, pero la realidad histórica es lo cotidiano, el océano de mediocridad que hace desaparecer todo lo sobresaliente.
Si gobierna lo cotidiano, el factor de primer orden es la mujer, cuya alma es extremadamente cotidiana, ya que el hombre tiende a la aventura y al cambio y es la mujer la que crea los oficios, el trabajo, la primera agricultura, la recolección y el arte de la cerámica.
La tendencia sentimental de la generación anterior y de la actual, ha dependido y depende en gran medida de las instituciones políticas.
Si comparamos la selección sexual de cada generación con la teoría de la selección natural de Darwin, tanto el hombre como la mujer no han colaborado nunca con la perfección de la especie, porque eligen siempre los ejemplares que están más lejos de la perfección, ya que la genialidad parece ser lo que menos les interesa (...)
Fuente: Ortega y Gasset, Vida, pensamiento y Obra, Colección Grandes pensadores, Ed. Planeta DeAgostini, 2007.
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JOSÉ ORTEGA Y GASSET, ÓLEO DE ZULOAGA |
(Madrid, 1883 - 1955) Filósofo y ensayista español. Su pensamiento, plasmado en numerosos ensayos, ejerció una gran influencia en varias generaciones de intelectuales.
Hijo del periodista José Ortega Munilla, hizo sus estudios secundarios en el colegio de Miraflores del Palo (Málaga) y los universitarios en Deusto y Madrid, en cuya universidad se doctoró en Filosofía y Letras con una tesis sobre Los terrores del año mil (1904), subtitulada Crítica de una leyenda. Entre 1905 y 1908 completó sus estudios en Leipzig, Berlín y Marburgo, donde asistió a los cursos del neokantiano Hermann Cohen.
Fue catedrático de Metafísica (su titular anterior había sido Nicolás Salmerón) de la Universidad de Madrid entre 1910 y 1936. En 1916 fue designado académico de la de Ciencias Morales y Políticas. Fundó la Revista de Occidente (1923-1936), la publicación intelectual más abierta al pensamiento europeo de nuestro siglo. Aneja a ella ha funcionado una editorial que, así como su salón de tertulias, ha representado la más selecta modernidad intelectual de su época.
Elegido diputado al proclamarse la república, fundó con Marañón y Pérez de Ayala la Agrupación al Servicio de la República. A partir de 1936 vivió en Francia, Holanda, Argentina y Portugal. Regresó a España en 1945 y residió (salvo viajes al extranjero, especialmente a Alemania) en Madrid. En 1948 fundó con su discípulo, el prestigioso Julián Marías, el Instituto de Humanidades.
Ortega ocupó un lugar de privilegio en la historia del pensamiento español de las décadas centrales del siglo XX. Maestro de varias promociones de jóvenes intelectuales, no sólo fue un brillante divulgador de ideas sino que elaboró un discurso filosófico de notable originalidad.
Gran parte de su actividad se canalizó a través del periodismo, un mundo que conocía por motivos familiares y se adecuaba perfectamente a la esencia de sus tesis y a sus propósitos de animar la vida cultural del país. Además de colaborar en una extensa nómina de publicaciones, fundó el diario El Sol (1917), la revista España (1915) y la Revista de Occidente (1923).
En sus artículos y ensayos trató temas muy variados y siempre incardinados en la actualidad de su época, tanto de filosofía y política como de arte y literatura. Su obra no constituye una doctrina sistematizada sino un programa abierto del que son buena muestra los ocho volúmenes de El espectador (1916-1935), donde vertió agudos comentarios sobre los asuntos más heterogéneos.
No obstante, como denominador común de su pensamiento puede señalarse el perspectivismo, según el cual las distintas concepciones del mundo dependen del punto de vista y las circunstancias de los individuos, y la razón vital, intento de superación de la razón pura y la razón práctica de idealistas y racionalistas. Para Ortega, la verdad surge de la yuxtaposición de visiones parciales, en la que es fundamental el constante diálogo entre el hombre y la vida que se manifiesta a su alrededor, especialmente en el universo de las artes.
SUS FRASES:
"Los hombres más capaces de pensar sobre el amor son los que menos lo han vivido; y los que lo han vivido suelen ser incapaces de meditar sobre él"
"La civilización no dura porque a los hombres sólo les interesan los resultados de la misma: los anestésicos, los automóviles, la radio. Pero nada de lo que da la civilización es el fruto natural de un árbol endémico. Todo es resultado de un esfuerzo. Sólo se aguanta una civilización si muchos aportan su colaboración al esfuerzo. Si todos prefieren gozar el fruto, la civilización se hunde"
"Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral"
"He reducido el mundo a mi jardín y ahora veo la intensidad de todo lo que existe"
"Quien en nombre de la libertad renuncia a ser el que tiene que ser, ya se ha matado en vida: es un suicida en pie. Su existencia consistirá en una perpetua fuga de la única realidad que podía ser"